Todos los niños, jóvenes y adolescentes tienen el derecho a vivir en una familia que los cuide y los contenga. Sin embargo, algo que parece tan básico no siempre sucede. “Hay miles de niños para quienes esto no es una posibilidad, porque sufren violencia, maltratos, abusos o negligencia”, explica Alejandra Perinetti, Directora Nacional de Aldeas Infantiles
SOS Argentina, la sede local de la organización internacional que acompaña a las familias para asegurar este derecho. Esta Licenciada en Recursos Humanos que dejó el trabajo en empresas hace 15 años para dedicarse a una labor que la conmueve todos los días habla del papel de esta ONG para mejorar la situación de muchos niños y adolescentes de nuestro país.
¿Cómo describís el trabajo de Aldeas Infantiles?
Aldeas es una organización de desarrollo social que trabaja para poder cumplir los derechos de niños, adolescentes, jóvenes y sus familias también. Fue creada en 1949 en Austria y llegó a la Argentina en 1979, cuando estableció la primera aldea, en Oberá, Misiones. En la actualidad trabajamos en Oberá, Córdoba, Mar del Plata, Luján, Rosario y Buenos Aires. Básicamente nuestros programas están dirigidos a niños y adolescentes que han perdido el cuidado de sus familias por diferentes motivos o que están en riesgo de perderlo. Para
Aldeas, como lo marca la Convención de los Derechos del Niño, el derecho a vivir en familia es absolutamente prioritario. Trabajamos en fortalecer a la familia para que los niños no pierdan su cuidado, pero, obviamente, ese cuidado tiene que estar bajo pautas de buen trato, crianza positiva, afectividad consciente, todo aquello que el niño necesita para lograr un desarrollo integral en su vida.
Hay muchos chicos que no pueden estar en familia con esas garantías.
Tal cual. Hay ciertos motivos por los cuales una familia pierde el cuidado de sus hijos. Esas causales normalmente son diferentes tipos de violencias (abuso sexual intrafamiliar, violencia física, negligencia). Todo lo que vulnera los derechos de los niños se denomina “prácticas violentas”. Si, efectivamente, la familia no logra subsanar la situación que dio
origen a que no puedan cuidar de sus hijos, la autoridad de aplicación (jueces, autoridades administrativas) busca una alternativa para esos niños, porque no pueden regresar a su familia de origen.
¿Qué pasa cuando un chico que llega a Aldeas no puede volver a convivir con su familia?
Cuando un niño llega a Aldeas, utilizamos todas nuestras herramientas para generar competencias en esas familias y que el niño pueda regresar. Cuando esto es imposible, la segunda opción es la adopción. Interviene el juez de familia para que el niño pueda ser adoptado. Lamentablemente, en nuestro país existe una falsa creencia de que hay más familias que quieren adoptar un niño que niños en adopción, pero no es así. En el 98 por ciento de los casos las personas quieren adoptar un niño de 0 a 3 años, y esta no es la edad en la que pierden el cuidado, sino entre los 10 y 15 años. Cuando no hay ninguna familia que quiera adoptar a este niño, niña o adolescente, trabajamos en el Programa de Niños y Jóvenes, para que puedan alcanzar la autonomía progresiva, es decir, para
que logren un desarrollo que les permita encarar una vida independiente e insertarse en la sociedad.
¿Ustedes tienen hogares?
Tenemos espacios de cuidado familiar. Son casas donde habitualmente vive un cuidador, que es personal remunerado seleccionado por Aldeas. En cada una de estas casas, que son de aldeas y están dentro de un predio o en un barrio, suelen vivir entre cinco o seis niños. En toda la aldea, alrededor de 25 niños.
¿Cómo llega un chico a Aldeas?
Un servicio zonal, que es el órgano que atiende la protección integral de niños en una comunidad o un juzgado de familia, le pide a Aldeas una vacante. Nosotros evaluamos la posibilidad de ingreso de ese niño según la capacidad que tengamos. En una casa familiar no es lo mismo cinco que ocho, por eso somos rigurosos al recibir a un niño. También tenemos cierto criterio de distribución (muchas veces los más pequeñitos junto con los más grandes hacen ruido y tenemos cuartos de mujeres y otros de varones). En función de eso, los niños ingresan mediante un proceso paulatino para que vayan adaptándose al lugar. En el caso de que haya riesgo de vida en su familia, se hace un acogimiento de manera casi automática.
¿Entonces no trabajan con los chicos mientras viven con sus familias?
Sí. En la segunda parte, la de prevención de la pérdida del cuidado familiar, trabajamos un pasito antes del Cuidado Alternativo. Trabajamos con las familias a través de planes de desarrollo familiar, capacitación, talleres, mejora de sus ingresos con formación preprofesional. Intentamos subsanar aquello que pone en riesgo o vulnera los derechos
de los niños.
¿A esas familias llegan también a través de organismos gubernamentales?
No, para establecer un programa (se llaman de Fortalecimiento Familiar) llegamos a la localidad después de haber hecho un estudio de factibilidad para ver si nuestro servicio es necesario, si tendrá impacto, si la población se va a apropiar de ese servicio y si dará un resultado para la comunidad. En ese caso, desarrollamos dos tipos de programas: uno a través de espacios de cuidado diario, que son centros comunitarios, a los que los niños
pueden ir a contraturno escolar, porque la educación formal es no negociable (no solo es un derecho, sino que hace a la autonomía y el desarrollo). En ese espacio desayunan, almuerzan, meriendan. Además, como llegan con una vulneración importante de derechos, trabajamos desde la identidad (tramitar un DNI) hasta la estimulación temprana, el control de peso y talla, la evaluación pedagógica, todo de acuerdo con la edad. Para otra etapa, damos apoyo escolar, talleres para que puedan apropiarse de sus derechos y demandarlos. Con las familias, trabajamos en un plan de desarrollo familiar. Se hace un diagnóstico; las familias identifican fortalezas y debilidades, y se comienza a trabajar en eso. Utópicamente es Fortalecimiento Familiar para que Cuidado Alternativo no sea necesario. En Cuidado Alternativo tenemos la modalidad de trabajo que se denomina “Familia Solidaria”, que
son familias de la comunidad, seleccionadas y formadas por Aldeas, que reciben a un niño pequeño, normalmente desde que nace hasta los tres o cuatro años. Los niños están en tránsito hasta solucionar la situación que dio origen a la pérdida del cuidado familiar o hasta que vayan a adopción. Hacemos la selección, el juez o coordinador del servicio zonal
autoriza que la familia ingrese al programa, la formamos, es un proceso muy riguroso. Cuando se hace el acogimiento de un niño, realizamos el monitoreo, la supervisión de esa familia, el acompañamiento y el proceso de cierre y preparación para un nuevo acogimiento.
¿Cuál es para vos la responsabilidad del Estado en el cuidado familiar?
Como especifica la Convención, el primer garante de los derechos del niño es el Estado. Las ONG que nos abocamos al cuidado de niños y niñas somos responsables complementarias del rol del Estado. No podemos en ningún caso tener la misma responsabilidad que él. Por eso, la Argentina ha ratificado la Convención de los Derechos del Niño, y también tenemos la Ley 26.061, que determina la protección integral de los niños. Primero, viene el Estado; y después, los otros actores. Pero claramente el Estado solo no puede. No hay atención
especializada para los niños que han perdido el cuidado en muchas localidades, por lo que complementamos lo que el Estado no puede hacer.
¿Cómo ves el rol del sector privado en la garantía de los derechos de los niños?
La función del sector privado es fundamental. La sociedad en su conjunto está convocada a proteger los derechos de los niños, por lo que las empresas poseen un rol protagónico. Tanto a nivel nacional como público y privado tenemos que trabajar en pos de los objetivos de desarrollo sostenible. Por eso es importante la responsabilidad social empresaria. Creo que juntos, potenciándonos, podemos crecer como país y garantizar los derechos. La situación que genera esto puede estar atravesada por el rol de garante de derechos que tienen las empresas, por ejemplo, en la explotación infantil. En la Argentina existe una red de empresas que trabajan para la erradicación del trabajo infantil. Ahí tenemos mucho
para andar, un recorrido muy importante por parte del Estado, las empresas y las ONG.
¿Hasta qué edad viven en aldeas?
En la aldea viven habitualmente hasta la mayoría de edad. Pero tenemos casas de preegreso, donde los niños están desde los 18 hasta los 21, cuando empiezan a hacer su proceso de autonomía, en casas de Aldeas que son manejadas en todos los aspectos por ellos. A partir de los 21 van a lo que nosotros denominamos “viviendas asistidas”, donde
los apoyamos hasta que logren independizarse. La edad cronológica nunca la ponemos por delante. Hay pibes que a los 21 años se independizan. A otros les cuesta mucho más y los apoyamos, e inclusive tenemos un programa para jóvenes independizados que tienen situaciones de emergencia en que también los volvemos a apoyar.
Te veo muy entera ahora, pero vi un video institucional en el que estabas con lágrimas en los ojos. Es un trabajo en el que estás todo el tiempo sensibilizado y debe ser muy difícil abstraerse.
Es un trabajo muy movilizador. Yo siempre repito lo mismo: el día que no me conmueva la historia de un pibe o una piba, no sigo en Aldeas Infantiles porque habré perdido esa capacidad que te hace mover por adentro, que te toca tu fibra más íntima y que hace que uno tenga esa sensibilidad que le permite brindarle al otro todo. Pero como profesionales
que somos, tenemos que poner algo de distancia. Si no, entraría llorando un pibe a Aldeas
y nos pondríamos a llorar con él. Y no se trata de eso, se trata de acompañarlo en un proceso de resiliencia que le permita en un futuro integrarse a su familia, tener un proceso de adopción exitoso o independizarse.
Contame una anécdota que te haya movilizado.
Tengo cientos. Te cuento una que he contado poco, pero que me moviliza mucho. Hace unos años conocía en Córdoba a María, una nena que ese día estaba haciendo el proceso de acogimiento. Debía tener 9 o 10 años, y me tocó quedarme un tiempo bastante largo en la aldea. Como a los tres o cuatro años, me la encontré en una de las casas familiares
en que me habían invitado a comer y me dijo: “Yo te conozco a vos. ¿Cómo te llamabas?”. “Alejandra”, le dije. “Ah, ¿vos qué hacés en Aldeas?”. “Soy Directora Nacional”. “Ahhh, ¿y qué estudiaste?”. “Recursos Humanos”. “Ah, yo voy a estudiar Recursos Humanos para que cuando sea grande pueda ser directora de las aldeas”. El tiempo pasó, María creció y cuando terminó el secundario me escribió una carta diciéndome que iba a estudiar Recursos Humanos, que iba a ver si entre tanto podía trabajar y que quería devolverle a Aldeas algo de todo lo que le había dado. Finalmente estudió Recursos Humanos,
se recibió y es una joven hermosa, maravillosa, con una característica que tienen los nenes que pasan por Aldeas, que es esa sensibilidad social, de dar algo más, aunque tengan poco. Para mí fue un orgullo y estoy esperando que crezca para darle el puesto de Directora Nacional.
¿Cómo se financia la organización?
A partir de este año somos autosostenibles. Generamos los fondos que gastamos en la Argentina para desarrollar nuestros programas. Tenemos diferentes estrategias, pero el core de la recaudación de fondos son donantes individuales, personas que aportan regularmente todos los meses. Una porción de dinero bastante pequeña proviene de alianzas con empresas y una parte pequeña también de subsidios gubernamentales.
¿Cómo es un día de trabajo tuyo?
Lo bueno de este trabajo es que no hay rutina, no hay tiempo de aburrirse. Uno se predispone para encarar un día de determinada manera, pero siempre el trabajo te sorprende. Son muchos niños, muchas familias, que ameritan que la Directora Nacional
esté presente para la toma de decisiones o para guiar a las personas que están trabajando de manera directa. La tarea más importante que tiene un Director Nacional es conformar un equipo, después la organización camina sola. Prepandemia, arrancaba el día a las 7:15, me iba a la oficina y nunca sabía cuándo me iba. Viajo muchísimo. El trabajo en el territorio es lo más lindo; poder compartir con los pibes, con las familias, con los equipos que
trabajan es lo más sabroso que tiene la organización. Conocer las historias de vida de cada uno de los chicos que llega a la organización. No es lo mismo conocerles la carita que leer un expediente. Cuando pegás esa historia de vida con la cara de ese niño, empezás a entender dónde trabajás, con quién trabajás y para quién trabajás.