La verdadera innovación, la que causa un impacto profundo, está en la gente, en el valor supremo que tiene cada recurso humano que la integra. Marcela Cominelli, Gerenta de Relaciones Institucionales del Grupo Newsan, lo sabe y se apasiona cuando habla de los logros que están alcanzando.
¿Cómo definirías tu trabajo en pocas palabras?
Yo digo que soy una “gran solucionadora de problemas”. Básicamente sigo toda la gestión política de la compañía reportando directamente a Luis Gali, nuestro CEO. Al ser una compañía de 6 mil empleados, es muy importante tener conexión cotidiana con todos los stakeholders, pero también con los gobiernos. Así que llevo la relación con los gobiernos y los periodistas, y hago las comunicaciones externas de la compañía y toda la agenda de sustentabilidad, que es lo que más me divierte y apasiona. Desde hace años, veníamos trabajando fuertemente en Ushuaia, donde contamos con varias plantas industriales, y ahora estamos focalizándonos también en las dos plantas de Buenos Aires, en nuestro Centro de Distribución y en las oficinas. Comprendimos que de todo lo que hacíamos muy poco estaba siendo comunicado correctamente.
En tu opinión, ¿qué rasgos debería tener un buen líder?
Empatía, en primer lugar. Un liderazgo concreto, sin vaivenes. Y, por sobre todas las cosas, una escucha activa. Quizás la escucha activa sea mi fuerte, por esto de que me gusta generar debate y espacios de diálogo, de saber qué están pensando ellos, cómo podrían mejorar. Parte de mi propia evolución como persona y profesional fue haber aprendido a delegar y a confiar en ellos, en su criterio de trabajo.
¿Qué representa una empresa de triple impacto?
Es pensar todo el negocio desde una mirada mucho más abarcativa que solo lo puramente económico, es ir en busca de un impacto social y ambiental; es romper paradigmas y abrir la cabeza hacia un negocio inclusivo. Animarnos a hacer cosas que años atrás resultaban impensadas. Me encantaría que todos nuestros negocios fueran de triple impacto. Así es como estamos encarando la mayor parte de las cosas. El impacto social es integrar al otro e incluirlo. La integración es el primer paso, reconocer que el otro es distinto y lograr que forme parte de mi equipo, más allá de las diferencias. Pero va mucho más allá del altruismo de “te ayudo porque estás cerca, porque sos la escuela del barrio donde yo opero”. No podemos hablar más de responsabilidad social empresaria como se solía hablar antes. Cuando escucho ese concepto, me parece que quedó “noventoso”. Como compañía somos protagonistas, creadores de riquezas, y tenemos una enorme responsabilidad y también el liderazgo para ejecutar acciones concretas que incluyan al otro.
¿Qué creés que buscan los consumidores finales en sus productos?
Hay muchos cambios en el consumo. Por un lado, el consumidor tiene mucha información, y cuando llega a la góndola ya sabe qué es lo que quiere, cuánto está dispuesto a pagar por ello, etc. Quizás antes llegaba a la góndola y había todo un camino previo para decirle, contarle, convencerlo, eso el consumidor ya lo tiene hecho. Chequea previamente, sabe cuánto cuesta afuera el producto, cuánto va a pagarlo. Es más un “prosumidor”, que es una palabra que no sé si me gusta tanto, pero que se refiere a un consumidor que tiene ya información sobre el producto pero que también busca otras prestaciones en él, por ejemplo, que genere impacto social y ambiental.
¿Qué es el Newsan In?
Es un proyecto que comenzó hace unos años, con el apoyo de lo que yo llamo “nuestros sponsors”, que son el CEO y el Chairman de la compañía. Ellos tienen muy claro hacia dónde queremos ir no solo como compañía, sino como seres humanos. Hace tres o cuatro años atrás, Luis Gali se reunió con referentes sociales y de ahí surgió la necesidad de empezar a pensar un programa específico que permitiera generar empleo. Entonces, él nos puso ese objetivo; y obviamente que tuviera que ver con el core de la compañía y que no se fuera solo algo altruista. Empezamos de a poco con una primera unidad productiva que hoy ya es una cooperativa. Eran jóvenes de menos de 24 años, provenientes de ambientes socioeconómicos de alta vulnerabilidad, también había personas de más de 45, y chicos y chicas trans. Así comenzamos, con una primera etapa de 350 horas de capacitación en las que aprendieron a armar un presupuesto, a cumplir con un horario laboral, a dirigirse a los consumidores-clientes que les traerían a reparar sus electrodomésticos, además de otras habilidades soft y hard. Llevaron adelante toda esa formación y en 2017 conformaron su propio negocio, la cooperativa que hoy funciona en Martínez. Luego se armaron otras cuatro unidades productivas que no formaron cooperativa, sino que están trabajando como unidad productiva con monotributo social; y también reparan electrodomésticos. Acabamos de hacer una alianza con SEDEC. Ellos tienen una gran tienda en Chacarita y además venden por Mercado Libre. Nosotros les donamos pequeños electrodomésticos en desuso y ellos les pagan a las unidades productivas para que los reparen y los dejen óptimos para luego reinsertarlos en el mercado y comercializarlos. Ahora estamos brindándoles capacitaciones a las unidades productivas para que puedan reparar electrodomésticos grandes como heladeras o aires acondicionados, pues tienen mayor complejidad.
Hablanos del programa Cerremos la Brecha.
Es un compromiso público que asumió el CEO de la empresa en cuanto a la gestión de la diversidad, que en nuestro país todavía es una problemática. Creo que el primer paso para avanzar era reconocer el problema. Cerremos la Brecha es el puntapié inicial y el compromiso público de algo que nosotros ya veníamos haciendo internamente en la compañía, enfocándonos en la diversidad, y ahora en un plan mucho más integral que, por supuesto, incluye cuestiones de género, pero también de discapacidad y de violencia. Si bien es a nivel interno, impacta externamente porque genera muchos ejemplos. Tengo dos casos interesantes para contar sobre este programa de integración e inclusión. Uno sucedió en nuestra planta de Campana. Durante una visita que hice, vi a unas mujeres acostadas en unas camas ergonómicas trabajando debajo de un aerogenerador en un espacio de un metro. Me metí ahí con ellas para charlar y les pregunté qué hacían antes, y me contaron que se habían ido a capacitar a la ciudad de León (España) y estaban felices de haber salido del país y haber pasado de trabajar con pequeños electros como ventiladores a enormes molinos eólicos. El viaje a León formó parte de una serie de viajes de capacitación que habíamos organizado en Newsan. El otro caso se dio durante una encuesta que hicimos. Una colaboradora les dijo a los entrevistadores que ella no se sentía incluida: “Vengo pidiendo manejar el autoelevador hace un montón y me dicen que no”. Inmediatamente me informé sobre el tema y lo primero que pregunté fue: “¿Cuál es la restricción para que una mujer no pueda manejar un Clark? Si ella maneja su auto perfectamente, ¿por qué no va a poder manejar un autoelevador? Y si no sabe, se la capacita y listo”. Bueno, ahora la chica está manejando feliz el autoelevador.
¿En qué consiste el programa Oficina Verde?
Es un programa que llevamos a cabo porque nos dimos cuenta de que teníamos mucho desarrollo en Ushuaia, pero estábamos generando muchos residuos de oficina acá en Buenos Aires. Nosotros trabajamos con la cooperativa Bellaflor y con Fundación Chacras de Buenos Aires. Ellos retiran tres veces por semana los orgánicos. La Fundación Chacras de Buenos Aires tiene huertas orgánicas llevadas adelante por chicos que vienen de estar en internación psiquiátrica o con discapacidad neurológica, y se encuentran en un proceso de reinserción social. Nosotros en la oficina comenzamos a compostar y luego ellos terminan de hacer el compost y lo destinan a huertas orgánicas. Y la cooperativa Bellaflor, que trabaja al lado del Ceamse, recibe nuestros inorgánicos (plásticos, cartón, vidrios, papel) separados, bien diferenciados y limpios. En ese estado ellos los pueden reciclar, a diferencia de sacarlos de Ceamse en condiciones que no están para ser reciclados.
El programa empezó en las oficinas de Buenos Aires y lo fuimos aplicando a las demás. El año pasado lo llevamos a las oficinas de Ushuaia también; allá contamos con una planta enteramente dedicada al reciclado de materiales, pero no teníamos tan desarrollado el tema de los residuos de oficina. Al principio generó las resistencias lógicas, porque un día la gente llegó, previa comunicación interna y campaña de sensibilización, y se encontró con que la idea ya estaba materializada y no tenía más su tacho de basura junto al escritorio. Tuvo que romper sus paradigmas y levantarse, caminar veinte metros y tirar sus residuos donde correspondía. La ecuación es muy clara: ¿queremos vivir en este mundo? Entonces debemos asumir nuestras responsabilidades para que el mundo siga existiendo.