Sofía Piqué: Tablas sustentables con compromiso social

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El surgimiento del skateboarding se remonta a la década del 60, en California,
en un intento de los surfers por trasladar las tablas a tierra luego de un escaso oleaje en la zona. La práctica, que recientemente fue declarada deporte olímpico y competirá por
primera vez en los Juegos Olímpicos de Tokio, llegó al país recién a fines de los 70, a partir
de la entrada de las patinetas al mercado local por la apertura de las importaciones. Entonces, las mujeres que se animaban a subirse a una tabla eran la excepción; hoy, por el contrario, son una movida consolidada y con identidad propia. Actualmente, es más común encontrarse con skateparks en distintas zonas del país. Fueron ganando terreno y su construcción formó parte de políticas públicas de los gobiernos. El sonido ambiente que
se percibe al pasar por allí es el ruido rasposo de las ruedas deslizándose sobre el cemento, una y otra vez, como un crujido del pavimento. De tanto en tanto, el silencio detiene el tiempo en el aire, un salto, una prueba, y el golpe seco de la tabla al caer. Trepan rampas, suben y bajan, vienen y van, saltos y piruetas y también alguno deslizándose por el suelo luego de una caída. Sin embargo, no son de esas caídas que suelen dar vergüenza, sino
de esas que inspiran orgullo, puesto que forman parte del aprendizaje del deporte que dejó de ser patrimonio masculino, y en la Argentina las skaters coparon la escena y vienen abriéndose camino. Justamente, fueron dos mujeres las que a partir de practicar el deporte y luego de ver sus tablas hundidas en el río –porque salían volando tras alguna prueba patinando en Puerto Madero– decidieron crear Deslizate Skate. Se trata de la diseñadora de indumentaria con posgrado en ciencias sociales Josefina Goñi y la abogada especialista
en gestión cultural Sofía Piqué. Lo llamativo es que lo que comenzó como una manera
de no gastar más en tablas terminó siendo un emprendimiento apoyado en la sustentabilidad y compuesto por un ADN social, ya que parte de lo recaudado con la venta de las tablas se destinaba al dictado de talleres en barrios vulnerables para que chicos y chicas pudieran crear su propia tabla, al mismo tiempo que aprendían sobre un oficio, arte y deporte. En este sentido, escribieron el proyecto y se lanzaron con el primer taller en marzo de 2014. Fueron seis encuentros de dos horas donde 35 niños y jóvenes
del barrio porteño 1-11-14 aprendieron el corte de la madera, lijado, pulido, diseño, armado y los primeros pasos para andar. Además, una vez finalizadas las clases, se quedaron con el skate construido y diseñado por ellos. Sin embargo, hay muchas cosas del mundo del skate que la gente no conoce y ni imagina. Una de ellas es el universo de intercambio y gran comunidad que existe entre los que “patean”, como ellos definen al
andar con sus tablas por las calles. Una camaradería que no entiende de diferencias de edades ni sociales, ni tampoco de condiciones de género. En este sentido, PRESENTE dialogó con una de las creadoras del emprendimiento, la abogada especialista en gestión
cultural Sofía Piqué.

¿Cómo surge esta iniciativa?

Con Josefina somos amigas desde hace más de 17 años. Siete años atrás, ella me invita a andar en skate porque quería volver a hacerlo, como cuando era chica. Ese fue mi primer contacto con el deporte. Nos compramos dos skates muy rudimentarios de plástico y empezamos a andar todos los días frenéticamente. Un día, a ella se le hunde uno en Puerto
Madero, se le va al río. Se compra otro y vuelve a suceder lo mismo en el mismo lugar, como si hubiese una especie de maldición. A partir de la frustración y el enojo que le generó esa situación, decidió construirse dos skates luego de haber utilizado la madera
de un mueble del estudio de arquitectura de su papá. Al ser diseñadora, no le resultó difícil moldear el formato de la tabla, ya que se basó en las tablas americanas creadas por surfers para andar en el pavimento como consecuencia del poco oleaje en el mar. Yo, en paralelo, vendí mi skate para poder comprar dos. De la nada, ya teníamos cuatro.
Y como ella siempre trabajó en lo que es ayudar a barrios vulnerables y a mí siempre me interpelaron mucho esas temáticas sociales, nos preguntamos por qué no les enseñábamos a los chicos a hacer sus propias tablas.

¿De esa manera surgió la posibilidad de dar talleres en los barrios?

Claro. Porque quisimos demostrarles a los chicos que construir su propio skate puede resultar una actividad sencilla. Hay que conseguir una madera que se pueda cortar, de repente con alguna caladora que provea algún vecino. No es difícil la construcción de este tipo de tabla. En ese sentido, escribimos la idea del taller de armado de skates para chicos en barrios carenciados. Nos aprobaron el primer proyecto en la villa 1-11-14, ese fue el comienzo. A partir de ahí, nos llamaron para continuar en más barrios. Dos años después,
quisimos depender menos del aporte de los sectores privado y público para la realización de estos talleres. De esa manera, lanzamos la marca Deslizate Skate y su posterior comercialización: una parte de las ventas va destinada al taller que realizamos en los barrios una vez por año. Allí, los chicos fabrican la tabla de cero hasta la fase final. Son seis clases, una por semana, y en cada una se aprende un proceso en particular, como el lijado, el diseño, el dibujo y el armado. En general, trabajamos mucho con chicos y chicas de los 13 a los 18 años mayormente, aunque hemos tenido de menor edad también. Entiendo que al ser adolescentes es la edad donde mayor disfrutan, porque nosotras siempre decimos que el skate es una excusa para aprender carpintería, un oficio, un deporte y trabajo en equipo. Entonces, el espíritu un poco es ese, empezar con un pedazo de madera ordinario y llevarte una tabla de skate terminada, con el diseño de cada uno, y mostrar que con esfuerzo se logran resultados. Hasta el día de hoy, hemos realizado más de 35 talleres, impactando en más de 1500 niños y jóvenes de Argentina, México, Etiopía y Bangladesh.

¿Recordás alguna anécdota?

Sí, hay una que me llenó el corazón. Se trataba de un chico del barrio 1-11-14 que quería hacer el curso para regalarle una tabla a su amigo, porque se le había partido a la mitad. Vino, nos contó la idea y verlo entusiasmado por darle ese regalo a su amigo, a partir del esfuerzo y la dedicación, fue un orgullo. Sentimos que estábamos haciendo las cosas bien.

¿Y la madera utilizada también forma parte de una cadena de valor?

Sí, tenemos en cuenta la sustentabilidad desde el inicio hasta el fin del producto, manteniendo un ciclo de valor. Para lo que es la construcción, al principio queríamos
una madera que fuera nacional y que tuviera un manejo sustentable. Buscando llegamos a una que se llama lenga, proveniente de bosques que están dentro de un plan de manejo forestal de Tierra del Fuego, y su desarrollo, uso y cuidado está bajo la Ley Provincial 145 y el Decreto de Reglamentación Nº 852/95. Entendemos que la madera lenga es un recurso que ponemos en valor a través del diseño y es aserrado por pequeños productores locales con quienes trabajamos en conjunto para fortalecer y mejorar sus prácticas.

¿Cómo les afectó la pandemia?

Si bien nuestro fuerte siempre fue la venta on-line, nos afectó como a todos como por ejemplo con el tema de la logística y los envíos de los materiales en la primera etapa. Después, el hecho de estar encerrados y no poder usar espacios públicos y hacer
deportes, de repente, se vio reflejado también en nuestro negocio. Pero cuando se fueron abriendo más actividades el negocio fue mejorando, sobre todo porque había una enorme cantidad de gente con ganas de estar al aire libre, hacer deporte y trasladarse de una manera más sustentable y sin viajar encerrada en contacto con otras personas en
medio de tantos contagios.

¿Qué es para vos la RSE?

Yo no concibo una manera de hacer negocios sin pensar en lo social y lo ambiental, si no, me dedicaría a otra actividad. Es decir, nuestro corazón nació social y ambiental. Tratamos de que eso esté a lo largo de todo el emprendimiento y no que sea solo un anexo. Estoy convencida de que se pueden hacer las cosas de otra manera y generar un impacto social
positivo, sea vendiendo un skate o una planta, teniendo una fábrica de mochilas, etc. Nadie dice que vas a ser ciento por ciento social y ambiental, pero incorporarlo lo máximo posible dentro de las posibilidades es un imperativo.

¿Considerás que la sociedad argentina es socialmente responsable?

Creo que fue mutando un poco y actualmente hay mucha mayor conciencia en materia de sustentabilidad y cuidado del medioambiente. Además, entiendo que la pandemia cambió nuestras actitudes y comenzamos a repensar qué es lo que compramos, a quién, qué cuidados tomaron. La responsabilidad social fue tomando mayor protagonismo estos años, lo cual es fantástico, porque quienes van a exigir que las empresas realicen sus actividades de otra manera serán los consumidores.

¿Cómo está formado el equipo?

Josefina y yo lideramos el emprendimiento. Después hay un grupo de diez personas integrado por talleristas y carpinteros. Tenemos nuestros proveedores de Tierra del Fuego que vendrían a ser aliados estratégicos.

¿Es un mundo machista el del skate?

Es bastante machista, pero por suerte en estos últimos años fue cambiando esa postura y hay una nueva tendencia más igualitaria. Existe menos prejuicio y celebramos que haya muchas más chicas que se van animando a practicar el deporte. Es más común encontrar en las plazas a niñas andando en compañía de sus padres, quienes lejos de reprimir la
idea, la apoyan.

Y además que sean dos mujeres quienes lideran este proyecto da un lindo mensaje…

Sí, por supuesto. Creo que con los años las chicas fuimos tomando más protagonismo. El skate históricamente fue relacionado con un público masculino, y que sean dos mujeres quienes desarrollan la marca ayuda mucho. Por suerte hay una nueva generación de chicas que vienen mucho más atentas en muchas temáticas sociales actuales relacionadas con igualdad de género. Antes quizás teníamos ese espíritu, pero nos acallaban un poco más. A esta generación siento que no la calla nadie.

¿Qué consejo le darías a un emprendedor?

Yo siempre digo que no se enamoren de la idea, porque puede estar buenísima, pero cuando la llevás a cabo tenés que estar abierto a los cambios que pueden surgir. Lo recomendable es no casarse con esa iniciativa. Hay que aprender rápido, enojarse
poco, y seguir.

¿Próximos desafíos?

Nos gustaría tener una sede propia donde podamos hacer los talleres. Actualmente, ya estamos presentes en Uruguay y México, y la idea es consolidarse y ser una marca regional y un referente en skateboarding en la Argentina.