Mariano Mastromarino es el corredor tapado. Es el hombre. El ganador de la última edición de la Maratón de Buenos Aires, el que paso a paso llegó a la meta con la boca cerrada, en silencio, dejándolos a todos con la lengua afuera.
Lo veo desde el bar del hotel donde me citó, viene con Mariana, su compañera fiel, la que lo besó cuando cruzó la cinta que se le pegó al pecho. Un pedazo largo de género que le enredó el corazón de alegría. Un instante en el que el sudor salado le colmaba la comisura de los labios transformando el abrazo en el dulce e inminente recuerdo de los últimos 42 kilómetros recorridos, toda una vida esperando estos brazos reconfortantes. Allí están los dos, en el silencio más acogedor del planeta, ellos contra el mundo, subiendo a la gloria del objetivo cumplido. Mariano Mastromarino, el marplatense al que el autoguía pensó en darle pista contra la banquina suponiéndolo un colado de último momento, se acaba de convertir en el ganador de la Maratón 42K Adidas de Buenos Aires. El tipo que todas las mañanas se levanta para ir tras un imposible, el que vio la espalda de los keniatas y, al minuto, les mostró la suya sacando pecho. Hoy todos los buscan para la foto, pero el abrazo es para Mariana, para su pequeña hija Morena, para toda su familia y sus amigos. Las manos prolijas se mueven en el aire dándoles forma a sus palabras, juiciosas palabras emitidas con una voz pausada que parece regular el aliento para arremeter en la próxima declaración. Mariano Mastromarino llegó a la carrera de punto y se hizo con la banca en el kilómetro 37, cuando los keniatas Juius Karinga y Peter Muasya se quedaron petrificados al verlo pasar con más aire que un globo, deslizándose con el apoyo emotivo de quienes descubrían el valor argento de este enorme luchador. Si aún no sabés quién es el corredor oculto que se para en lo más alto del podio, llegó el momento de que lo descubras. PRESENTE lo ve llegar a la cita caminando a paso cerrado para cumplir con la formalidad del horario, comprometido con la entrevista que teníamos pautada de antemano; lo secunda Mariana, como en aquel día ensoñado en el que Buenos Aires cayó rendida a sus pies.
¿Por qué empezaste a correr?
Empecé en el año 1995, después de los Juegos Panamericanos que se hicieron en Mar del Plata. Los atletas de la ciudad, Leonardo Malgor y Verónica De Paoli, fueron al colegio al que yo iba a dar una charla para promocionar los juegos. Desde ese momento, junto con unos amigos, nos entusiasmamos y empezamos a correr por diversión. Hasta ahí yo venía jugando al fútbol en cancha de cinco, después largué y me metí de lleno en esto.
¿Qué opinión tenés sobre esta modalidad nueva de carreras largas de 100 kilómetros?
Son carreras difíciles de hacer, creo que el entrenamiento es bastante duro, y las personas por ahí no tienen el tiempo para prepararse. Cuando pensás en esa distancia, asusta un poco. Entonces, la gente va paso a paso, empieza a correr la de 10, la de 21 y finalmente la de 42 kilómetros. Son muy pocos los que se van a animar a hacer la de 100. A mí es algo que no me llama la atención en este momento, quizás dentro de algunos años me agarre la locura y la haga, pero hoy te diría que no.
¿Cualquier persona puede correr una maratón?
Cualquier persona que se entrene para ello.
¿Cuándo corriste tu primera maratón?
Hace tres años, en Buenos Aires. La hice en 2 horas y 21 minutos, y terminé sufriendo mucho. Llega un momento en el que las piernas no te responden, la cabeza empieza a fallar. Ahí comenzás a pensar “No llego”. Me ha pasado en las maratones que he largado sin el entrenamiento adecuado. Es más, este año corrí la Maratón de Rosario y después del kilómetro 25 tuve que empezar a caminar porque no llegaba.
¿Cómo vivís el proceso de la carrera?
Es un proceso en el cual tomás los primeros 5 kilómetros como para agarrar ritmo y después intentás llevar ese ritmo hasta el momento en que pensaste que podrías mantenerlo. Generalmente es hasta el kilómetro 30; y luego allí ves cómo estás, si podés aumentar el ritmo, genial; pero si ves que no podés hacerlo, buscás mantenerlo.
¿Resulta difícil ser profesional y vivir de esto en la Argentina?
La verdad es que cuesta mucho solventar los gastos de entrenamiento y de viajes. Tengo un sponsor que es Nike, ellos me dan la indumentaria; y después cuento con dos becas, una de la Secretaría de Deportes de la Nación y otra del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD). Las obtuve por mis resultados anteriores. Hasta hace dos años, yo me dedicaba a los 3000 metros con obstáculos; pude ganar medallas y campeonatos, por eso tenía las becas estas.
¿Creés que en otro país podrías vivir mejor de tu profesión?
Sin ir más lejos, en Brasil, con mis resultados, yo estaría mucho mejor. Ahí tenés premios en efectivo por las carreras de 10 kilómetros. Obviamente, por ganar la de 21 y la de 42 también. Lo que ocurre es que cuando uno se dedica a los 42, esas carreras de 10 kilómetros no es posible hacerlas tan seguido, entonces no podés ir atrás de esos premios. El entrenamiento mismo requiere que no hagas tanto desgaste en esas competencias, que programes el cronograma anual de carreras.
¿Cuánto dinero ganaste por haber salido primero en la Maratón de Buenos Aires?
Gané un premio de $6000 por haber salido primero en la general y otro de $6000 por haber sido el corredor argentino mejor posicionado. Es un monto insignificante comparado con los cientos de miles de dólares que reparte la Maratón de Nueva York, por ejemplo. Por supuesto, también resulta mucho más difícil ganar esa competencia dada la cantidad de atletas que la corren.
¿Qué disfrutás más: el trayecto o la llegada?
Según dónde estás. Si sabés dónde estás, es más fácil, sabés hacia dónde vas. Hace unos años se hacía parte del recorrido en los bosques de Palermo, que yo no conozco, y cuando entré ahí adentro la verdad que la pasé mal porque no sabía dónde estaba y tampoco cuánto me faltaba para salir de los bosques. Entonces cuando uno conoce el lugar, sabe por dónde va y es mucho más fácil.
¿Antes de correr una carrera vas a conocer el lugar?
A veces, si tenés tiempo, recorrés el área. No todo el circuito de los 42 kilómetros, porque es largo, pero quizás ciertos sectores sí.
¿Cómo influyen los condicionantes como el paisaje y el clima?
Por lo general, para una maratón, es mejor el frío porque uno se deshidrata menos, sufrís menos que con el calor. En cuanto al circuito, la verdad es que al ritmo que venimos nosotros no vamos prestando mucha atención al paisaje. La mirada está siempre adelante; cuando mirás el suelo es porque ya no das más. Pensás en el ritmo, en los entrenamientos que hiciste, en las sensaciones que sentís en el momento, en la familia.
Puntualmente, en la de Buenos Aires, antes de cruzar la meta, ¿en qué o en quiénes estabas pensando?
Pensaba en mi familia, en mi mujer y en mi hija, que me estaban esperando en la llegada.
¿Cómo es tu dinámica de entrenamiento en la diaria?
Vivo en Mar del Plata, en Primera Junta y Don Bosco. Por lo general, salgo a correr a la mañana por la costa todos los lunes, miércoles y viernes. A veces, bajamos a la arena y hacemos entrenamientos cerca del mar. Me entreno con el grupo de Leonardo Malgor. Estoy ahí a las ocho de la mañana y a las siete de la tarde. Y los martes y jueves a la mañana, me entreno en la laguna de los Padres y en Sierra de los Padres, y a la tarde en la pista de atletismo. Es un entrenamiento que dura una hora y media aproximadamente: una carrera continua o trabajos flexionados o de fuerza, depende del día.
¿Te cuidás mucho?
Busco mantenerme en forma, delgado, porque si pesás mucho, te cuesta más mover el cuerpo, entonces uno busca estar en el menor peso posible. Nunca fumé y no suelo tomar alcohol. Quizás hay momentos en los que te relajás y comés cosas que no debés, pero en general, cuando te preparás para una maratón, la planeás en cuatro o cinco meses de entrenamiento, y a medida que se va acercando la fecha de la carrera más te vas cuidando en las comidas.
¿Cuál fue el lugar más lindo donde te tocó competir?
A mí me gusta mucho ir a entrenar a Cachi, en Salta, disfruto mucho cuando voy pese a estar lejos de mi familia. La montaña es hermosa. También tuve la suerte de correr en la Maratón de París.
¿Cuál es tu mayor logro personal?
Creo que estoy buscándolo aún. Mi gran sueño es competir en los Juegos Olímpicos. Estuve a cuatro segundos de ir a Londres, muy cerca, pero no lo pude lograr; y ahora trato de llegar a Río.
¿Cuál es el tiempo que tenés que lograr para competir en Río?
Todavía la marca no está, pero nosotros creemos que con el tiempo que marqué en la de Buenos Aires (2:15:28) podremos estar clasificados para competir.
¿Cuántos kilómetros corrés por semana?
Entre 160 y 210 kilómetros semanales de entrenamiento, más dos maratones anuales, más las carreras de 10 kilómetros que voy metiendo. Después de una maratón, te tomás un día de descanso y luego salís a trotar suave, pero para recuperarte bien y evitar lesiones necesitás un mes.
¿Por qué pensás que los africanos tienen esa habilidad para correr?
Nacen en la altura. Lo que a nosotros nos lleva 21 días de adaptación, ellos lo tienen al alcance de la mano. Mi entrenador estuvo en Kenia y me contó que los chicos de siete u ocho años pasaban con su cuadernito caminando o trotando para ir al colegio, recorriendo quizás 20 kilómetros diarios.
¿Cuáles son tus proyectos inmediatos?
En julio de 2015 voy a participar de los Juegos Panamericanos en Toronto (Canadá), y después de eso mi cabeza va a estar puesta en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro (Brasil).
¿Qué virtudes debe tener un maratonista?
Mucha paciencia, saber que esto no es cosa de un día para el otro, los resultados no se dan inmediatos. Uno debe tener muchos años de entrenamiento y sacrificio para poder conseguir algo, hay que saber esperar el momento.
¿Tenés algún referente en atletismo?
Sí, Leonardo Malgor, que hoy cuento con la suerte de que sea mi entrenador. Tuvo muy buenos resultados cuando era atleta, sabe mucho, es un apasionado de este deporte. Si vos le preguntás quién fue campeón olímpico del año 82 en la prueba de 1000 metros, con qué marca, sabe decir hasta quién salió tercero. Ahí te das cuenta de que ama este deporte y vive para esto. Y todo lo que sabe lo brinda a nosotros. Hay otros entrenadores que capaz saben mucho y se lo guardan.
¿Cuándo se retira un corredor?
Depende mucho del físico de cada uno y de cómo responde el cuerpo. Yo estimo que puedo apuntar a este ciclo olímpico de Londres y al próximo, después de eso ya no creo. Pero también me puede pasar cualquier cosa en el medio. Yo pienso que por lo menos cinco o seis años más me quedan. Y después dicen que un atleta nunca se retira, porque seguís en actividad.
¿Cómo te gustaría estar vinculado con este deporte?
Me encantaría ser entrenador, tengo el curso hecho y me gustaría estar en la formación de niños pequeños. Como cuando yo arranqué con Daniel Díaz, mi primer entrenador. Ahora Daniel y mi actual entrenador trabajan en el mismo club, así que estoy vinculado con los dos.
Empezó a correr a los 12 años y hoy tiene 32. Sueña con los Juegos Olímpicos. Ganó dos maratones, la de Mar del Plata en 2013 y la de Buenos Aires en 2014. Es fanático de Boca. Recomienda la película Sin límites, en la que se narra la historia del atleta estadounidense Steve Prefontaine. Mariano Mastromarino es una de esas cartas de presentación que nos hacen sentir orgullosos del deporte nacional. Ojalá que cumpla sus sueños, porque en la medida en que lo haga, triunfará el esfuerzo.
El backstage del campeón
Yo había estado en Cachi 21 días, llegué a Mar del Plata el día martes, el sábado viajé en auto para Buenos Aires junto con mi mujer, mi hija y mi suegra. Los organizadores (el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires) me habían reservado un hotel, pero decidí ir a uno más económico y tranquilo para estar junto a mi familia. Llegué el día previo, fui a retirar el kit (el número, la camiseta, etc.), volví al hotel y me tiré a descansar. Al día siguiente madrugamos, llegamos al lugar de la carrera e hice la entrada en calor habitual, que me lleva más o menos 40 minutos. Es un trotecito suave para aflojar la tensión, y luego elongué. Había hablado con otro corredor amigo de Buenos Aires que iba en busca de un tiempo similar al que yo apuntaba y decidimos salir juntos para no ir solos hasta el kilómetro 30. Hasta ese momento veníamos hablando del ritmo, controlando los kilómetros. Los atletas de Kenia se fueron adelante y nosotros veníamos en un segundo pelotón con este chico, Luis Molina, al que ya conocía de otras competencias. A los tres kilómetros, los keniatas desaparecieron. También había un atleta de Brasil, que se despegó para adelante en el kilómetro 10. Nosotros mantuvimos el ritmo, pero en el kilómetro 20, Luis me dijo que se quedaba y yo me solté solo. A medida que estaba en el kilómetro 30, pasé al brasileño y empecé a aumentar el ritmo. La gente me decía que los keniatas estaban a 500 metros, pero yo no los veía. Y ahí me empecé a motivar; recién los vi en el 35, a casi 300 metros de distancia. Sabía que si yo los había alcanzado, era porque ellos se venían quedando un poco, y que tarde o temprano los iba a agarrar. Tenía dos tipos adelante. Nunca había corrido con ellos. Cuando los pasé, ellos iban a un ritmo muy despacio, ya se habían quedado bastante. Los últimos cinco kilómetros fui solo. Ahí fue la escena del autoguía, cuando se me pone al costado y me dice que salga de la carrera, una discusión que se ve en la filmación. Y yo le dije que estaba compitiendo, que tenía mi número y que había hecho todo el trayecto. Obviamente, discutiendo. Pero nunca aflojé. Finalmente, pude cruzar primero y darle ese abrazo a mi mujer.
* Entrevista publicada en la edición 28 de PRESENTE (enero/febrero).