El camino familiar y solidario

Paula Torres Carbonell forma parte de una de esas familias que disfrutan subiéndose al auto para hacerse al camino con la ilusión de conocer a la gente. En esa aventura, surgió la idea de unir la pasión rutera con el deseo de ayudar al prójimo. Así nació la Fundación Ruta 40.

Hace poco más de una década, el matrimonio Torres Carbonell emprendía junto a sus tres hijos, Andrés, Paula y Lucila, un viaje que cambiaría sus vidas. Con el auto cargado de equipaje y esas ganas de abrir los ojos para ampliar la mirada, se adentraban en la lejanía de la mítica Ruta 40, que recorre de punta a punta la Argentina. Cuando estaban en la Poma, un sitio perdido en la Salta profunda, a más de 4000 metros sobre el nivel del mar, se detuvieron en el bar del lugar. La dinámica de estos viajes siempre los impulsaba a detenerse a conversar con los lugareños, visitar la escuela, el hotelito de la plaza, el almacén y todo el folclore típico que le impregna la idiosincrasia a un terruño. El que atendía el bar resultó ser un tipo simpático y conversador que les comentó que estaba manejando la cooperativa de la escuela. Café de por medio, una cosa llevó a la otra y se despachó con una ilustración acabada de las necesidades que padecían por aquellos pagos. El hombre invitó a los viajeros a visitar la escuelita, y les presentó a la directora y a otras personas que le ponían el pecho a la situación. El entusiasmo de aquella gente era tal que cuando la familia se subió al auto la idea fue naciendo kilómetro tras kilómetro: tenían que hacer algo por aquella escuelita y por sus alumnos. Como un círculo contagioso, la espiral de ilusiones iba prendiendo fuerte en cada uno de los integrantes de la familia. Sabían que tenían con qué, poseían las aptitudes intelectuales y profesionales, y, por supuesto, ganas era lo que sobraba. A una madre contadora se le sumaban un padre y un hermano economistas, y Paula y Lucila, que habían estudiado Administración de Empresas. O sea, de números y organización de negocios la tenían clarísima, solo faltaba bajar todo a la realidad de una fundación. Llegaron a su hogar y la idea seguía intacta, más encendida que nunca, como si el viaje de regreso hubiese durado años o un segundo, algo atemporal que los había puesto en el espacio preciso, allí donde debían estar para arrancar un nuevo futuro valioso. Inmediatamente se desayunaron con la dificultad de crear una ONG. Entonces, decidieron comenzar dándole una mano a aquella escuelita, de una manera más informal, empujados por la pasión más que por la formalidad.

Entendieron que las necesidades eran de fondo, más allá de una mera ayuda económica. Empezaron a involucrar a más personas: gente amiga, los novios y todo el que pudiera acercarse desde el hacer o el dar. Cada quien fue sumando su granito de arena. Les llevó casi dos años crear la organización, poner en orden la parte legal y la contable.

Desde aquel primer viaje iniciático, el que encendió la llama, hasta hoy, la Fundación Ruta 40 ha forjado fuertes vínculos con muchas escuelas que se encuentran a la vera del camino, a unos kilómetros para la derecha o para la izquierda, desde el norte hasta el sur del país. A medida que la familia Torres Carbonell fue creciendo, la fundación también lo hizo, siempre dando y haciendo con el corazón, pero con un profesionalismo, un compromiso y una dedicación que les permiten seguir recorriendo el camino ganándose la confianza de aquellos que necesitan una mano, que alguien se detenga en el pueblo a ser solícitos con ellos, a escucharlos. PRESENTE conversó con Paula, Directora Ejecutiva de Ruta 40, quien nos contó el paso a paso de este camino solidario.

¿Por qué decidieron tomar como eje central de acción la Ruta 40?

Porque creíamos que esa ruta funcionaba como una suerte de columna vertebral que articulaba y mantenía unido a todo el país, aunque de una manera ciertamente compleja, pues existen en torno a ella muchas realidades distintas, climas variados y muchísimos kilómetros de cobertura para abordar la acción.

Sospecho que esa diversidad física y cultural conllevaba la necesidad de interiorizarse con profundidad en cada una de las realidades locales. Antes de actuar se debe ser solícito, esa virtud de escucha sin opinión o preconceptos. En ocasiones, las personas queremos ayudar a quienes están necesitados dando por sentado que comprendemos de qué carecen y, por supuesto, erramos el tiro llevándole un poncho al que necesita pan y pan al que necesita un poncho. ¿Ustedes priorizaron el hecho de escuchar antes de actuar?

Totalmente. La organización nació desde la escucha, interiorizándose en cuál era la necesidad puntual que tenían esas personas; los docentes, los directores y los alumnos. Son ellos los verdaderos artífices de los proyectos, del progreso, y sin su ayuda no podemos comprometernos de cara a los donantes. Queremos que se sientan escuchados y creemos que eso se viene dando de manera correcta porque desde hace diez años que venimos trabajando con las mismas escuelas aunque vayan rotando los directores, los docentes y los alumnos. Hemos logrado generar un vínculo de confianza a largo plazo entre la fundación y las instituciones, un diálogo de ida y vuelta que resulta ser clave para que la ayuda sea la que realmente necesitan y no la que nosotros creemos que es la ideal.

Pero la ruta es larga y ustedes no son omnipresentes, ¿entonces cómo logran hacerse del tiempo para prestarse a la escucha permanente?

Bueno, los métodos para estar cerca han ido evolucionando con los años. Cuando empezamos, quizás llamábamos al número de la única cabina que estaba ubicada en la plaza del pueblo, alguien levantaba el teléfono y gritaba: “Son los de Ruta”, y venía la directora y nos atendía. En ocasiones, enviábamos cartas y la comunicación era por correo. Pero todo cambió rápidamente y hoy te diría que tenemos Whatsapp con el 90 por ciento de las directoras, porque para eso no necesitan tener Internet sino servicio 3G, aunque a veces deben subir al monte o buscar un espacio en el que la señal llegue bien. La conectividad a Internet todavía es un problema, la mitad de las escuelas con las que trabajamos no cuentan con ella, o si la tienen, es muy mala. Algunos van a la ciudad los fines de semana y en ese momento se conectan desde la casa de algún familiar y así chateamos. También usamos mucho el teléfono de manera tradicional y solemos viajar, en grupos de a dos o tres, al menos una vez por mes. En este momento somos siete las personas que trabajamos full-time en la fundación y nos vamos turnando.

¿Con cuántas escuelas están trabajando en la actualidad?

Con 31; en número puede parecer poco, pero son más de 2500 alumnos.

Desde aquellos comienzos familiares hasta el día de hoy es probable que la Fundación Ruta 40 se haya profesionalizado, ¿cómo se vive ese proceso? Porque incluso no debe ser sencillo asignarse un sueldo cuando la causa es tan noble y altruista.

Es cierto lo que decís. Hace cuatro o cinco años, tuvimos que tomar la decisión de decir: “Esto está evolucionando, está funcionando muy bien, hay gran cantidad de gente que quiere ayudar, hay empresas que confían en nosotros, pero necesitamos expandirnos un poco más porque todavía las necesidades son muchísimas”, y bueno, ahí fue cuando hicimos esta vuelta y empezamos a comunicar lo que hacíamos y a salir un poco a la visibilidad, y, por ende, a formar un equipo más numeroso para afrontar la situación.

El Consejo de Administración trabaja ad honorem, quienes cobramos un sueldo somos el staff permanente y la Dirección Ejecutiva. Trabajamos en red con otras organizaciones sociales y, desde esa vinculación, se está generando algo muy bueno creo yo, que es analizar conjuntamente ciertas comparativas de sueldos, de buenas prácticas, de manejo de la información, entre otros temas que nos atañen a todos. Eso ayuda a dar respuesta a muchas inquietudes en común que van surgiendo y comienza a sentar ciertos parámetros compartidos. Creo que tenemos una gran responsabilidad y debemos ser extremadamente transparentes y responsables en el uso de los fondos. Para eso existen varias herramientas, desde lo legal hasta lo contable, además de brindarles a los donantes informes periódicos de lo que vamos haciendo para que sepan perfectamente a dónde se destinan sus donaciones.

¿Cómo evalúan cada proyecto que llevan adelante?

Inicialmente seleccionábamos a las escuelas sin un plan estipulado de antemano, lo hacíamos de una manera más espontánea, movidos por el afán de ayudar. Pero desde hace tiempo ya, buscamos realizar una evaluación inicial. Trabajamos formando núcleos de escuelas donde una directora le recomienda a otra de una escuela cercana acercarse a la fundación. Entonces, se pone en contacto con nosotros y vamos generando una articulación entre las propias escuelas. La formación de esos vínculos y nexos entre escuelas rurales, que quizás están distanciadas por solo cien kilómetros, son valiosos, porque seguramente se venían manejando de manera aislada sin generar proyectos en conjunto. Y lo verdaderamente importante es que esa vinculación perdura en el tiempo más allá de la Fundación Ruta 40. Hacemos un diario de ruta a fin de año con el objetivo de que todas las escuelas involucradas se enteren de lo que estamos realizando en cada una de ellas, lo cual les permite interesarse por los proyectos y buscar emularlos en su ámbito escolar. También tenemos ciertos tipos de proyectos agrupados, como en un preformato, como por ejemplo, equipar las escuelas de tecnología.

¿Cuán difícil es recaudar fondos o donaciones de las empresas?

Yo estudié algo de fundraising en los Estados Unidos y trabajé en una organización allá, por lo cual tengo claro el camino. Pero cabe destacar que en ese país el sistema acompaña a que a las empresas les resulte más sencillo donar. En la Argentina todavía el sistema no acompaña, entonces todo se reduce a la profunda voluntad de las personas.

¿Cuál es la postura de los padres ante la posibilidad que ustedes les brindan a sus hijos de acceder a un mejor ámbito escolar? ¿Ellos guardan alguna esperanza de ver a sus hijos superarse?

En los pueblos quizás la falencia se ve reflejada en lo cultural, en varias generaciones que no fueron al colegio, en padres que por ahí no conocen o no comparten el valor del estudio. Son chicos que van a pasar por la escuela primaria pero no necesariamente por la secundaria. Entonces, se van a quedar trabajando en ese mismo lugar. Creo que todo queda dentro de ese mismo ámbito, y por eso nosotros personalmente consideramos que su paso por la escuela primaria tiene que ser de calidad. Pero claro, estamos generalizando, no todos los padres asumen la misma postura, existen muchos que aspiran a que sus hijos se superen y progresen.

Ustedes tienen la particularidad de no brindarles ayuda financiera de manera directa a los padres, ¿por qué asumieron esta postura?

Porque elegimos acotar nuestro impacto en el ámbito de la escuela, porque creemos que esta puede ser un factor de cambio en esos pueblos. Son centros neurálgicos en esas comunidades. Entonces, lo que uno haga en la escuela va a decantar en la comunidad educativa y en los padres de los chicos.

Existen dos temas que me llamaron poderosamente la atención de la Fundación Ruta 40. El primero es que tiene la enorme aspiración de generar protagonistas del futuro; y el otro, la iniciativa del taller de fortalecimiento del carácter. Me parece que van de la mano, y por eso quiero que me cuentes un poco de qué se tratan.

Yo creo que cuando uno recuerda su propio paso por la escuela primaria, es donde ve qué fue lo que le inculcaron y lo que ha hecho en la vida. Creo que mucho tiene que ver con eso, con que nos brinden seguridad, con que nos hagan protagonistas, con que nos den las herramientas, con sentirnos valorados, con fomentar nuestra autoestima y con tener valores sanos. Lo que hacemos desde la fundación está relacionado con todo eso.

Vi que tienen un programa para traer a los chicos egresados a la ciudad de Buenos Aires.

Sí, se llama Mi Primer Vuelo, es un programa de LAN. Nosotros logramos que se puedan quedar cinco días en Buenos Aires, recorriendo la ciudad. También articulamos mucho con las empresas, porque creemos que cada una puede darnos una mano a la hora de llevar adelante y concretar otros proyectos, como talleres de arte, de cine, de fotografía, cosas que alimentan la curiosidad, el carácter; programas que luego permiten que los chicos crezcan culturalmente y puedan exigirles a los docentes más y más para seguir creciendo.

¿Cómo pide y cómo agradece un adulto, y cómo lo hace un chico?

Los chicos se cuelgan y no te dejan ir. Los adultos piden sus necesidades más urgentes. Creo que la manera de los chicos es extremadamente cariñosa e inocente, quizás es un simple “Gracias por venir” acompañado de muchos besos. Los directores y los docentes nos agradecen abriéndonos las puertas y permitiéndonos entrar en sus mundos; confiando en nosotros.

Hace mucho tiempo, leí una frase que se la atribuían al artista uruguayo Carlos Páez Vilaró, el creador de Casapueblo, el tipo que buscó a su hijo Carlitos por los Andes tras la caída del avión en el que viajaba junto a su equipo de rugby. Sus palabras eran estas: “Viajar es vivir palmo a palmo con la vida”. Mientras conversaba con Paula, estas palabras me invadían los pensamientos una y otra vez, como si alguien me las soplara al oído con la intención de que me hiciera a la ruta y me pusiera al servicio de una cruzada solidaria.

* Entrevista publicada en la edición 32 de PRESENTE (septiembre/octubre).

 

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