Ingresó a los medios de forma inesperada: un día fue a cortarse el pelo a lo de Roberto Giordano, él la vio, no quiso cobrarle y, en cambio, le ofreció hacer algunas fotos. Verónica
Lozano comenzó, entonces, una carrera como modelo que, poco tiempo después, la llevó al casting de Aquí está tu hit, el primer programa de televisión en el que trabajó. Fue en
Telefe, donde hoy lidera el rating de las tardes. Por un tiempo combinó el modelaje con la actuación, hasta que la conducción ganó terreno y llegó para quedarse. Durante diez temporadas llevó adelante, junto a Leo Montero, AM, antes del mediodía; ahora lleva tres con Cortá por Lozano. “La tele siempre me fascinó, desde chiquita. Esta cosa de jugar a conducir o a hacer un noticiero… Tengo el recuerdo de ver con mi abuela a Mirtha Legrand
en la cocina, a Susana. Lo que pasaba en la tele me generaba una fantasía. Pero me dediqué a estudiar Psicología”, cuenta.
¿Por qué?
Porque me parecía una carrera superinteresante. Había una cosa de misterio de lo existencial, de lo cerebral, de los porqué, que me daba mucha inquietud. La cursé con mucha pasión. Ejercí, me gustó. Es una carrera que me gusta y que me sirve para lo que hago. Después quedó de lado cuando empecé a laburar en la tele y tenía más carga horaria. Yo trabajaba en un hospital. Y me di cuenta de que era más feliz en la tele que en el hospital. Me divertía más, ganaba más dinero. Podía viajar siendo modelo y tener mi autonomía, mi independencia económica.
¿Cuánto de la psicología te sirve a la hora de entrevistar?
Mucho. La escucha, estar atento a lo que dice el otro. Siempre puede existir en un entrevistador el vicio de quedarte en tu pregunta, la que tenés que hacer, pero descubro que es mucho más rico lo que el otro te puede regalar en una frase que no tenías
ni pensada. Y los entrevistados se predisponen distinto. No lo debería decir, porque es a mi favor, pero piensan “Uh, es psicóloga”, y hay un preconcepto de que la psicóloga te saca la ficha o se va a dar cuenta de algo. Y muchas veces no ocurre.
Todo en el estudio le es propio, cada rincón le pertenece. Es la dueña de casa, la anfitriona: su hija, Antonia, es una presencia habitual; su perro, Copito, tiene un almohadón rosa en el suelo, entre los panelistas y ella; y algunas de sus herramientas
personales se cuelan como juegos con los invitados. Así, cada tanto un famoso es invitado a armar “El mapa de la vida”: una serie de deseos, de objetivos que explicita y expone como modo de acercarse a ellos y volverlos reales. “Ya no, pero lo he hecho mucho tiempo. Si lo que quería era, por ejemplo, tener un departamento, ponía un recorte. Cuando lo ves, es impactante, como ese dicho: ‘Ten cuidado con lo que deseas, porque puede hacerse
realidad’. Se actualizaba cada tanto, uno o dos años. Me divertía porque pasaba y lo miraba. Me dan ternura esas imágenes. Me acuerdo más de viajar o de animales. Había unas estatuillas que representaban premios. Es también un poco animarse. Después lo ves plasmado y decís ‘No sé si quiero tanto estoʹ. Es un ejercicio medio lúdico. Ahora visualizo más lo que tengo: cómo mejorarlo, cómo enfocarme. Si hay un programa que siento
que no estuvo bien, sé que tengo la revancha al otro día. Intento hacer más ese ejercicio del aquí y ahora, ya no pienso tanto a largo plazo. También trato de no creerme mucho lo muy lindo ni lo muy feo. Sé que tal vez el que te putea o te dice ‘aborteraʹ después te ve y te pide una selfi”.
¿Te pasa algo similar?
Sí, bastante. Soy muy activa en redes, y las manejo yo, no un community manager. Opino mucho ahí. Digo lo del aborto porque fue clave todo el año pasado si estás a favor o no de la despenalización, o de la ESI. Después te sacás una foto con un bebé y viene alguien y te dice cualquier cosa. Hay un nivel de pensamiento lineal muy particular y esta cosa de que o estás de un lado o estás del otro. Si no te gusta algo del gobierno de turno, entonces sos
no sé qué cosa. Hay mucha necesidad del otro de encasillarte en una situación.
Cerca de treinta personas orbitan en el estudio alrededor de lo que sucede en el aire. Panelistas, reidoras, locutor, productoras, camarógrafos, jefe de piso, invitados, todos son parte de una coreografía en la que la directora y principal figura es ella. Verónica Lozano maneja los hilos de uno de los programas más vistos de la televisión argentina sin
esfuerzo aparente, con la tranquilidad de quien se sabe en control de la situación, toque lo que toque. Y lo que toque puede ser un juego de preguntas íntimas a Gladys, “la Bomba Tucumana”, y su hijo; o un móvil en Villa Gesell para hablar de un asesinato que conmocionó al país. Tan presente en el piso como en lo que le marca el minuto a minuto,
está acostumbrada a disociarse para luego unirse nuevamente y sacar el producto adelante. La que se ríe a carcajadas develando curiosidades de la vida hogareña de los famosos es la misma que no esquiva jamás el bulto y difunde, desde hace tres años, algunos de los innumerables casos de femicidio y violencia de género.
¿Siempre te consideraste feminista?
Siempre consideré que hombres y mujeres somos iguales. Si eso es ser feminista, soy feminista desde que nací. Me parece muy interesante el momento que estamos viviendo, donde hay toda una deconstrucción de un montón de conceptos: de lo que es ser mujer, ser hombre, las cosas de nena, las cosas de nene. En el discurso, en el lenguaje, en la forma de preguntar, en la forma de contestar. Me parece que está bueno empezar a poner cierto cuidado y rever conceptos. Hay cosas que se dan por hecho, que son naturalizadas, que desde hace un par de años ya no lo son.
¿Cuál fue ese quiebre para vos?
Yo nunca me voy a olvidar del cuestionario extenso del Ni Una Menos, que agradezco. Eran preguntas de simples a más complejas, como por ejemplo “¿Alguna vez, estando en un colectivo, alguien te mostró su miembro?”. Cosas que antes tenías como graciosas, como anécdota: “Yo iba a inglés, tenía diez años, y había un tipo que se tocaba”. Eso es un abusador, un acosador. Incluso esto: una mujer que es exigente, es una loca; un pibe que es exigente, es bravo, un capo.
¿Eso te pasa a vos, como mujer líder de proyectos?
No, nunca sentí carga por ser mujer. Sí considero que, en líneas generales, cualquier ámbito está más atravesado por la masculinidad que por el feminismo. Cuando vos querés defender o reclamar por algo, sos vista como problemática; y un tipo que quiere reclamar eso mismo es alguien que merece lo que está pidiendo. Eso sí me pasó. Son cosas que yo tenía naturalizadas de niña, como todas las mujeres. Por suerte, las nuevas generaciones ya saben que eso no corresponde. Por eso se habla de “la revolución de las hijas”. Me parece que es un momento interesante.
Una revolución implica sacudones fuertes, no es algo que se haga de manera pasiva…
Exacto. Yo creo que los cambios deben ser revolucionarios, y muchas veces tenés que molestar a otro para generar el cambio. Hasta un reclamo de laburo, salarial: si vos no parás las calles, si no molestás al otro, no te van a dar pelota. Desde un lugar bondadoso y de sometimiento no se consiguen muchas cosas.
¿A las mujeres siempre se les exige algo más?
Claro, siempre. “¡Qué violentas!”, dicen algunos. No, loco, nos matan, nos violan. Las mujeres sabemos lo que es tener miedo de pedir un taxi, y un pibe no transita por esa situación, más allá de la violencia imperante ahora en todo concepto. Vivimos muchas situaciones de violencia las minas. En el transporte público, en las calles, en el laburo, y
no son victimizaciones: son realidades.
¿Cómo te afecta tratar día a día con historias fuertes de violencia y femicidios?
Y… es complejo. Si bien uno logra un ejercicio en la profesión, hay historias que son muy
complejas y luego es difícil salir de ellas. Sobre todo porque después nos pasa que cada uno, en su teléfono, tiene un montón de denuncias similares. El programa no es el lugar para hacer la denuncia, pero querés vehiculizarlo, visibilizarlo, porque sabés que podés ayudar. Entonces, hay momentos en los que tenés que elegir. Eso lo vivo a veces como injusto o ingrato.
RESPONSABILIDAD SOCIAL
¿Qué entendés por responsabilidad social?
La entiendo como el rol que uno debe tener activamente como ciudadano frente a otro.
¿Creés que la sociedad argentina es responsable socialmente?
No mucho. Tal vez en algún caso puntual, pero no en general. Está esa cosa de “El argentino es muy solidario”… Creo que lo es puntualmente, cuando ocurre algo. Hay una cuestión de involucrarse one shot. Me parece que nos falta una continuidad en diferentes instancias.
En las reivindicaciones que promueve el feminismo, ¿sentís que se está mejorando?
De a poquito, de a poquito. Siento que es más de careteada, que igual me sirve y está bien. Se cuidan el traste: “Bueno, a ver si ahora estas locas que están todas feministas con el pañuelo verde…”. Es más desde ahí, por ahora, pero se está operando de a poco el cambio.
¿En los medios se está dando ese cambio?
Sí, pero igual creo que, en principio, es más de careta que real. Igual me sirve, pensando en un fin último. No sé si hay un cambio tan a conciencia. Es más evitando un riesgo. Pero está bien, esto es a largo plazo. Está la instancia de “Mirá cómo se ponen” y querer evitarse un quilombo, y después llega el momento de darse cuenta de que es real,
que hay violencia.
¿Sentís que tenés una responsabilidad?
Sí. No es que vine a cambiar el mundo ni que soy una mesías, pero me parece que siendo un espacio de comunicación hay una responsabilidad. Desde el canal, desde la productora, yo como conductora, mis compañeros. Y también hay que tener cuidado de lo que se dice y cómo se dice, porque podés herir susceptibilidades o expresarte de un modo que lastima a otro. Uno es responsable de eso.
¿Cuánto te duran los casos en la cabeza?
Casi todo el día. Si bien después paso al diván y es otra energía, duran. Porque está el seguimiento del caso. Mauro [N. de la R.: Szeta, el periodista de policiales del programa] en el chat del grupo nos dice “Pasa tal cosa”, “Le llegó la perimetral”, “Apareció el cuerpo”. Eso es todo el día.
En el medio de todo, también está el rating, al que le prestás mucha atención.
Sí, lo miro todo el tiempo, de vacaciones y en mi casa. Cuando veo un programa, digo “Esto está durando mucho, es una porquería, pero debe estar midiendo”, y chequeo. O digo “Mirá qué bueno esto” y, a lo mejor, no rinde. Es lo mismo que si yo tuviera un restorán: querría saber cuántos platos se vendieron, si me sobraron tomates y puedo hacer
una ensalada… El negocio de la televisión es así, es entretenimiento. Está bueno vehiculizar información, poder servir, pero básicamente el programa tiene que medir para que siga en el aire. Y para que entre dinero. Es una industria.