Ceferino Reato, periodista, escritor y editor ejecutivo de la revista Fortuna, reflexiona sobre el rol del periodismo de investigación en la historia argentina.
Los libros pueden ser un registro riguroso, ágil y ameno de lo que ocurre en la sociedad. Al menos así parece haber concebido Ceferino Reato sus libros, que abordan hitos y épocas cruciales de nuestra historia contemporánea. Durante su vida profesional, Reato pudo dar una vuelta de 360 grados por las arterias de su profesión y recorrer distintos ámbitos: agencia de prensa, diarios y revistas, la diplomacia, la investigación periodística. Hoy lo apasiona descifrar el mundo audiovisual. Sabe que a la gente le gusta sumergirse en historias contadas en un modo llano y directo, como las que relata él, con rasgos que también se asoman en su carácter. Este periodista entrerriano –distinguido por la Fundación Konex como uno de los cinco mejores periodistas de la última década en el rubro Investigación– puede ser sintético, punzante, preciso y valora esos rasgos en otros colegas. Las premisas clásicas del buen quehacer periodístico son las que Ceferino Reato exalta, además del respeto hacia quien protagoniza o narra los hechos que él registrará y escribirá para entretener y dejar pensando a las presentes y las futuras generaciones.
¿Cómo le sienta el rol de entrevistador entrevistado?
Es un rol que me sirve, porque los colegas preguntan cosas que me ayudan a pensar la profesión. Hago varias cosas dentro del periodismo, y estas surgen sin haberlo meditado mucho, así que las entrevistas me sirven para reelaborar lo que realizo.
¿Qué significa para usted el periodismo de investigación?
Para mí todo periodismo es de investigación. Se le llama así al periodismo que tiene más tiempo y más recursos para ahondar en un tema determinado. Hay una serie de técnicas que uno va incorporando para lograr hacer un buen trabajo. En el mundo periodístico todo se trata de contenidos, pero también de soportes, y cada soporte exige una forma muy determinada, muy importante, tal vez tanto como el contenido. En el caso de los libros, yo invierto mucho tiempo en mejorar el estilo para que sea cada vez más agradable y fácil de leer. El periodismo de investigación no debe dar lugar a productos y libros solemnes o pacatos, densos, que no se puedan leer, que sean solo para determinado público. Deberían ser de libre lectura como cualquier otro libro. Existe el prejuicio de que hay quienes nacen para hacer tareas de más elaboración intelectual, pero eso no es verdad, es un trabajo como cualquier otro, hay que estudiar mucho y perfeccionarse.
¿Cómo nació su interés por este modo de hacer periodismo?
El primer libro sobre los años 70 lo publiqué en 2008, cuando recién había vuelto de Brasil, después de trabajar en la agencia de noticias ANSA. El trabajo en agencia de noticias es el más estresante dentro del periodismo, fue clave aprender a armar textos: ahí hay que escribir rápido, concreto, usar bien el lenguaje, entender que cada palabra tiene un valor. Al llegar de Brasil arranqué a trabajar en Editorial Perfil, y si bien había que preparar las ediciones del fin de semana, tenía bastante tiempo libre. En ese período empecé a ver que desde el kirchnerismo se hablaba bastante sobre los años 70, pero en una clave distinta a la que yo había aprendido, era otro paradigma. En ese contexto me propuse escribir un libro sobre esa época, pero desde otro ángulo, y lo hice a partir de la muerte del líder sindical José Ignacio Rucci [el libro se tituló Operación Traviata]. Así llego, un poco por casualidad, a hacer periodismo de investigación. Hubo lectores, entonces seguí escribiendo. Si no los hubiera, no escribiría.
¿Cuándo empieza a identificar su vocación por el periodismo?
Ya en segundo año de la secundaria yo sabía que quería ser periodista. Eso era bastante llamativo en Crespo, un pueblo del interior de Entre Ríos con solo 20 mil habitantes donde las carreras tradicionales eran las que predominaban, algo muy distinto de lo que ocurre ahora. A mí me gustan más los medios audiovisuales, que no es para lo que yo naturalmente estaba dotado, aunque tengo expectativa porque yo tampoco empecé escribiendo bien. Mis primeros textos periodísticos eran terriblemente malos, los fui perfeccionando con el paso del tiempo. Me llamó la atención leer la biografía del escritor Gabriel García Márquez o escuchar a Mario Vargas Llosa y ver cómo ellos tuvieron que trabajar mucho para mejorar lo que hacían. Eso me motivó. Ahora me gusta más el mundo audiovisual que el gráfico, y estoy haciendo todo lo posible por aprender, no me gusta encasillarme, creo que hay que ir soltando cosas.
¿Hay alguna mirada o enfoque que traiga por ser oriundo de Entre Ríos?
Totalmente. Siempre me he considerado un desterrado en todos los lugares, y eso me ha servido bastante para el periodismo, me dio más capacidad para ver los detalles. Por ejemplo, cuando llegué a Buenos Aires a los 18 años, los porteños me preguntaban a qué colegio había ido y de qué club era socio. Para mí era ridículo, porque en mi pueblo [Crespo] había dos colegios y tres clubes a los que no te asociabas. Eso me hizo ver que en esta y otras sociedades, la pertenencia social se logra a través del colegio y del club. Ese sentido de la descripción, de ver los detalles, es fundamental. Y creo que la clave en el periodismo es siempre contar una historia para cada soporte.
¿Qué le aportó a su perfil profesional la experiencia internacional de su trabajo en Brasil e Italia?
Mucho. Italia me provoca una gran fascinación, me sirvió para ver la política desde otro lado, es un espectáculo. En Brasil tienen el hábito de la tolerancia, la mezcla, cuentan con un espíritu feliz. Es un país muy importante para nosotros, pero, paradojalmente, no los conocemos casi nada, ni ellos tampoco a nosotros.
¿Cómo elige los temas sobre los que quiere investigar?
Con un criterio periodístico: busco que provoquen conmoción, que sean atractivos y que me permitan contar algo más, en lo posible una época. Por ejemplo, el asesinato de José Ignacio Rucci fue disparador para contar la guerrilla, la violencia política antes de la dictadura, la relación con Perón, los factores de poder. Mi último libro sobre la muerte de Néstor Kirchner –titulado Salvo que me muera antes– me sirvió para contar la influencia que tuvo ese hecho dentro y fuera del Gobierno.
¿Qué rol juega la capacidad de síntesis?
Es fundamental. Hay que ser sintético y punzante para despertar el interés de la gente, que está sometida a múltiples estímulos. Al mundo audiovisual hay que tenerle mucho respeto, es un lenguaje muy poderoso y muy distinto. Para decir es necesario gesticular muy bien.
¿Pensó en incursionar en la escritura de libros digitales?
Mis libros están en digital. Pero en la Argentina faltan soportes, hay hábitos que ya existen otras sociedades y que me parece que acá no tenemos todavía, no es un negocio que hoy cuente con mucha importancia. Los libros pueden servir para documentales, series o contenidos para formas nuevas como Netflix. Creo en la bondad de encarar las cosas como una empresa, buscar un resultado positivo, una ganancia, éxito, sin esperar que otros tengan que financiarnos. Estamos en una época de crisis de la industria de libros en la Argentina porque hay otras ofertas de entretenimiento muy interesantes y que exigen mucho menos al usuario.
¿Tiene en vista a los lectores de hoy y también a los del futuro?
Sí, escribo libros para que queden, para que se puedan leer en unos años. Me gustaría que los lectores del futuro puedan decir “el autor llegó hasta acá, está bien hecho, es contenido honesto”. Por ejemplo, escribí el libro Doce noches, una reconstrucción periodística sobre la crisis del 2001 y la renuncia del expresidente Fernando De la Rúa. También había un título tentativo, El golpe peronista, si hubiera pensado en el corto plazo y en lograr un impacto marketinero. La caída de De la Rúa no fue un golpe, De la Rúa se cayó solo.
¿A quiénes admira en relación con su desarrollo profesional?
Me gusta mucho cómo escribe e investiga Mario Vargas Llosa. Para todas sus obras de ficción se toma muy en serio el trabajo investigativo, realiza mucha investigación en campo, muchas entrevistas como si fuera a hacer una crónica periodística. También me gusta cómo escribe Jorge Amado. En el lenguaje audiovisual, rescato el trabajo de Jorge Lanata, del periodista estadounidense Bill O’Reilly y de la italiana Lilli Gruber.
¿Cómo describiría el proceso interno que usted experimenta al elaborar temas tan gruesos y coyunturales?
Diría que una cuestión crucial es encontrar el tono apropiado, que no sea solemne, pero sí crítico. Ante todo, cuenta el respeto, usar un tono no de confrontación, pero sí en tensión, tanto si tengo que escribir sobre Jorge Videla o sobre cualquier otro personaje. Creo que la frialdad es un valor a la hora de informar, sin perder la sensibilidad.
¿Cuáles de estas experiencias asociadas a la muerte lo interpelaron más que otras en lo profesional?
La investigación sobre Jorge Videla, sobre la dictadura, y cuando escribí Operación Primicia, un libro sobre el primer asalto de los montoneros a un cuartel militar en Formosa. Allí había unos soldados obligados a hacer el servicio militar que terminaron expulsando a los guerrilleros, pero murieron –entre otros– diez conscriptos, un subteniente y un sargento. Todos eran chicos muy pobres, peronistas, con un profundo sentido de deber por defender la patria. Me interpeló cómo los pobres terminan siempre pagando los platos rotos y ese abismo entre clases, porque los guerrilleros eran chicos de clase media, media alta de provincia, tratando de lograr que los pobres pensaran como ellos.
¿En qué ámbitos del periodismo se siente más cómodo?
Me siento cómodo escribiendo libros. Cuando participo de programas televisivos como invitado o panelista, también me gusta, pero tengo que aprender mucho.
¿Qué le queda por hacer al periodismo en beneficio de la sociedad?
El periodismo no tiene que ser muy pretencioso. Creo que hay que volver a las fuentes clásicas, estar cerca de los hechos, informar, cumplir esas pocas reglas tan artesanales como chequear la información. A mí me gusta aprender más que enseñar, no tengo paciencia.
¿Qué le interesa aprender?
Comunicación audiovisual, estoy en eso.
¿Qué importancia tiene para usted el equipo?
Fundamental. Aun en el trabajo solitario de hacer libros es importante. El libro depende del editor, de la persona que hace la tapa, el marketing, las correcciones, las fotos, la producción. En general a mí no me gusta delegar, trato de hacer todas las entrevistas yo y delego las desgrabaciones.
¿Es disciplinado?
Sí, creo mucho en la disciplina, en ser metódico.
Si tenemos en cuenta su labor de análisis del empresariado como editor ejecutivo de la revista Fortuna, ¿qué papel cree que tiene la empresa en relación con la responsabilidad social corporativa?
Los empresarios son personas clave en una sociedad. Son águilas: cuando uno ve una mesa, ellos ven un negocio. En el mundo empresarial ganar plata no es solo contar plata. Un empresario debe tener un gran ojo para los negocios, ser audaz, ganar plata de manera sostenida, contar con buenas ideas, crear buenos negocios, generar buenos equipos, buscar tener éxito, ser lúdico. Me gustan los empresarios que son constantes, que invierten, que crean trabajo y son modernos, y si tienen responsabilidad social empresaria también, mejor.
Usted entonces tiene bastante de empresario…
Trato de hacer las cosas bien. He aprendido con la revista Fortuna.
¿Y qué vislumbra para el sector privado argentino?
Hay muchos problemas con el rol del empresariado de la Argentina. Hemos tenido ciclos tan diversos que hay consenso en que el Estado es el que crea la riqueza. Ese gen estatista nos lleva para abajo. Muchos empresarios han nacido con esa creencia y están pendientes de que el Estado los beneficie. Hay que soltar esa dependencia. Los empresarios son casi héroes en esta sociedad, pero lamentablemente no han tenido un gran rol. Si se los dejara más tranquilos, sería mejor.