Chemtest: cuando la ciencia y la tecnología se aplican a la salud

Diego Comerci, Doctor en Biología Molecular y Biotecnología, es uno de los fundadores de Chemtest, empresa argentina que idea, desarrolla y produce, entre otros, los novedosos test de detección de dengue y COVID-19.

A comienzos de junio de este año, un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y la Universidad Nacional de Quilmes (UNQUI) presentó el ELA-CHEMSTRIP, un kit de desarrollo y producción totalmente nacional, que permite diagnosticar de manera rápida, fácil y económica a personas con coronavirus. Al frente del equipo científico está Diego Comerci, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y la UNSAM, y fundador de Chemtest Argentina, la empresa que lo fabrica. Entusiasmado por el logro, explica cómo fue el camino que llevó a la producción de este test que hoy está siendo aplicado en todo el país. “Nadie hace un producto científico en 60 días –dice convencido–. Hay todo un trabajo detrás. Si hay gente formada, tecnología instalada y capacidad de dar respuesta, los conocimientos científicos se pueden aplicar y entonces sí es posible desarrollar en dos meses, por ejemplo, un test para detectar COVID, que era una enfermedad que hasta marzo desconocíamos en la Argentina”. También habla de otros productos de la empresa: los test de detección de dengue y Chagas.

Contanos en primer lugar qué es Chemtest.

Chemtest es una empresa dedicada al desarrollo, la producción y la comercialización de test diagnósticos. La fundamos en 2014, junto a Andrés Ciocchini y Juan Ugalde, que son dos colegas investigadores, como yo, del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas, de la UNSAM, y el empresario Juan Manuel Capece, dueño de Biochemiq, una pyme que fabrica productos biológicos para el área veterinaria.

¿Cómo surgió la idea de fundar una empresa de estas características?

En 2010, el Ministerio de Ciencia y Tecnología, mediante la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, había creado un programa, el Fondo Argentino Sectorial, que buscaba juntar investigadores del sector académico nacional y empresarios locales. La idea era reunirlos a través de algún proyecto que llevara al establecimiento de un nuevo servicio o al desarrollo de un nuevo producto que aportara rápidamente innovación tecnológica o científica al mercado. Ciocchini, Ugalde y yo fuimos de los primeros en sumarnos a ese proyecto con una plataforma de nanotecnología aplicada a salud. Se armó un consorcio integrado por investigadores del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI); nosotros, de la UNSAM, y una serie de empresas. La idea era ver si podíamos hacer sistemas portátiles robustos y simples para diagnosticar enfermedades infecciosas. Si bien no tuvo un desarrollo comercial importante, el proyecto fue muy bueno. Hicimos unos prototipos muy innovadores. No solo nos permitió generar recursos humanos y tecnológicos dedicados a aplicar biotecnología y nanotecnología al área de diagnóstico en salud, tanto humana como animal, sino que nos vinculó con empresas del sector biológico, entre ellas la gente de Biochemiq, en donde conocimos a Capece.

¿En qué consistían concretamente los sistemas que desarrollaron?

Se trataba de una serie de moléculas interesantes, una serie de glicoproteínas recombinantes bastante novedosa que pudimos patentar a nivel internacional. Ahí nos dimos cuenta de que existía la posibilidad de trasladar estas moléculas para generar diagnósticos en formato de tiras reactivas, el mismo formato de los test portátiles de embarazo, que son muy simples, pero para enfermedades infecciosas, como mal de Chagas, síndrome urémico hemolítico (SUH), brucelosis en personas y animales, aftosa en animales y otras.

Pero para eso necesitaban una estructura de producción.

Exactamente. Ahí surgió la idea de armar una empresa que se dedicara a producir esto que no se producía en el país. En 2013, gracias al programa EMPRETECNO, que fue un convenio de la Argentina con el Banco Mundial para llevar al sector productivo estos desarrollos que surgían en el sistema académico, conseguimos financiación, a la que sumamos el aporte de capital que hizo Juan Manuel. Así, a fines de 2014, creamos Chemtest. Lo primero que hicimos fue ponerla en un sistema de normas de Buenas Prácticas de Manufactura (GMP, por sus siglas en inglés), aprobadas por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT), porque queríamos que la empresa no solo desarrollara test, sino que también los produjera y comercializara. En poco tiempo desarrollamos y produjimos diagnósticos muy originales en el país y en el mundo, como las tiras reactivas para la detección del SUH.

Chemtest desarrolló también el dispositivo para detectar dengue, el NANOPOC. ¿Cómo funciona?

Su nombre, NANOPOC, indica la combinación de la tecnología nano con poc (que en inglés significa point of care). Los diagnósticos point of care pueden hacerse en cualquier lugar, aunque no haya luz eléctrica. Yo puedo diagnosticar dengue en Charata, Chaco, o en la zona selvática, porque lo único que necesito es pinchar un dedo al paciente, esperar un minuto y ver el resultado.

¿Esta tecnología no existía en la Argentina?

No en el formato que hicimos nosotros. Tuvimos la suerte de poder presentarlo en febrero de este año, acelerando los tiempos de desarrollo de prototipo y producción, porque sabíamos que se estaba viniendo la pandemia de dengue que viene afectando a América en los últimos años pero que el año pasado pegó muy duro. Fue la primera vez que ANMAT aprobaba una tira reactiva para dengue hecha en la Argentina. El Ministro de Salud y el de Ciencia y Tecnología e Innovación le dieron un impulso importante. Esto permitió visibilizar que científicos del sector académico podíamos hacer este tipo de producto y llevarlo al mercado a través de pymes de alta tecnología. Tenemos una plataforma robotizada para la producción de los test con muchísima tecnología incorporada y con recursos humanos de muy alta capacitación, por lo cual se da un triángulo interesante: investigación académica, producción local e implicancia social, todo tratando de generar productos de alto valor agregado.

¿Cuál es la visión de Chemtest?

Ver si podemos llevar productos innovadores y de alta calidad a lugares de alta demanda, como Europa y Estados Unidos, y, por supuesto, también a la región. Estamos en ese camino. Hoy por hoy, haber podido reconfigurar rápidamente nuestra línea de producción y nuestros productos aplicados a dengue o SUH para la detección del COVID; haber establecido alianzas con otras pymes locales que nos permiten complementar procesos o partes de productos que no podemos hacer nosotros; que estemos demandados por distintos países de la región; que tengamos apoyo del Gobierno en la asistencia para desarrollar nuestro mercado externo; tener pedidos de Estados Unidos, que nos compraron el producto para el SUH y el de la brucelosis humana y que los estén empezando evaluar para implementarlos en su sistema de salud pública, todo eso para nosotros es tocar el cielo con las manos. Y nos muestra que hay un camino posible. También lo están entendiendo las autoridades estatales: podemos hacerlo seriamente y es estratégico para el país.

Y así llegamos a la fabricación del ya famoso ELA-CHEMSTRIP, el kit de diagnóstico para COVID-19 desarrollado por Chemtest y productos Bio-lógicos. ¿Cómo surgió la idea?

En Chemtest estábamos en plena producción del test para dengue cuando dijeron que el Gobierno estaba buscando a alguien que desarrollara un test para el COVID y que tuviera capacidad para producirlo. Entonces contacté a Marcos Bilen, de la UNQUI, porque sabía que su empresa, Productos Bio-lógicos, tenía un complejo enzimático extraído de una bacteria del norte argentino y que, combinado con la capacidad de Chemtest de desarrollar tiras, podía ser la solución. Recibimos mucho apoyo del programa Industria por Argentina, que nos permitió buscar y contactar diseñadores industriales, lo cual nos ayudó a ampliar la capacidad productiva.

¿En qué consiste el test?

Es un test de base molecular, rápido, de bajo costo y fácil de maniobrar, que está aprobado por la ANMAT. No solo posibilita detectar el genoma del coronavirus SARS-CoV-2 en muestras de ARN, con similar sensibilidad y especificidad que la prueba de reacción en cadena de la polimerasa (PCR), que se usa en forma estandarizada para diagnóstico del COVID, sino que puede ser utilizado por laboratorios clínicos que no tienen los cicladores térmicos con lectura óptica, imprescindibles para hacer la PCR. Esos son equipos caros, que requieren entrenamiento para ser usados, que no son móviles y de los cuales hay muy pocos en el país. El test que ideamos se puede utilizar en áreas con muy baja capacidad tecnológica instalada. Se necesita básicamente una incubadora, que no es muy cara. La instalación consiste en enchufarla y prenderla, nada más. No hay que hacer curso de capacitación ni mantenimiento. La detección es visual. Se agrega la tira adentro del tubo; si aparecen dos bandas, es positivo.

¿Se hace un hisopado como en el test de PCR?

Sí, se realiza el mismo hisopado. Luego, se extrae el material genético del hisopo (mediante un kit de extracción que también estamos proveyendo) y se hace la reacción isotérmica en la incubadora.

¿Da positivo aunque la persona sea asintomática?

Así es. Permite diagnosticar a personas que estén cursando la enfermedad tengan síntomas o no. Tiene un 95,5 por ciento de sensibilidad y es cuatro veces más rápido que los test importados.

¿Cuánto esperan producir?

Los pronósticos iniciales cambiaron. En Chemtest, pasamos de 5 empleados en marzo a 18 a principios de julio. Debemos ser una de las pocas pymes que incorporaron personal durante la pandemia. Hoy estamos en un plan productivo de 100.000 unidades de test de COVID al mes y la idea es escalarlo a 300.000. También tenemos planes a mediano plazo para poder llevarlo a mucho más y atender demanda regional, pero ahí habría que hacer inversiones en otro tipo de maquinaria, otro tipo de sistema productivo y otra planta productiva.

¿Fue todo un desafío para vos?

Sí, pero más que científico fue un desafío productivo y tecnológico, porque no se hace un producto científico en 60 días. No lo hace ni el más genio del mundo. La ciencia es un camino largo y nunca sabés para dónde va. Te va llevando la intuición, la curiosidad, y hay que aplicar una metodología muy rígida. El mejor científico es el más volado y creativo, pero que además tiene una rigidez disciplinaria muy fuerte. Es el que hace buenas preguntas y tiene buenas respuestas a esas preguntas, y eso es un proceso largo. Formar cuadros científicos que trabajen con tecnología lleva tiempo. No siempre, obviamente, eso culmina en un producto que se produce en serie, bajo normas de calidad y que tiene un valor comercial. Esto último sí se puede lograr en 60 días y lo demostramos. No fue un descubrimiento científico. Fue agarrar todo lo que sabíamos hacer y alinearlo para poder sacar un producto tecnológico y asegurar capacidad productiva. Por eso creo que hay que salir un poco de la dicotomía perimida de la ciencia básica y la ciencia aplicada. Solo hay ciencia bien hecha y ciencia mal hecha. Y cuando la ciencia está bien hecha, siempre es aplicable.

Premio INNOVAR para el test de detección del SUH

Desde hace 15 años, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación otorga el premio INNOVAR “a quienes desafían sus propios límites para la búsqueda de soluciones”, con el objetivo de impulsar la cultura innovadora en los diferentes ámbitos productivos del país. En la edición de 2019, las tiras reactivas para detectar el SUH (que Chemtest comenzó a desarrollar en 2015) obtuvieron el premio a uno de los mejores desarrollos tecnológicos.

“Este test fue el desarrollo más original de Chemtest, porque está basado en una patente internacional y es el primer dispositivo que permite hacer un diagnóstico precoz en niños”, explica Diego Comerci. “Basta una gota de sangre para diagnosticar una enfermedad que es devastadora. La Argentina tiene el ranking mundial de SUH en niños menores de 8 años, con alrededor de 600 casos nuevos por año. Es una enfermedad peligrosa porque hay casos de mortalidad, pero también porque genera problemas crónicos a nivel renal. La detección precoz, entonces, es crítica, porque muchos de los casos que terminan mal son subdiagnosticados o mal diagnosticados, a veces, como simples diarreas. Los médicos mandan a los chicos a sus casas a que se hidraten y se agrava el cuadro. Tener el diagnóstico permite tomar medidas adecuadas para evitar que la enfermedad se complique”.

Skip to content