Adamo-Faiden: La generación de la coherencia

Sebastián Adamo y Marcelo Faiden piensan y crean arquitectura de manera objetiva, construyendo un discurso sin engaños o imposturas en el que la obra supera al autor y la crítica se alinea a un compromiso de coherencia y honestidad profesional.

La historia de los Adamo-Faiden se remonta a la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires. Segunda mitad de la década del 90, días de estudiantes, horas compartidas preparando entregas, convivencia forzada a medio galope entre la casa de la familia Adamo, en Florencio Varela, y la de los Faiden, en Almagro. Hasta allí, la realidad de dos individuos más de los miles que se dejan ver a diario con sus maquetas bajo el brazo por la Ciudad Universitaria. El devenir trueca la suerte en el año 2000, cuando en tándem ganan un concurso para asistir a un posgrado en España, el cual realizarán a destiempo: primero viajará Faiden y un año más tarde se sumará Adamo. Llamativamente, elijen Madrid para vivir y trabajar, y la Universidad Politécnica de Cataluña para estudiar. Así, todos los martes, se subirán al tren para ir a sacar su doctorado en Barcelona. Parece que, por aquel entonces, según las propias palabras de Faiden, en Madrid “había una movida en la que muchos estudios estaban friccionando una manera de hacer” que les interesaba, y ellos querían verla en primera persona. Eso es la experiencia, que no te la cuenten, sino vivirla, porque arquitectura es mucho más que un plano, es palabra y pensamiento. En 2005, decidieron volver a Buenos Aires con dos encargos en la galera: un edificio para un grupo inversor y una casa para un particular. Como lo del edificio se esfumó al pisar Ezeiza, debieron salir a remarla con la casa. Desde que alquilaron su primera oficinita, junto a Harrods Gath & Chaves, hasta hoy, no pararon de darle al remo. Los Adamo-Faiden son coherentes en cada uno de sus proyectos. Discutibles, criticables, premiables o admirables, pero ante todo, son coherentes. Esa quizás sea la máxima responsabilidad que tiene el estudio, el compromiso hacia la propia obra y la objetividad absoluta cuando se refiere a la obra de los otros. Como representantes de una generación en la que se destacan otros tantos de igual manera, ya han dado claras muestras de que son capaces de hacer buena arquitectura; o sea, ARQUITECTURA, así, en letras adultas de tipos grandes.

¿Cómo hicieron para ganarse un lugar a su regreso?

Marcelo Faiden: Todo lo que fuimos haciendo formaba parte de un proyecto completo: si no había un cliente, lo proyectábamos; si no había un espacio, lo buscábamos. Era forzar la posibilidad de que ocurriese lo que nos imaginábamos.

En aquel entonces tenían 28 años, un doctorado cursado, una experiencia laboral en Madrid, un estudio recién fundado en Buenos Aires y algunos encargos privados; por lo cual no estaba mal verlos como jóvenes promesas. Pero eso era en aquel entonces, ahora tienen 36 años, una coherencia absoluta en sus obras, han participado de concursos y obtuvieron la Medalla de Oro de la Bienal de Arquitectura de Buenos Aires, diversas publicaciones internacionales se ocuparon de sus trabajos, tienen una carrera docente y crítica que se fue consolidando sobre la honestidad. Entonces, ¿quién se atrevería a seguir llamándolos “jóvenes arquitectos”?

M.F.: El de “jóvenes arquitectos” es un rótulo perverso que le hace mal a la disciplina. Baja verticalmente desde quienes son grandes y es como si te relegara, en cierta medida, a un segundo plano, sometiéndote a encargos menores. Entonces, la perversión radica en que cuanto más logran extender la juventud de las nuevas generaciones, más extenderán o protegerán su propio reinado.

Llamativamente, es conocida su admiración por la obra del arquitecto Mario Roberto Álvarez (1913-2011), uno de esos arquitectos que bien podría haberlos tildado de “jóvenes” a ustedes. ¿Tuvieron la oportunidad de hablar con él sobre arquitectura?

Sebastián Adamo: Sí, en ocasión de la visita de Anne Lacaton (destacada arquitecta francesa cofundadora del estudio Lacaton & Vassal) a Buenos Aires, quien nos pidió que la vinculáramos con Álvarez. Él accedió y nos invitó a desayunar un sábado a su casa. Estuvimos conversando dos horas, durante las cuales nos mostró en detalle el funcionamiento de todo su hogar, un piso séptimo del edificio que él mismo había construido en 1959 en la esquina de Posadas y Schiaffino. Los recuerdos demostraban que su mano había estado en todo y que él construía a partir de aquellos detalles la comunicación de su pensamiento. Álvarez tenía más de 90 años cuando nos encontramos.

M.F.: Si no hubiese sido por el pedido de Anne, jamás hubiésemos ido a conversar con él, porque lo que nos interesa de aquella generación de arquitectos, mayores que esos otros que fueron nuestros profesores, es, precisamente, que al no tener una proximidad temporal, podemos mantener una distancia crítica sobre su trabajo.

¿Creen que sus obras envejecerán con la misma dignidad que las de Álvarez?

S.A.: La vigencia de sus obras está en relación con la forma en la que están construidas, con un sistema de trabajo. Hoy podés visitarlas y apropiártelas, haciéndolas tuyas para seguir proyectando a partir de ellas. Eso mismo queremos que crezca en las nuestras, que sean apropiables.

Proponen una suerte de plagio legítimo que toma como punto de partida el estudio de la obra propia y ajena. En esa línea de pensamiento, se puede distinguir cierta similitud proyectual entre la casa Vignolo y la casa Sáenz, ambas de su propia autoría.

M.F.: Ese plagio del que hablás, ese volver a la obra realizada, surge indudablemente porque existe una agenda privada con temas recurrentes. Somos un estudio que tiene una parte académica, otra de investigación y una tercera de producción; y es en ese sitio donde las ideas se contagian, debiendo siempre entrar en sintonía con las necesidades públicas, con las particularidades de cada encargo.

En la memoria de la casa Sáenz (una obra realizada por Adamo-Faiden en La Plata para un comitente particular) se puede leer: “Sus propietarios, una pareja mayor y sin hijos, comprendieron que una organización abierta y sin jerarquías (…)”. ¿De qué manera el arquitecto ejerce su influencia sobre el comitente para desarrollar en la obra lo establecido en el campo proyectual?

S.A.: Aquello de “comprendieron” que figura en la memoria de la obra forma parte de una comprensión bien entendida que se hace durante el proceso. Es algo que surge del propio diálogo, y el proyecto termina indicando cómo será la relación con los tamaños, con el paisaje, la estrechez de la casa con un entorno abierto en este caso. El ejercicio del proyecto es subjetivo, abierto y no siempre es en una línea que se empieza y termina en un ciclo determinado, depende de muchos factores.

M.F.: Siempre somos nosotros los que terminamos aprendiendo del cliente. Cuando la obra está finalizada, al ver las fotos parecería que el arquitecto tuvo un poder enorme, cuando en realidad esos proyectos concluidos reflejan claramente muchas cosas de la personalidad del cliente.

S.A.: Hace poquito nos hicieron una entrevista para Clarín ARQ en esa casa, en presencia de la clienta. Lo que le resultó llamativo a la periodista fue la normalidad con la cual la propietaria vivía y disfrutaba de su casa, quizás porque esperaba que allí viviera un personaje tipo Andy Warhol; pero no, aquella señora con pantuflas era de lo más normal. Ella sentía su casa, la entendía y la quería. Lo que hablamos de la conversación, como se gesta un proyecto, es una cuestión práctica y real. Esa casa no sería así si fuese otro propietario el que la hubiese encargado, porque los Sáenz formaron parte del proceso.

¿Entrevistan al cliente para conocerlo bien antes de encarar el diseño de la obra?

M.F.: Nos interiorizamos, pero no a nivel interrogatorio, sino que existe una etapa de anteproyecto, ya sea que la obra fuese para una empresa o un particular. Charlando te vas dando cuenta de su estilo de vida, de sus necesidades, sin que haya que sacar una fichita que diga “cuestionario para casas de 200 m²”.

¿Se puede separar funcionalidad de diseño?

M.F.: Un amigo mío dice que la funcionalidad es la “prueba del cuatro”, o sea, para aprobar tiene que funcionar sí o sí. Aunque el tema de la funcionalidad es otra cosa perversa, porque refiere a que las cosas actúan de una manera unívoca, y la arquitectura no está ligada a ese tipo de verificación.

S.A.: La buena arquitectura no diferencia estética o diseño de funcionalidad, sencillamente porque van de la mano. La arquitectura debe ser consistente y cumplir con varios factores: tiene que estar bien con el entorno, debe dar respuestas de asoleamiento, de ahorro energético, debe estar bien construida, ser funcional a la persona que la habitará en el presente y en el futuro, debe ser rentable en términos financieros. Resulta imposible quitar una de esas esferas, porque nos quedaríamos con algo que no es arquitectura.

¿Cuál fue la obra por la cual se dijeron “¡con esta nos lucimos!”?

S.A.: La próxima que estamos por hacer.

Buena respuesta, ahora intentemos otra, pero esta vez sin cassette.

M.F.: (Sonríe) Si bien es cierto que hay algo de chiste en esa respuesta, también hay mucho de verdad. Cuando comenzamos un nuevo proyecto, resulta que en él hay muchas cosas que las ensayamos previamente en otra obra anterior, un intento que luego mejoramos, de eso se trata cuando afirmamos que la mejor obra será la próxima. Cuando se observan nuestras obras en conjunto, tienen una coherencia, un sistema de trabajo coherente. Para evaluar una obra hay que ver la foto en su totalidad, analizando varios puntos, como, por ejemplo, la relación que establecimos con el cliente o si fuimos capaces de equiparar un presupuesto correctamente.

¿Recuerdan alguna crítica o reconocimiento especial que les hayan hecho?

S.A.: Recuerdo una charla que dimos en el Aula Magna del Politécnico de Madrid. Cuando salimos, se acercaron algunos colegas españoles de renombre, y de manera categórica nos alentaron a seguir firmes en nuestro camino. Nos dieron confianza en algo que para nosotros tenía una dosis alta de riesgo, porque estábamos construyendo una identidad a partir de nuestra juventud.

M.F.: También fue importante cuando nos dieron la Medalla de Oro en la Bienal de Arquitectura de Buenos Aires en 2009. Lo llamativo fue que no habíamos sido invitados a participar de esa bienal. Otro reconocimiento fue al siguiente año, cuando recibimos una invitación para exponer en el Museo Guggenheim de Nueva York. Estos fueron algunos de los reconocimientos de nuestros pares, quizás los más valorados, porque al igual que ocurre con los músicos o los cocineros, cuando la crítica viene de los que pueden ver un poco más allá de lo evidente resulta más valiosa.

¿La crítica entre arquitectos es bien intencionada o los egos traicionan su objetividad?

M.F.: Si uno quiere, puede alejarse y ver con claridad la obra. En arquitectura los tiempos son otros y los edificios duran más que las personas, esa realidad te posibilita obviar al autor e ir directamente a lo que te interesa de la obra.

¿Pero qué ocurre con los arquitectos contemporáneos?

S.A.: La objetividad se construye día tras día. Si vos te engañás, ya sea adulando o creyéndote la adulación, perdés la mirada crítica sobre las obras, y a nosotros nos interesa mucho no perderla. Insistimos: nos interesa más la arquitectura que los arquitectos.

¿Qué opinión tienen sobre la arquitectura definida como “sustentable”?

S.A.: Hay obras más sustentables que otras, pero no tienen que ver con los tópicos de sostenibilidad. Las obras en criterios reales más sustentables son las que habitan en la ciudad y tienen cierta densidad, porque colaboran con un urbanismo sostenible, evitando el desplazamiento de la gente y concentrando la energía en un mismo edificio, entre otros factores claves.

M.F.: Cabe destacar que una cosa es la arquitectura color verde y otra muy distinta es que esa arquitectura tenga una finalidad verde. La primera se asocia con la vegetación, con trabajar desde la cota cero de un proyecto, tomando en cuenta el entorno. Si construís una casa de uso diario en un barrio cerrado, por más que le pongas paneles solares no tiene sentido que la llames “sustentable”, porque el modo de vida que implica no lo es. En cambio, un edificio construido en una zona densamente poblada, como puede ser un barrio de la ciudad de Buenos Aires, será más sustentable que aquella casa de country, incluso aunque el arquitecto no haya considerado ningún parámetro sustentable en el edificio.

¿La ciudad de Buenos Aires acompaña a la sustentabilidad?

S.A.: Bastante. Es una ciudad con una densidad interesante que no tiene grandes trabas en su crecimiento, porque se recicla constantemente, incluso aumentando en altura. La sociedad participa activamente en este proceso; Buenos Aires es una ciudad deseada, hay mucha gente que se vincula con los estudios porque quieren participar en esta dinámica de edificios, como también es cierto que hay otra gente que se quiere ir a vivir a Pilar. Es un deseo de voluntad; es, ingenuamente, un atributo que tiene la sociedad argentina que la hace contemporánea en la forma de habitar la ciudad.


Una cuestión estética y semiológica

Los Adamo-Faiden, al igual que otros arquitectos de su generación, proponen en su discurso ciertas combinaciones de palabras que fortalecen un lenguaje crítico e, incluso, artístico. En lugar de decir “evidenciar”, “responder” o “método”, ellos prefieren: “poner en evidencia”, “dar respuesta” o “manera de hacer”. Lo mismo ocurre con la estética. Antes una maqueta con dos autitos a escala proyectaba un edificio; ahora, los arquitectos potencian con herramientas de otras artes la presentación de sus ideas. Los Adamo-Faiden parecen comprenderlo; quienes observen sus trabajos notarán dejos de la fotografía de Robert Doisneau y los trazos de Edward Hopper. Claro, el lenguaje y los parámetros estéticos van mutando de una década a otra, marcando quizás grupos de pertenencia; pues bien, entre los arquitectos también se reconocen con solo mirarse.

¿Se sienten parte de una generación de arquitectos que marca tendencia desde un espacio denotado por ciertos modismos lingüísticos, artísticos, estéticos y críticos?

M.F.: Para saber si eso es así habrá que esperar un poco y ver qué pasa, porque hasta ahora, esos puntos que observás solo forman parte de un fenómeno llamativo, son particularidades aisladas que pueden prometer algo, pero hay que ver si lo cumplen. Intentamos llevar todas las preguntas al tiempo, someterlas al devenir, porque sabemos que la arquitectura tarda tiempo en hacerse y en desaparecer. Uno es permeable a lo novedoso, resulta atractivo, pero tenemos una buena dosis de escepticismo.

S.A.: Hay que diferenciar dos temas. Uno es el de posicionamiento, y otro el de construcción del lenguaje. Este último tiene que ver con una agenda del estudio que, como te hemos comentado antes, pone su interés en despersonalizar la opinión, el objeto o el proyecto para obtener o alcanzar una dimensión crítica más honesta. Es como un plano: lo pensás, lo producís y lo sacás. El lenguaje pone por fuera lo que está diciendo para que pueda ser tomado, adoptado o destruido por otro, es como la despersonalización de la palabra.


Plaza Catalina para Torre Consultatio

El estudio está desarrollando el proyecto de la plaza de la futura Torre Consultatio en Córdoba y Alem, obra diseñada por el estudio Arquitectónica de Miami (EE.UU.), un espacio privado de uso público que rematará la parte sur del área de Catalinas. Esta cota cero resulta de suma importancia dado que el edificio certificará bajo las normas de sustentabilidad LEED. Los Adamo-Faiden trabajaron sobre un sitio en el que históricamente reina la baldosa y el macetero, convirtiéndolo en un espacio con un diálogo ambicioso, desarrollando en él un sistema geométrico que puede negociar con todos los accidentes que tiene el terreno. Mientras que la torre ya estaba dada con una posición girada en relación al resto de las torres de catalinas, el sistema propuesto por el estudio permite cualificar los espacios y diluirlos al mismo tiempo.

 

Skip to content