Alexia Rattazzi es psiquiatra infantil y especialista en condiciones del espectro autista. Hija mayor de Cristiano Rattazzi, fundó PANAACEA, una organización sin fines de lucro para democratizar la información y el acceso a los tratamientos de gente con autismo.
¿Cómo se generó la necesidad y la decisión de armar PANAACEA?
PANAACEA surge con la misión de mejorar la calidad de vida de las personas dentro del espectro autista. Tenemos una visión de una sociedad inclusiva y respetuosa de la diversidad, a través de cuatro líneas de acción: la toma de conciencia, la capacitación, la investigación y la intervención; todas pensadas para dar herramientas, información y conocimiento a las personas para que sean ellas mismas quienes puedan hacer. Tengo espíritu de hospital público, porque mi formación se dio en el contacto con personas que muchas veces son las que menos acceso tienen a todo, y creo que la salud es un derecho y no un privilegio. Todos deberían poder acceder a un servicio de excelente calidad, tiene que haber equidad. Así que yo quería dar respuesta de manera universal, que la gente pudiera acceder a información de calidad y libremente, solo teniendo wifi, eso es muy potente porque antes el conocimiento estaba completamente encerrado en el profesional. Es empoderar a la gente mediante una redistribución del poder.
Las familias con hijos dentro de las condiciones del espectro autista (CEA) requieren mucho esfuerzo financiero, ¿cierto?
Claro, casi la mitad tienen problemas financieros y en alrededor del 50 por ciento de los casos alguno de los padres tiene que dejar de trabajar o reducir horas. Sumado a eso, el 30 por ciento en la Argentina no tiene cobertura de salud –ni prepaga ni obra social ni mutual– y depende de la salud pública. Se le agrega que no hay muchos especialistas en autismo en nuestro país y menos en el ámbito de la salud pública.
¿Con qué capital se inició PANAACEA?
Lo primero son las ganas y la idea, eso es lo fundamental. Cuando tenés una idea o un sueño claro, conseguís todo lo que sea necesario para hacerlo viable, soy una convencida de eso. Pero tengo la fortuna de contar con muchas posibilidades que hicieron que esto fuera viable en muy corto tiempo. Por ejemplo, la casa que es nuestra sede era de mi abuelo materno. Después de que él falleció, fue cerrada. Entonces empecé a tantear con mi madre y mi tío, y ese fue el primer acto generosísimo. Están muy orgullosos de que esto se haya transformado en la sede de algo tan noble, son nuestros grandes donantes porque cualquier organización requiere un capital, de tiempo, de infraestructura.
¿Cómo se sustentan?
Hoy las organizaciones sin fines de lucro están tendiendo a esquemas más sustentables para que la mayor parte de sus ingresos esté generada por las acciones que hacen. Nosotros tenemos un arancel para lo que tiene que ver con capacitación y algo de la intervención, quienes pueden pagarlo, lo hacen. La organización debe ser sustentable para poder tener impacto, si no, se te licúa la intención.
¿A partir de qué tomaste la decisión de trabajar desde una asociación sin fines de lucro en vez de hacerlo en forma privada?
Cuando te pica el bicho de lo social, no hay vuelta atrás. Con el tercer sector, la remuneración no pasa por el lado económico. Lo social te da una recompensa que es casi espiritual, el estar cumpliendo con un sentido que va más allá es un propósito que te llena el alma.
¿Cómo ves la responsabilidad social empresarial en la Argentina?
Está empezando a haber un poco de movimiento. Hay una iniciativa en Europa que se llama Specialisterne, una consultora que solo emplea personas con CEA con muy alto funcionamiento, para empresas de tecnología. En 2016 Specialisterne hizo su primer proyecto en Buenos Aires con SAP, quien tiene el objetivo de que el 1 por ciento de sus empleados a nivel mundial estén dentro del espectro autista, y en la Argentina sumó a cinco personas. Eso recibió mucha difusión y otras empresas del sector dijeron: “Nosotros también”, porque hoy se valora la actitud abierta hacia la diversidad, el respeto y la inclusión en las empresas, es un valor agregado. Recuerdo el caso de una farmacia en los Estados Unidos que empleaba gente con discapacidad, y cuando lo comunicó públicamente se vio cómo los clientes preferían ir a comprar a una empresa con cultura inclusiva diversa y la productividad empezó a subir, hay muchas experiencias de ese tipo.
Del uno al diez, ¿cómo evaluarías la RSE en el país?
Es medio baja, te diría un tres, estoy siendo muy mala, pero, bueno, no es ni un uno ni un cero. Hay mucho por crecer, y en este momento estamos en una etapa de toma de conciencia.