Caminando por las calles de Suecia, Martín Valese halló en un objeto la conjunción de dos inquietudes que crecían dentro de él sin encontrar, hasta ese momento, algo que las uniera y canalizara. Quería desarrollar un emprendimiento propio, y deseaba hacerlo de una manera sustentable. La botella reutilizable fue el cauce, el punto de reunión de sus deseos y el punto de partida de Liveslow, una compañía que nació bajo la filosofía que le da nombre: vivir lento, bajándole el ritmo a la vorágine urbana, darse un tiempo para pensar, disfrutar y actuar respetando nuestro entorno.
Cuando pensabas en desarrollar algo propio, ¿ya lo imaginabas relacionado con la sustentabilidad?
Se dio todo un poco en simultáneo. Veía cosas, anotaba ideas. De repente, cuando vi esto, pensé que era algo fácil de comunicar, fácil de comercializar. Ahí todo tuvo sentido. Trabajé mucho con agencias de diseño y fotógrafos amigos con los que había trabajado en años anteriores. Me ayudaron mucho en los primeros momentos, porque quería arrancar una marca y hacerlo bien, con gente que supiera del tema. Yo no contaba con gran capital para esa inversión, pero tenía un montón de amigos con los que había trabajado en cosas de primera línea y me dieron una mano con esto. Quedó un concepto, una estética muy de primera gracias a ese networking y esas amistades laborales. Y sumé al equipo a dos socios. Una es Eugenia Vilariño, que es Licenciada en Comunicación. Durante la primera parte y hasta hace un tiempo, me ayudó mucho a armar la propuesta de comunicación. Con eso la marca fue creciendo. Después, mi viejo, Mario, nos ayudó con proveedores estratégicos. Él tiene una empresa que fabrica faros para cosechadoras y tractores, usan vidrio, plástico, metal, silicona. Fue totalmente necesario y fundamental para saber cómo hacer el desarrollo de las matricerías, por ejemplo.
¿Él ya tenía una visión sustentable?
No, para nada. O sea, es de otra escuela, no es que no le importase, pero por ahí no lo pensaba tanto. Le pareció interesante y se copó. De hecho, nosotros antes trabajábamos con una cristalería que tenía una capacidad de reciclaje del 40 por ciento. Más de eso se les ponía muy defectuoso o verde el vidrio. Él encontró otra cristalería que puede reciclar al 95 por ciento. Fue comprando el espíritu y eso está buenísimo, porque es más impacto, son menos residuos que se van generando.
Habla del contagio de la idea…
Exacto. Para nosotros Liveslow es más que una botella. Podés comprarte una botella reutilizable en un bazar cualquiera, pero esta no tiene ftalatos ni BPA, que se definen como disruptores endócrinos, en la medida en que te modifican el sistema hormonal del cuerpo y están vinculados a problemas de salud. Tampoco sabés de dónde vienen las otras. Nosotros empezamos importando el producto, lo desarrollamos y lo mandamos a producir a China, pero después nos pareció muy ineficiente, y el viaje de miles de kilómetros genera una huella de carbono enorme. Por eso, empezamos a desarrollar todo acá hace un par de años. Tenemos a todos nuestros proveedores a menos de 80 kilómetros. Es un producto que, además del tema de la reutilización, tiene una mirada consecuente con la sustentabilidad en todo el proceso.
Todo el ecosistema está pensado con el mismo enfoque.
Exacto. La otra pata que está dentro de esto de ser más que una botella tiene que ver con lo social: hace tres años, en 2020, nos aliamos con Fundación Aguas, una ONG que se especializa en relevar lugares que tienen la problemática del acceso al agua potable y hacen estudios allí. Generalmente, en la Argentina hay mucho problema de arsénico en los suelos, que es un mineral que está presente. La imposibilidad de tener conexión de agua de red te hace buscar eso, que es totalmente nocivo para el organismo. Ellos conectan con organizaciones como la nuestra, que financian proyectos de potabilización en escuelas rurales.
¿Aportan por proyecto específico o donan un porcentaje de ganancias?
Las dos cosas. Donamos un 10 por ciento de las ganancias. Hablamos con la fundación para decirles cuánto tenemos y vemos qué proyecto podemos hacer. Ellos buscan un proyecto que se adecúe al presupuesto. La de 2020 era una escuela chiquita de diez familias, en el norte. Ahora, la segunda fue de cien. Va aumentando de acuerdo con cómo evoluciona nuestra posibilidad de apoyarlos. Siempre está la idea de tener esa pata. Lo contamos, aunque suene un poco marquetinero, porque hidratándose bien uno ayuda también a otros a hidratarse. Es la lógica que queremos promover.
Las botellas están hechas de vidrio reciclado, ¿cómo lo obtienen?
Hay cooperativas que recolectan vidrio. En sí, el tema del vidrio es complejo. Es un producto supernoble, porque podés usar una botella o un vaso de vidrio durante muchos años y nunca va a tener ningún tipo de químico ni nada, se puede reciclar infinita cantidad de veces. El problema es que el vidrio es muy pesado y que además es peligroso de manipular. La recolección y la logística son caras, y están muy mezclados los vidrios de diferentes colores, no hay un buen laburo de separación, en general, en la Argentina. Recuperar vidrio es una complicación. Cuando mezclás los colores, queda una cosa verdosa que no es atractiva estéticamente. Y se paga muy poco: según cifras de la ONG Conexión Reciclado, se suelen dar 5 pesos por kilo de vidrio. Nosotros pagamos 25 o 30 pesos el kilo, seis veces más, para que traigan vidrio de descarte, pero de cristal. Hay muchísimo. Eso te garantiza que tengas un flujo constante, porque estás pagando un buen precio, y el color adecuado, para que cuando se haga la fundición te quede el vidrio transparente. Hay en el país mucho por hacer todavía, porque los que consumimos vidrio reciclado somos la minoría. Las grandes cristalerías no consumen y la mayoría termina enterrado. Es una picardía, porque tiene un valor altísimo.
¿En qué momento sintieron la necesidad de ampliar la cartera de productos?
Durante la pandemia. Nosotros tenemos tres clientes: consumidor final, mayoristas y corporativos. El corporativo siempre fue el 80/90 por ciento de la venta. Las empresas están moviéndose mucho con la sustentabilidad, es un tema que está en una fase muy de mensaje, y es fácil difundirlo con una botella en fiestas de fin de año o cuando dan regalos corporativos. Cuando llegó la pandemia, se cerraron las empresas y no hubo más eventos corporativos ni regalos a clientes. Las ventas cayeron muchísimo. Eso se compensó un poco con la gente comprando on-line, pero no era lo mismo. En corporativo hacemos ventas de 300, 500 botellas por cada venta, y el consumidor final compra, en promedio, 1,6 botellas. El esfuerzo que hay que hacer es mucho más grande. Entonces, si íbamos a esforzarnos para que la gente fuera a la web, invirtiendo en redes, en publicidad y demás, queríamos que hubiera más oportunidades de compra, con otras cosas. Ahí empezamos a colaborar con otros emprendimientos. Lo primero que hicimos fueron los holders, bolsitos para llevar la botella. Después los sorbetes de acero inoxidable, cepillos de cerdas naturales para limpiar sorbetes y botellas, cuadernos de material reciclado, tote bags, remerones, entre otras cosas. Algo que no quise que vendamos, y que nos piden mucho, son siliconas sueltas, para combinarlas con distintas prendas.
¿Por qué?
Yo tengo un ruido con esas cosas, porque vender por vender no está dentro de la filosofía. Disiento con algunos de los chicos, tenemos posiciones encontradas, porque siento que lo de las siliconas está muy en la órbita del fast fashion, que es solamente una cuestión estética. Del otro lado me dicen que sí, es una cuestión estética, pero que ayuda a generar un hábito saludable. No terminamos de definirlo. Yo no quiero que haya siliconas por todos lados y que termine siendo un residuo. No nos interesa eso.
¿Cómo equilibran el hecho de necesitar vender y crecer con no querer fomentar el consumismo?
Hay diferentes formas de crecer. Podés hacer que una persona te compre más cantidad o más seguido; o podés crecer haciendo que te compren más personas. La estrategia que tenemos que seguir es la última, el aumento de penetración de la categoría. Hoy en la Argentina cierto porcentaje de personas compra botellas reutilizables, y vamos a tratar de que la categoría aumente. Eso nos podría dar un crecimiento orgánico y vender mucho más, de una forma sostenible, porque reemplazás un producto que genera un desperdicio. No necesitamos que una persona tenga muchas botellas, porque todavía hay mucha gente que no tiene o gente que tiene botellas reutilizables que piensa que son buenas, y ahí hay un camino para construir, educando respecto al BPA, los ftalatos y todo eso. Creo que va por ahí, es la forma de pensar el crecimiento de forma sostenible.
Por el origen y las características de la empresa, es natural que se certifique como empresa B. ¿Fue sencillo el proceso?
No fue sencillo, pero no porque el proceso sea difícil, sino porque es largo y arduo. Hay muchas cosas para revisar y nosotros somos un emprendimiento relativamente chico. Tuvimos que salir a buscar ayuda a una consultora. Teníamos el modelo de negocios de triple impacto, pero debíamos tener toda la información registrada. En eso, el emprendedor es un poco desprolijo. Vas haciendo y creando todo, pero te falta registrar y ordenar la información. Fue más ese trabajo, el de documentar cómo estábamos trabajando las políticas del trabajador, de sustentabilidad, de comunicación, ventas, proveedores. Ahora, cuando vamos a dar de alta un proveedor, le damos un documento para que firme, para ver que cumpla con ciertas cosas. Antes lo pensábamos, pero no lo hacíamos así.
Los holders también están producidos con material reciclado, ¿cómo surgió esa línea?
El año pasado, en enero, nos juntamos con muchos otros emprendimientos de triple impacto, ahora somos 50 empresas y armamos la Cámara de Triple Impacto Argentina, CATIA. El espíritu es que vimos todos que teníamos barreras o dificultades similares, y uniéndonos tendríamos más fuerza para pasarlas. En ese proceso nos fuimos conociendo, y yo conocí a una emprendedora que hizo el Club Social de Costura, con un proyecto que es Cazaparaguas. Juntan paraguas de la calle y confeccionan con esos materiales distintas prendas. En conjunto diseñamos este producto. Y este año vamos a lanzar otro modelo, confeccionado con autopartes recicladas. Específicamente, con el plástico del tablero de autos. Tratamos de hacer sinergias con otros emprendedores. No tiene sentido que hagamos el recorrido que otras personas hicieron si podemos hacerlo juntos. Es un proceso colaborativo.
Otro diferencial que ofrecen es la garantía posventa.
Sí, tiene relación con el triple impacto, que es lo más importante. Lo de las garantías es un esfuerzo importante y fundamental. A mí, por ejemplo, se me rompió el lavarropas con dos años de uso, fuera de la garantía, porque había algo en una placa, y cambiarla salía lo mismo que comprar un lavarropas nuevo. Todos los problemas que vemos como más grandes en la sociedad de consumo tienen que ver con la obsolescencia programada: diseñar productos y desarrollarlos para que duren tanto tiempo y después sean imposibles de arreglar para que haya que comprar uno nuevo, con todo lo que eso implica. Nosotros creemos que una de las soluciones es que el productor se haga cargo del fin de la vida del producto. Las garantías son una forma muy buena de ejecutar eso, porque le permite a la persona tener un lugar donde llevar el producto. A mí me sirve porque lo puedo volver a usar para producir, y ellos no necesitan comprar un producto nuevo ni generar residuos. Eso es algo que no está tan desarrollado. Parece algo sencillo, pero proyectos de triple impacto muy pocos tienen esquemas de garantía, sobre todo porque muchas cosas son importadas. Poner el acento ahí es algo interesante.