Contar historias a través de personajes, visibilizar realidades a través de esas historias, modificar comportamientos mediante ese acto. En algunos de sus últimos trabajos, Eleonora Wexler combinó su vocación con el compromiso social de poner sobre la mesa temas de los que considera necesario que se hable: en el film Yo, nena; yo, princesa, las infancias trans fueron el asunto principal. En la obra Teoría King Kong, le puso el cuerpo a un capítulo de un libro emblemático del feminismo, escrito por Virginie Despentes. En la película Algo incorrecto, sale a la luz una historia basada en hechos reales, de un juez que abusaba de menores, compañeras de colegio de su hija. En otro film, Historias invisibles, el tópico fue la trata de personas, con una historia similar a la de Marita Verón.
¿Qué entendés por responsabilidad social?
Es un compromiso de poner un granito de arena cada uno para que las cosas funcionen un poquito mejor. Ideas, sueños, utopías relacionadas con tener en cuenta al otro para mejorar desde la sociedad. Poner lo que cada uno tenga al alcance y le vibre adentro.
¿Pensás que tu rol y la visibilidad que implica te dan más responsabilidad?
Sí, porque sin proponértelo ni buscarlo, no dejás de ser un referente para otras personas y estás expuesta.
¿Cómo manejás eso?
Creo que bien. En redes sociales tengo mucho cuidado con las cosas que subo. Más en un momento tan candente, tan prendido fuego por todos lados. Sabés que, si lo hacés, estás expuesto todo el tiempo a todo tipo de comentarios. De política, por ejemplo, prácticamente no hablo. Tengo mi posición, pero no me interesa hacerla pública. Siento que está todo poco respetado, que te marcan, y no me interesa. Respeto todo, pero prefiero preservar mi lugar como actriz, y más en este momento social. Ahora, hay cuestiones que sí me interesa defender, que tienen que ver con derechos.
¿Creés que la nuestra es una sociedad responsable?
Es muy difícil esa pregunta, porque hay de todo. Una parte no, otra parte sí. Te doy un ejemplo, con respecto al planeta: hace poco grabé en Puerto Madryn y noté una conciencia de cuidar el ambiente. Ideas sobre de qué manera hacerlo, con detalles, cuidar el agua, no tirar basura. Ves los lugares limpios. Cada una de las personas con las que hablé tiene conciencia de cuidar el lugar. La generación de mi hija es mucho más consciente de eso. Es muy amplia la pregunta, porque en cuanto a otros temas y en ciertos lugares no hay tanto cuidado. Creo que hay un mayor nivel de concientización en las nuevas generaciones, las que nos siguen a nosotros. En temas como los derechos del niño y los animales hay un compromiso diferente, pero todavía nos falta mucho.
¿Sos de participar en campañas? ¿Qué temas te interpelan para hacerlo?
Sí, soy de participar. Me interesan mucho los derechos del niño, la educación y las campañas contra el maltrato animal. Siempre me van a ver haciendo cosas vinculadas con esos temas. También colaboro con personas que me piden ayuda, con difundir enfermedades poco frecuentes. Participo mucho en cuestiones referidas a la AMIA todos los años. Y en mi trabajo me interesa abordar temas que considero que es necesario visibilizar.
Tus últimos trabajos tocan temáticas fuertes…
Sí. Mucho compromiso social, una seguidilla de cosas que estuvieron muy interesantes. Está buenísimo. Lo primero fue Yo nena…, que me atravesó por completo. En el medio hubo otras cosas, pero aparecieron estos trabajos con temáticas más sociales, que me interpelaron, me gustaron. Me hicieron pensar, investigar, profundizar.
En general, dedicás mucho tiempo a investigar alrededor del personaje y el tema que aborda cada trabajo, ¿no?
Sí, eso es lo más lindo que tiene nuestro trabajo: poder profundizar, entender esos mundos, ese pensamiento. El rol que cumple una persona, qué siente, qué atraviesa. Es meterme en ese universo y darle vida a un mundo que nada tiene que ver con el mío.
Cuando te sumergís tanto en ese mundo, ¿cómo hacés para salir?
Con los años hice mucho trabajo en mí para eso. Cuando era más chica, a los 18, me llevaba cada personaje que hacía. Volvía a mi casa, los veía a mis viejos y sentía que estaba hablando de otra manera. Yo no me daba cuenta al principio. Cuando empecé a crecer, lo trabajé, entendí que termina el trabajo y se terminó. Porque si no, te quedás prendida un poco de todo. Al principio, por ahí no me resultaba tan fácil. Ahora sí. Pero hay personajes y personajes. Según la temática o en qué te toquen, a veces te llevás un poco la mochila puesta. Aunque no lo quieras.
No te llevás el personaje, sino que el tema queda en vos.
El tema queda, sí. De hecho, me pasó el año pasado, con Algo incorrecto. Cuando volví de Mar del Plata, me dolía la garganta, sentía que no podía tragar. Me preocupé, fui a ver al otorrino, que me dijo que mis cuerdas estaban mejor que antes. Tenía inflamado alrededor de un huesito que se llama hioides, que tiene que ver con un gran esfuerzo o con tensión. Evidentemente, tensioné algo que quedó atravesado. Sentí que, particularmente, me había quedado una cierta tristeza de ese personaje.
¿Te había pasado antes?
Sí, pero hacía mucho que no me pasaba. Un montón. Este me lo llevé puesto un poquito más.
Tuviste una época en la que te juzgabas mucho, ¿no?
Sí. A veces también lo hago ahora. Lo hago menos, mucho menos, pero sí. Muy exigente, demasiado exigente. ¿Para qué, no? Con el laburo era hiperexigente, pero no solo con eso. También lo era con los demás, inevitablemente. Pero la que primero se castigaba porque no le gustaba cómo estaban las cosas siempre era yo. Era ver siempre la falta, y es importante poder cambiar esa mirada.
El hecho de que hubiera gente aplaudiéndote y diciéndote que lo que hacías estaba bien ¿no te modificaba en nada?
No, en nada. Porque yo sentía que no estaba bien.
¿Cómo lograste desactivarlo?
Trabajando conmigo. Porque el nivel de exigencia habla de que nunca te va a alcanzar nada. Es imposible: si estás todo el tiempo exigiéndote, nada será suficiente. Y, al final, no terminás disfrutando de nada. En mi trabajo hay que permitirse jugar un rato. Se trata de poder aceptarte, de entender que era lo que pudiste hacer en ese momento, lo mejor que pudiste dar. Por más que sepas que no estaba como a vos te hubiese gustado, hay que aceptarlo y relajar con eso.
Dijiste que la parte más linda es la previa, que es cuando todavía no estás actuando…
Sí, la previa me gusta mucho por la investigación, pero muchas veces me pasa cuando estoy haciendo teatro que, mientras encuentro el personaje, a me[1]dida que pasan las funciones, me fascina. O sea, todo ese rollo por ahí tiene que ver más con lo audiovisual que con el teatro.
¿Porque te podés ver?
Exacto. Aparte es algo muy momentáneo: lo hacés en un momento y no se repite. En cambio, en el teatro, vos repetís y repetís, vas trabajando el personaje y lo vas profundizando, y te vas encontrando cada vez con algo diferente.
Igual, en teatro, antes de arrancar la función…
Me quiero ir. Siempre me quiero ir. Ahora, en Teoría King Kong, por ejemplo, me quería ir. Me preguntaba “¿Por qué hago esto?”. Después, ya está. Una vez que salgo, lo disfruto. Me encanta, vuelo, me completa.
¿Qué respondés a esa pregunta que te hacés?
No me puedo responder en ese momento, solo me quiero ir a mi casa. Sé que actuar me mantiene viva, me mantiene con una adrenalina y muy presente en el momento. Me da muchos nervios, mucha exposición. Después, hay algo de esto que me gusta, porque me vuelven a llamar y digo que sí aunque sepa que me va a pasar exactamente lo mismo.
En ese momento, ¿lo estás pasando mal?
Sí, antes de entrar lo paso mal. Tengo adrenalina, estoy nerviosa, pienso que me voy a olvidar de todo. Estoy toda dura. Pero hay algo que se acomoda con el público, cuando pongo un pie en el escenario.
Una vez que terminaste la función, ¿valió la pena?
Depende. La mayoría de las veces valió la pena. Cuando tenés una linda función, realmente viajás y volás. Estás en otro plano.
“La responsabilidad social es un compromiso de poner un granito de arena cada uno para que las cosas funcionen un poquito mejor”
La vocación de Eleonora Wexler apareció muy temprano en su vida. En su casa era protagonista, autora y productora de una serie de ficciones que tenían de partenaires (a veces con su voluntad y otras en contra de ella) a su hermana y a su prima. Su papá la llevaba al teatro y ella disfrutaba el espectáculo, pero además esperaba ansiosa que la hicieran participar y ser por un momento parte de la historia. Un día se enteró de que había audiciones para Annie, el musical, e insistió para que la llevaran. Cantó, bailó, actuó y fue elegida para interpretar a una de las huerfanitas que secundaban a la protagonista. Nunca más paró.
Este año tuvo mucho trabajo, en distintos formatos: filmó El mejor infarto de mi vida, una coproducción entre España, Uruguay y Argentina escrita por Hernán Casciari. Estrenó tres films: Historias invisibles, Ariel y Algo incorrecto. En la plataforma Flow actuó en la serie Sin etiquetas, y en teatro realizó el unipersonal Mary sobre Mary, sobre Mary Wondercraft, una feminista muy avanzada de la década de 1790 que fue madre de Mary Shelley, la autora de Frankenstein. Además, grabó una serie para Star+ junto a Martín Bossi y Cacho Santoro, filmará la película Lo que quisimos ser, con Alejandro Agresti, una serie en Puerto Madryn que saldrá el año que viene y un unitario en la TV Pública.
Hace 40 años que se dedica a la actuación. Sin embargo, cada vez que se sube al escenario experimenta, al mismo tiempo, una sensación de novedad y de fin de ciclo. El temor la paraliza. Todos los años de vocación entran en duda. Una vida dedicada a una pasión se pone en jaque. De todas formas, se queda, resiste a la tentación de huir y da un paso adelante. Y otro más. Hasta que pisa el escenario y se transforma: no solo deja de ser ella para encarnar un personaje, sino que el miedo se disipa, la parálisis queda en el olvido y ella solo fluye. Aparece la satisfacción del juego/trabajo al que se dedica desde hace 40 años, aquello que puso en marcha de muy chica.
Y así como ella descubrió de pequeña una pasión que la sigue acompañando, observa feliz que le sucede lo mismo a su hija Miranda, de 18 años. “Me gusta mucho de ella que tiene una pasión muy marcada. Eso hace que se pueda ir un poco, pero que siempre vuelva al eje. Le gustan los caballos, la equitación, desde que tiene dos años y medio. Por medio de nadie, solo fue una inquietud suya. Estábamos cerca de casa y de repente me dijo que quería dar una vuelta en pony, en un hípico. No sabíamos todavía si se podía mantener derecha, era rechiquita. Pero se mantuvo y nunca más dejó”, cuenta.
Ya es adulta, ¿qué te genera eso?
Es una mujer y me encanta. Está divina. Somos mucho más compinches, más cómplices. Hay cosas suyas que uno va descubriendo y piensa que tienen que ver con el papá o conmigo, con las bases del hogar, de lo que uno le dio. Pero después hay algo que tiene que ver con ella, que es un ser independiente. Cosas que no tienen que ver con mi pensamiento ni con mi forma de razonar. Es ella. Y se trata de entender que ese ser que estuvo adentro tuyo es ella. Que vuele, que tenga su pensamiento propio, su ideología, su vida. Es un flash, es alucinante. Hay que saber aceptarlo… Es parte de mi crecimiento como mamá dejarla volar y que sea libre, con su ideología. Por más que yo me enoje algunas veces, no es que es todo color de rosas. A veces me enojo porque no piensa de una manera, pero ella piensa diferente. Y está bien.
La exigencia de la que hablabas, ¿la tuviste también con ella?
Eso lo tiene que decir ella, pero creo que no. De hecho, con su actividad y todo, soy muy libre, es ella la que tiene mucha exigencia con ella misma, y yo lo que hago es bajarla un poco, calmarla.
Cuando hablás del trabajo que hiciste en vos para ser más amable con vos misma y disfrutar más, ¿a qué te referís?
A terapia, por ejemplo. Hice diferentes tipos de terapia, también meditación, método De Rose. Practiqué otro tipo de yoga también. Todo tiene que ver con el autoconocimiento, con la conciencia de uno, con poder conocerse, aceptarse lo mejor que uno puede y disfrutar. Si no, es una tortura la vida entera.