Su carisma personal y una sólida trayectoria profesional han convertido al doctor Alberto Cormillot en un referente indiscutido en temas de nutrición en la Argentina. Hiperactivo, afirma que para cambiar el estilo de vida es necesario poner en agenda aquellas actividades que hacen bien al espíritu y al cuerpo.
Ya desde chico se entrenó en el sano ejercicio de la resiliencia. A los 16 años fue expulsado del Liceo Naval por “mala conducta”, decisión que consideraba injusta. En medio de un nudo de emociones, la convicción fue más que la desesperación y se puso como meta terminar el colegio secundario a como diera lugar. Pasaron los años y aquel muchacho revoltoso se vio seducido por la carrera de Medicina, seguramente motivado por la enorme vocación de su madre enfermera. El doctor Alberto Cormillot es una persona que te hace sentir cómodo, a quien da gusto escuchar hablar, sencillamente porque tiene un bagaje cultural que pone en juego en sus afirmaciones pero sin apelar a la soberbia, sino, por el contrario, como compartiendo un saber de la manera más desinteresada y altruista. Lo mirás a los ojos y pensás: “Si me permitiera acompañarlo durante toda la jornada, seguramente aprendería mucho de la vida”. En su carrera profesional, se ha convertido en un referente indiscutido en temas de nutrición y obesidad. Él introdujo el bypass gástrico en la Argentina, y fue el fundador de instituciones como la Clínica de Nutrición y Salud, el Dieta Club y los grupos ALCO, que brindan ayuda para revertir diversos tipos de adicciones. Su alto grado de reconocimiento lo llevó a formar parte del suceso televisivo Cuestión de peso y a participar –aún lo hace– del exitoso programa de radio Cada mañana, en el cual Marcelo Longobardi le abrió la puerta para mostrar una faceta más relajada.
Hiperactivo, su agenda parece una bitácora cargada de actividades que le divierten y le hacen bien: clases de tap, jazz, aéreo y hip hop, a las cuales se entrega con la pasión de un niño grande.
PRESENTE tuvo la oportunidad de ingresar en esa agenda y compartir un café con este personaje tan carismático.
¿Cómo era el Alberto Cormillot estudiante?
Durante un par de años me dediqué a estudiar Medicina en la facultad, pero dejé por tres años en los que trabajé de otras cosas. Hacía de todo menos lo que tenía que hacer: estudiar. Pero mi madre me insistió hasta el hartazgo, me hacía la vida imposible porque yo no estudiaba. Entonces volví a la carrera y rendí todo en 14 meses. Antes de recibirme había contactado a un médico uruguayo que trataba la obesidad. Él me introdujo en la medicina psicosomática. En aquella época no se usaba el enfoque psicológico en la medicina, lo único que había era la psiquiatría: uno era normal o era paciente psiquiátrico. Así fue que me entusiasmé y me propuse convertirme en un experto en el tema. En 1966, entré a trabajar en Alcohólicos Anónimos y comprendí el fenómeno de la enfermedad crónica y el de la recuperación. Hay muchas cosas del mecanismo de Alcohólicos Anónimos que me permitieron adelantar muchísimos años en la comprensión de lo que era la obesidad como enfermedad.
Cuando empezó con todo esto, ¿tener sobrepeso era algo considerado peligroso para la salud como ahora o ser un gordito rozagante todavía estaba bien visto?
Todo era muy diferente. La obesidad estaba en manos de los endocrinólogos de aquella época, que no eran como los de ahora. Antes daban a sus pacientes laxantes o diuréticos.
En Alcohólicos Anónimos dicen que uno jamás está curado, que es una adicción que siempre está latente, ¿en el caso de la obesidad ocurre lo mismo?
Se recupera, no se cura. Siempre hay que estar pendiente de esa condición.
Para llevar una vida sana, además de hacer dieta, hay que tener en cuenta otros aspectos. Seguramente, uno es el psicológico.
Para vivir más años y en mejores condiciones, además de la suerte, es necesaria una alimentación baja en grasa y en azúcares, controlada en sal, con proteínas magras, con frutas secas, con semillas de lino, de chía, un poco de aceite de oliva, muchas frutas y verduras. Otro paso es la actividad física: unos 200 minutos por semana, aunque sea caminando, dos o tres veces por semana aeróbico, y cinco minutos por día de sobrecarga. Eso es cerca de 30 minutos diarios por semana. También hay que tener en cuenta el cigarrillo, el alcohol, la relación con uno mismo, la aceptación, el manejo del estrés, la relación con el mundo. Eso quita años de vida. Luego está la relación con los demás, el consumo de sustancias, el chequeo con los médicos y hacerles caso. El manejo del tiempo es un factor importante. Uno tiene unos 30 o 40 mil días para vivir. No es infinito, pero no es poco. La pregunta es cómo se van a aprovechar esos días.
¿Sobre cuáles puntos pone el foco cuando trabaja con los pacientes?
El foco está siempre puesto en la persona, en el factor humano, sin olvidar que la base sólida es la educación terapéutica. El manejo de la enfermedad crónica es diferente al de las otras enfermedades. En las facultades se enseña a tratar al paciente con enfermedad aguda, como en el 1900, cuando la gente vivía 40 años y no existían las crónicas. En esa época se planteaba una relación vertical: el médico decía y el paciente hacía. Hoy, ocho de cada diez enfermedades son crónicas, y el médico prescribe y nadie le hace caso. La educación terapéutica es, en definitiva, el método para convencer a la gente de asimilar aquello que le hace bien pero que no tiene ganas de hacer. Si el médico no logra motivar al paciente, va a encontrar trabas de todo tipo a cada cosa que le sugiera. Donde más fracasa la medicina es en las relaciones y en el seguimiento de los pacientes.
En este último sentido, ¿usted se reconoce como un gran motivador con dotes de líder positivo?
Jamás le digo a la gente que haga cosas que yo no realizo. Comparto conocimientos que sé que sirven. Yo hago que todos participen y aporten sus opiniones. Intento validar lo que dicen, incluso cuando sé que están equivocados, y después trato de explicarles, y de no ser crítico, así todos los pacientes pueden hablar y abrirse conmigo. Si es alguien con experiencia quien se equivoca, ahí sí lo digo.
¿Quiénes fueron sus referentes profesionales?
Florencio Escardó, un pediatra que me inspiró a hacer medicina por televisión. Trabajé con doña Petrona. La única persona con quien escribió un libro fue conmigo. Yo era muy joven y fui bien caradura cuando se lo pedí. En los medios de comunicación tuve muchos referentes. Don Pedro Muchnik, el dueño e inventor de Buenas tardes mucho gusto. Trabajé con Héctor Larrea y Antonio Carrizo. Y otro gran referente en este momento es Marcelo Longobardi, que me ha permitido desarrollar cosas que hasta el momento no había probado. En su programa radial hago un segmento de humor político. En la radio y en la televisión me siento bien. Yo intento no tomarme las cosas muy en serio.
¿Es una persona con mucho sentido del humor?
Puedo ser divertido, pero soy tranquilo. No sé contar chistes. Hago humor con las cosas que pasan y nunca voy a dejar pagando al otro.
¿Cuáles son sus cables a tierra durante el día?
Los lunes hago tango y jazz, los martes arnés, los miércoles tengo jazz, los jueves y viernes tap, y los sábados agrego baile contemporáneo y hip hop.
¿Cómo hace para hacerse tanto tiempo libre?
Pongo esas actividades en mi agenda como una obligación. Si no cambiás tu agenda, no cambiás tu vida. Y si está en la agenda, está permitido. Yo me levanto, miro lo que está en la agenda y lo cumplo. Así de sencillo.
¿De qué manera convive con esto de ser un celebrity?
No conozco otra manera de vida, aunque la fama empezó a ser más fuerte pasados los 51 años.
¿Disfruta el cariño de la gente o en ocasiones lo agobia?
Lo disfruto y lo agradezco. Cada vez que alguien se saca una foto conmigo yo soy el agradecido, es un halago.
¿Cuál considera que es la imagen que tiene la gente de usted?
Muchas veces me lo pregunto. Yo soy una persona creíble, lo sé, me ocupo de que así sea. Lo que yo transmito cada día es de buena fe. Siempre tengo encima múltiples medios de comunicación: tres smartphones, una tablet y una computadora. Y eso me permite ser confiable. Sigo la última información y siempre me remito a los colegas. Además, soy muy respetuoso de lo que dicen las sociedades médicas.
Es llamativo que nombre el acceso a Internet, porque la próxima pregunta que quería hacerle es sobre la tendencia de algunos pacientes a debatir con el médico sobre los tratamientos, seguramente avalados o guiados por una información a la que han accedido por la Red, creyéndose así a la par del galeno. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Conmigo no pasa, pero con la gente joven sí. Depende del manejo que tenga el médico. Si uno entra en Google Académico y pone “metaanálisis” de 2014, consigue unos cuantos trabajos sobre el conjunto de estudios en los últimos diez años sobre determinado tema. Por ejemplo, ahora hay una polémica sobre si el salmón tiene omega 3, porque Wikipedia lo afirma y Google Académico lo niega. En realidad, la gente solo come 100 gramos de salmón por año y 1000 kilos de carne. Hay cosas que se pueden buscar, pero la mayoría se puede manejar con hechos. Internet también permite obtener un montón de información, no solo de medicina; la importancia de esa información radica en la sabiduría del lector para distinguir a qué le dará importancia y qué información desechará. Uno tiene juicios y también varios prejuicios. Siempre estoy pendiente de hasta dónde está operando la industria y cuáles son los intereses encubiertos. Yo me cuido de no dar ese tipo de noticias que conllevan un interés oculto, por eso soy creíble.
¿Qué le queda por hacer a nivel profesional?
Primero, tengo pendientes muchos libros por escribir y por leer. Cada vez que viajo, leo entre 60 y 80 libros, y hago uno o dos viajes por año. Muchos de estos libros los compro pero quedan tapados por el próximo viaje. Cuando quiero leer uno en especial, me lo dejo más cerca así siento más culpa por no estar leyéndolo. Aún tengo un camino por recorrer con ALCO, que son los grupos de autoayuda, y varios pendientes con el hospital de Malvinas Argentinas. Me falta mucho en casi todas las áreas, pero creo que si tuviera dos o tres horas más por semana las dedicaría al baile. Hago una muestra todos los fines de año y necesitaría un poco más de tiempo para la preparación.
¿Le hubiese gustado dedicarse profesionalmente al baile?
No, es un gran hobby que descubrí de grande. Yo empecé a bailar a los 68 años, antes no lo había hecho nunca.
¿Cuál es el placer que le proporciona el baile?
Ante todo, me gusta aprender. Aprender a bailar no es algo divertido; entonces, en su lugar, hago música con los pies. Aprender aéreo, colgándote con un arnés, tampoco divertido, es un esfuerzo titánico a cualquier edad. El otro día había dos profesoras nuevas, una de De la Guarda y otra de Fuerza Bruta, y no creían que yo pudiera con los ejercicios, y cuando les demostré que yo podía hacerlo estaban sumamente sorprendidas. Lo hago como puedo, pero bueno, lo que a mí me gusta es aprender, hacer cosas que están por afuera de la profesión. Desafiarme.