Marta Harff creció desde abajo, formó una empresa que tuvo más de 40 locales y llevó su nombre, la vendió y vio cómo la fundieron. Emprendedora tenaz, reapareció con una propuesta disruptiva. El paso del tiempo, los aromas y más, en esta charla.
Una serendipia, dice el diccionario, es un hallazgo afortunado que se produce de forma casual o cuando se estaba buscando otra cosa. El saber popular, basado en la experiencia, asegura que a la suerte hay que ayudarla. A las serendipias, entonces, también. La historia de Marta Harff combina estos golpes de suerte con estructuras sólidas que los hicieron posibles: podría haber vendido cualquier otra cosa (y, de hecho, lo intentó), pero fue en el terreno de las fragancias y la cosmética donde se desplegó a sus anchas; claramente no buscó enfermarse, pero aún hoy agradece el cambio de vida que el cáncer le trajo.
La empresaria, emprendedora desde antes de que se popularizara el término, es una self-made woman que se hizo desde abajo en una familia que no podía pagarle la escuela privada (estudió gracias a estar becada), criada por una abuela de ideas feministas cuando lo habitual era lo contrario. A sus 73 años, creó un gigante, luego lo vendió y vio cómo otros fundieron el negocio que llevaba su propio nombre. Volvió al ruedo con marca e ímpetu frescos, y sigue innovando en su campo con Perfumum Bue.
¿Qué entendés por “responsabilidad social”?
Ahora es un tema casi de moda, en algún aspecto. Es ética, tratar de no dañar, de no hacer nada que pueda afectar a los seres humanos, a la naturaleza, al medio ambiente. Un compendio de situaciones muy amplias que podés reducir a ser honesto y solidario. Son términos que se usan mucho, y no sé si se cumplen mucho, así que actualmente es absolutamente necesaria la responsabilidad social. Hoy estar vacunado, por ejemplo, es una responsabilidad social. El hecho de pensar solamente en primera persona no debería existir, porque el que no se vacuna está afectando a los demás. Ser honesto en el trabajo es también una responsabilidad social, tanto del lado del empleador como del empleado. La responsabilidad social está implícita en todas nuestras acciones que no sean íntimas. Todo lo que tenga que ver con interacción debe ser bajo este paraguas de la responsabilidad social.
¿Sentís que la comunidad en la que estamos es responsable socialmente?
Es responsable de lo mal que nos va. A mí me duele nuestra sociedad, porque hay una parte de nuestra población que no cuenta con opciones y otra parte que debe dar el ejemplo. Creo que los modelos que tenemos no son buenos. La palabra no existe, está degradada en muchísimos aspectos, y el contrato social que tenemos es malo. Me siento mal en decirlo, pero nos justificamos en las faltas del otro. Es verdad que ese universo de otros no cumple con lo prometido, y eso, a lo mejor, nos sirve como justificativo. Es muy difícil ser verdaderamente responsable socialmente. Tengo 73 años, y la Argentina que conocí a los veintipico era más responsable socialmente.
¿Hay algo que se haga desde la compañía para fomentar buenas prácticas, responsables en lo social?
Sí, en eso bajo línea todo lo que pueda. Desde cuál es el comportamiento ante los clientes hasta tener toda la operación en blanco, cumplir con todos los impuestos, las cargas sociales y los mandatos, aunque en alguno no esté de acuerdo. Siento que mi aporte es el de los hechos. La responsabilidad social empieza como un ejercicio inmediato, en casa. No se puede ser responsable socialmente, o predicar eso, si tenés gente trabajando en tu casa en negro o no les cumplís en tiempo y forma, o no te preocupás por ver lo que puedan precisar. Esa es la responsabilidad social en la que creo y la que ejerzo. Siento que no es solo una declamación.
¿Qué buscás hoy en tus proyectos?
Que me gratifiquen, que me apasionen. A esta altura de la vida quiero ser útil, ya no tengo que dar ningún examen ni demostrar que puedo. Sé que puedo. En este momento, creo que doy una mano con fuentes de trabajo. Me siento bien en la medida en que veo que quienes trabajan conmigo hacen cosas que les sirven, que progresan, que hay reconocimiento de los clientes. Ir contra la corriente también me gusta mucho, demostrar que se puede cuando todas las condiciones están en contra. Yo fui una adicta al trabajo y lo corregí, porque una cosa es que lo seas a los 25, 30 años, cuando tenés toda la energía y todo por hacer… Ya no trabajo a ese ritmo, sería insalubre. Tengo mis tiempos, salgo con mi marido a caminar, me voy a tomar un café, hago unas dos horas de trabajo a la mañana, dos o tres horas a la tarde, y listo.
¿En algún momento sí querías demostrar cosas?
No sé si tenía que demostrarles a los demás. Yo creo que era conmigo. Cuando sos joven, es todo un desafío y no sabés. Empecé desde cero, paso a paso, y las cosas se fueron logrando. Hoy ya tengo una experiencia que me tranquiliza y me avala. Mi gran logro fue después de los 40; después de separarme y de haber tenido cáncer de mama, em- pecé mi empresa sola. Ahí me fue bien.
¿Tiene que ver con ese recorrido o con la superación de la enfermedad?
Creo que la enfermedad fue una especie de semáforo. Con ella tomé conciencia de que no era inmortal. A los 37 años yo me comía el mundo, podía trabajar veinte horas y los siete días de la semana. Y la familia no era vital para mí. Estaba en pareja, pero lo que me pasó fue que después del cáncer empecé a prestar atención a todo lo afectivo. Me separé. Quise tener un hijo y tuve que enamorarme de nuevo, pasaron como siete, ocho años en el medio. Fue gracias al cáncer. Al cáncer le estoy muy agradecida, porque me cambió la vida. Ahí rebalanceé todo.
¿Por qué elegiste este rubro?
Por casualidad, porque podría haber elegido otra cosa. Hacíamos jabones a nivel institucional, para los baños públicos de las grandes empresas, y cada año les regalaba a los clientes jabones con olor y forma de frutas y verduras, siempre diferentes. Un año decidí poner un stand, como una especie de kiosco, una frutería, y todo fue llevando de un éxito a otro.
¿Sentís que podrían haber sido otros productos?
Intenté con otros productos, pero no era el momento. A lo mejor, tendría que haberlo hecho ahora… Intenté con una línea gourmet orgánica, de produc- tos no perecederos, que se llamó “El barrial”. Lo que pasa es que estaba avanzado a la maduración del mercado, yo no fabricaba, entonces tenía que ir al fabricante, decirle cómo lo tenía que hacer, ponerle el packaging. Era un trabajo muy grande para competir después con los supermercados. Luego tuve con mi marido un negocio de decoración y arte que fue exitoso, pero este rubro es el que más me convoca, porque lo mamé y lo entiendo. Logré un reconocimiento y un desarrollo, por lo cual volví. No sabía cómo me iban a recordar, porque aparte mi empresa anterior quebró, yo fui una acreedora también, quedé sin cobrar.
Con la particularidad de que era tu nombre…
Sí, lo cual a mí me resultó muy doloroso. No salí a explicarle a la gente, así que no sabía cómo sería el tema. Se ve que mi trayectoria quedó más en el imaginario que este incidente y no tuve nunca ningún problema. Es más, siempre conté con el apoyo de los proveedores. Perfumum Bue lo hago a la medida de mi disponibilidad, tengo la ambición acotada. Mi empresa podría tener tres o cuatro veces el volumen que tiene, pero también sería una locura para mí. Esta es la escala que yo puedo manejar.
¿Qué creés que hay detrás de los olores, de los aromas? ¿Por qué surge esta necesidad en la gente?
Eso es muy interesante. Primero, el sentido del olfato es el más desarrollado al nacer. El más primitivo también… Está desarrollado a full al momento de nacer. No sucede así con el oído, el tacto, el gusto, la vista. Todo eso se desarrolla. El olfato, todavía hoy, aunque estamos tan civilizados, nos da mensajes: “Esto es bueno, esto es malo; esto se puede comer, esto no; esto apesta, me tengo que ir de acá porque me voy a enfermar; esto es agradable, me pone de buen humor”. Nos hace sentir bien o nos deprime, aunque muchas veces no lo atribuyamos a él. Yo digo que hasta las mentiras tienen olor. Cuando alguien miente, por más que sea un actor tremendo, debe emitir un olor, como pasa con los animales cuando sienten adrenalina. El miedo también debe tener olor.
Los olores y aromas son difíciles de evocar y poner en palabras, solo se los puede sentir, ¿no?
Es algo involuntario, no te lo proponés. A veces no sabés qué te pasó, simplemente pasa. Y no es casualidad que los que te despierten la memoria olfativa sean aromas que tienen que ver con la torta, la vainilla, el tabaco, las flores, los condimentos de cocina. Te llevan a tu infancia, que es donde más se fija esta memoria olfativa. Aparte, muchísimos de esos ingredientes son ingredientes de medicina. O sea que hay una asociación con lo que nos resulta agradable, con lo que es bueno, con lo que es saludable. Es un link muy interesante. Por decir un ingrediente bastante conocido: el clavo de olor. En la cocina se usa mucho, en perfumería también. En la comida se utiliza para condimentarla, pero también para conservarla. Los indígenas de México lo usaban cuando tenían un problema en los dientes. El clavo de olor es el eugenol de la pasta del dentista. Después, la lavanda, el romero o el tomillo son todas especies aromáticas que tienen uso en la medicina, en la comida, cuando no había heladera. Es fascinante el mundo de la perfumería. La palabra perfumum, que yo uso como marca, viene del latín y significa “A través del humo”. Per fumum. Y eran las ofrendas que les hacían a los dioses, las hierbas aromáticas.
Tu línea nueva, Serendipia, además de por las fragancias se destaca por venir en bidones, ¿por qué?
Me atreví a eso gracias a la experiencia de varios años. Yo ya tenía bidones, pero no había sacado una línea. El bidón se fue haciendo cuando la gente reponía el producto que venía en un envase. Ahora la gente no quiere gastar y es más ecoconsciente. Fui llegando al bidón por escuchar al cliente, que no quería comprar más envases, que ya los tenía y no deseaba tirarlos. Pensé en un envase con canilla y lo probé, pero me volqué al bidón. El que uso ahora es una matriz propia. Quería vender esta nueva línea de manera disruptiva y contar la historia de la serendipia, este descubrimiento casual que se da sin buscarlo o cuando se buscaba otra cosa, y te da felicidad.
En lo comercial, durante este tiempo de pandemia te fue bien. ¿Cómo fue, en lo personal, pertenecer a esto que llaman “grupo de riesgo”?
Me pega mal. Tengo un hijo de 25 años, porque fui madre a los 48, y él está muy fóbico. Sus padres somos muy mayores, entonces se fue a vivir a un departamento. Estamos mal, pero hay mucha gente que está peor: hay personas que están totalmente solas y no tienen ni siquiera la posibilidad de tener un compañero o salir, aunque sea a dar una vuelta y tomar un café como hago yo.
En general, por fuera de este tema puntual, ¿cómo te afecta la edad?
La verdad que bien, estoy saludable. Me acepto con mis arrugas, con mis limitaciones. No aspiro a parecer de una edad que no tengo. Como verás, llevo las canas, no por la pandemia, sino que hace dos años que me dejé el pelo blanco, y me gusta. Algunas ventajas tiene. Muchas veces me gustaría tener 20 años menos para hacer algunas cosas, claro que sí. Pero los tuve, hice cosas. Hay cosas que me quedaron pendientes, pero ya no las podré hacer.
Sos una mujer que creó su propio camino siempre, ¿te considerás feminista?
Sí, totalmente. Sin ser una activista, soy absolutamente feminista. Y mi abuela, que me crio, era una feminista, porque cuando yo tenía menos de doce años me dijo que tenía que estudiar y defenderme en la vida, que no necesitaba tener un marido. Eso hace 60 años. Me considero feminista, sobre todo en el reconocimiento de los logros que tuvieron que conseguir las mujeres a través de mucha lucha. Hoy, todavía, hay que luchar por algunas cosas: en las empresas hay un techo de cristal, las mujeres no ganan lo mismo que los hombres, no tienen las mismas oportunidades de desarrollo laboral aun- que están más capacitadas que ellos en muchas áreas. Es todavía un mundo desparejo.