Su imagen física es el reflejo de los porteños años 20. Pelo corto, carré y negro resultado de su último rol teatral, Andrea Bonelli es una artista con muchas aristas, compromiso y lealtad a su pasión de compartir historias.
Alejado del circuito comercial de calle Corrientes, el Teatro Regio aparece como un punto artístico silencioso sobre la avenida Córdoba. Fue Carlos Gardel uno de los grandes que pisó ese escenario, pero no es solo ese dato el que Andrea encuentra emocionante. Haber estado, por primera vez, actuando allí con la obra Gigoló también le recordó a sus padres quienes, vecinos del barrio, iban a ver películas en continuado pudiendo observar la cúpula que se abría como una flor buscando el cielo. Con cinco años consecutivos encadenando un proyecto teatral junto con otro, la actriz siente que los personajes que aparecen son difíciles de rechazar y por eso su enfoque actual se encuentra más sobre las tablas que en la pantalla, a la que no descarta regresar el año que viene. Con grandes éxitos en televisión que además la mostraron como una representante infinita, su plasticidad artística le permitió experimentar también en la canción. Su curiosidad por el canto la llevó a armar un proyecto musical de tango con un enfoque de inclusión social y solidaridad que la hizo recorrer el país y este año prepara uno nuevo con canciones que siempre quiso cantar. De gran lucidez y sensibilidad, habla sobre las posibilidades que experimenta gracias a su profesión y su regreso al trabajo tras un impasse por su salud.
¡Qué historia que tiene la obra Gigoló! ¿En qué momento tomaste la decisión de seguir haciéndola?
Tuve un accidente en el escenario cuando Clara, mi personaje, se encuentra por primera vez con Armando, rol que interpretaba Martín Slipak y luego hizo Michel Noher. La verdad es que yo no sabía qué era lo que había pasado, aún así supe inmediatamente que mi participación en la obra no quedaría inconclusa, entonces la decisión de regresar fue inmediata. Salía del teatro en camilla y ya estaba esperando poder volver cuanto antes. Tuve la suerte de que desde el Teatro San Martín suspendieron las funciones y no siguieran sin mí hasta mi alta médica.
Para mí fue muy importante, porque una propuesta así no es habitual. Pasan tantas cosas, el papel tiene tantos matices y todo es muy enriquecedor.
¿Cómo viviste el cambio de elenco al volver?
Fue algo bárbaro. Lo bueno es que eso hizo que parezca un estreno. Los personajes principales parecían nuevos y eso posibilitó la sensación de estar en una nueva obra. Fue como barajar y dar de nuevo. Hubo también una propuesta diferente de la directora que se combinó con los cinco actores nuevos.
¿Fue doloroso físicamente lo que te sucedió?
Es una fractura extraña que además se soldó sin necesidad de poner nada en mi cuerpo. Fue un proceso de recuperación, y la verdad es que ya estoy muy bien sin que haya sido un hecho traumático.
La obra tenía un agregado donde vos aparecías en silla de ruedas a escena, ¿Por qué?
Fue algo que se sumó este año porque me parecía que era una buena manera de exorcizar la situación. Fue un pedido mío, y la directora estuvo de acuerdo. Empezar así fue un guiño, un modo de sentir que puedo interpretar en escena lo que me pasó y a la vez sacármelo de encima. Es usar el escenario como un espacio sanador.
¿Cuándo sentís el efecto de la solidaridad?
Al observar todo lo que me rodea. Personalmente me siento muy agradecida. Tengo amigos y artistas que han sido importantes en mi vida porque se acercaron para ayudarme y sus consejos me nutrieron artísticamente. Me considero una persona que cuando trabaja trata de llenarse con todo lo que puede, y por eso la solidaridad del otro es tan importante. En el plano personal, mi pareja y Lucio, mi hijo, también me respaldaron y apoyaron siempre. Los actores somos niños, no solo por nuestra demanda, sino porque nos disponemos a jugar. La vida es eso y debería serlo permanentemente.
¿Cómo es tu vínculo con la ayuda social, con la posibilidad de llevar el arte a todos los lados?
Un plan cultural de Nación nos permitió junto con mi pareja, Nacho Gadano, presentar nuestro espectáculo de tango en distintos lugares y para un público de sectores que no pueden acceder a pagar una entrada. Cantamos por ejemplo en la cárcel de Devoto y fue muy fuerte. Demandó mucha organización y es algo muy distinto a todo. Los internos son invitados a participar, pero es su propia voluntad la que define si van o no, es decir, asiste el que quiere. Nosotros lo hicimos en la capilla, que era un lugar muy grande, nos habían adelantado que podía pasar que solo concurrieran 20 personas, pero nos sorprendimos al llegar porque eran 200. Fue emocionante y conmovedor. Nos atravesó el alma poder vivir algo así y lo agradecí. Tuvo un significado especial. Al terminar, muchos se acercaron a decirnos que ellos componían, que cantaban o simplemente a compartir sus proyectos. Les brindamos nuestro apoyo.
¿Por qué creés que es tan importante y transformador el arte?
En este plan de cultura, además de en cárceles, estuvimos en villas y centros culturales barriales. El ida y vuelta es conmovedor y sorprendente. Luego de las presentaciones recibimos muchas cartas, y algunas personas nos contaban que nunca habían escuchado tango. Eso les brinda la posibilidad de creer en una posibilidad y una ilusión de vida futura. Cuando alguien se engancha, puede pensar en que está cerca de superar un momento difícil. El arte es sanador para quien lo vivencia y para quien lo hace.
¿Qué opinás sobre la responsabilidad social?
Yo no tengo un espíritu docente, por lo tanto me cuesta ponerme en un rol de maestra, pero me gusta el compromiso de ser parte de determinados proyectos. Considero que lo máximo que puedo hacer es participar en un espectáculo o dar algún mensaje. Muchas veces puede surgir desde una canción, no solo por el impacto que produce en quien la recibe, sino también en cómo yo la resignifico al cantarla en un ámbito distinto donde alguien no pagó una entrada para verme. Los hechos artísticos toman otra dimensión en ese camino. Quiero tener conciencia permanente de que esto existe y que es un canal posible. Si se volviese a dar la oportunidad de ser parte, estaría buenísimo hacerlo.
La obra Gigoló mostró a la mujer en una época muy distinta a la actual. ¿Cómo lo abordaste? ¿Qué aspectos creés que han avanzado desde la sociedad argentina del siglo pasado hasta esta?
Cambiamos mucho, pero aún falta. Hay miradas juzgadoras que todavía se sienten, y además el maltrato físico y verbal existe en el hombre contra la mujer, aunque por otro lado no niego que pueda darse al revés. Es algo que afecta a todas las clases sociales. Espero que se pueda avanzar sobre este tema y que sigamos evolucionando para bien. El machismo es algo cultural y arraigado, y aunque los dos géneros somos distintos emocional y fisiológicamente, ambos somos tratando de sobrevivir. La mujer que yo represento en la obra no es una heroína, por lo tanto, son visibles sus zonas oscuras y también las que tienen valor. Pero en un mundo donde ser mujer era tan difícil por los juzgamientos de una sociedad moralista, ella cuenta con una personalidad y una apertura inusual. Entonces la tomé y abordé sin prejuicios, mostrando cómo el permitirse vivir un gran amor la libera y la conecta con la vida.
Te gusta trabajar con tu pareja, ¿cómo podrías definir la relación entre ustedes?
Es bastante lúdica, y por eso apareció la posibilidad de hacer algo juntos. Ambos somos muy independientes, y eso favorece a que el tiempo que hace que llevamos juntos no se sienta y parezca que es como el primer año. Somos muy del día a día.
¿Cuál es tu vínculo con las redes sociales? ¿Creés que ayudan o que perjudican?
A mí me encantan. No les doy tanta importancia tampoco, pero por ejemplo el Instagram me parece muy creativo a nivel fotográfico y las otras vías son una buena posibilidad de comunicación para mostrar lo propio o difundir distintas cosas. Uno comparte lo que tiene ganas, es decir que da su consentimiento. El hecho de que en estas vías de comunicación puedas mostrar lo que querés es algo fabuloso. No le veo aspectos negativos, y de hecho me parece que no es invasivo porque uno regula a dónde quiere llegar.
¿Qué trabajos fueron los que más dejaron huella en vos?
Muchos. Gerente de familia fue muy intenso, y además sin quererlo estábamos haciendo la primera sitcom de la Argentina. Participar de Mujeres asesinas me gustó mucho, y Los Roldán fue genial, además de haber hecho 35 puntos de rating, algo que era inusual.
De cara a fin de año y al 2017, ¿Cuáles son los proyectos que tenés ahora?
Estoy preparando un espectáculo musical pero esta vez estaré sola con músicos. El repertorio será ecléctico no solamente de tango. Estoy trabajando sobre todas las canciones que siempre tuve ganas de cantar y será entonces una buena posibilidad para compartirlas con el público. Además estoy ensayando una obra de teatro francesa que se llama Confidencias muy íntimas del autor Jérôme Tonnerre y considerando una propuesta para volver en marzo a la televisión.
¿En qué cosas sentís que actuar es una grata tarea?
Al hacer algo artístico uno percibe esa sensación de gratitud en el momento. El logro más grande se produce cuando liberás la presión que a veces aparece y simplemente le dejás lugar a la magia que tiene que suceder. Aunque pueda sonar egoísta, busco disfrutar de lo que hago y esa para mi es la premisa fundamental. Una vez que ocurre, todo fluye y sucede entonces es pura satisfacción.