Enrique Macaya Márquez, el comentarista del pueblo

Asegura que le preocupa la sociedad y cuenta que lo gratifica involucrarse en acciones solidarias, aunque no se animaría a crear una Fundación.

Enrique creció en el barrio porteño de Flores, en una familia de clase media baja que no tenía la posibilidad de comprar una casa. Así que, por necesidad, a los 14 años empezó a trabajar como cadete en radio El Mundo, donde muchos conocían a su papá,

don Ernesto Macaya. Por eso sus compañeros lo apodaron “Macayita”. Hasta que un día recibió un consejo: “No te dejes llamar así porque si no, vas a ser ‘Macayita’ toda tu vida”. Entonces, para diferenciarse, decidió agregarse el apellido de su mamá, Doña Ricarda Romualda Márquez. “Mi empresa soy yo, eso lo entendí siempre y lo tengo claro desde la primera vez que me senté a discutir un contrato. Por eso me cuido y trato de mejorar. Si puedo, bien. Y si no, al menos lo intento”, cuenta el periodista deportivo Enrique Macaya Márquez, que a sus 77 años acumula casi medio siglo en la televisión de manera prácticamente ininterrumpida.

Dos meses después de que Macayita empezara a trabajar, la radio estuvo por sumar otro empleado. Pero él habló con sus jefes y pidió que no contrataran a nadie. “Empecé a trabajar en dos horarios y ganaba un dinero extra. Vendí avisos y, con el tiempo, llegué a ser gerente comercial”, recuerda uno de los periodistas argentinos más respetados de las últimas décadas.

Macaya Márquez, que nació el 20 de noviembre de 1934 en Buenos Aires, tenía unos 17 años cuando comentó por primera vez un partido de fútbol. “Estaba muy nervioso, pero se ve que tan mal no lo hice porque después me pidieron que siguiera”, dice sobre lo que fue algo así como el puntapié inicial de su ascendente carrera periodística, ya que luego empezó a escribir en las revistas Diez Puntos y El Campeón, y en los diarios Noticias Gráficas, Convicción y La Nación.

En 1966 dio sus primeros pasos en la televisión, donde alcanzaría su pico más alto al frente de Fútbol de Primera, programa que desde agosto de 1985 hasta diciembre de 2009 emitía los resúmenes de los partidos del torneo local. “El prestigio se construye con el tiempo. Yo no soñaba con ser periodista. A mí siempre me gustó el fútbol y por eso llegué a esta profesión”, asegura Macaya Márquez, sentado en Tabac, un histórico café ubicado en la esquina de las avenidas Del Libertador y Coronel Díaz que suele ser punto de reunión para varios políticos, como el jefe de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta.

Aun en medio del bullicio, su voz resulta inconfundible. Usa el mismo tono con el que comentó miles de partidos y más de una docena de mundiales. Más precisamente, Sudáfrica 2010 fue su decimocuarta Copa del Mundo, ya que desde Suecia 1958 no faltó a ninguna cita mundialista, lo que generó un reconocimiento especial por parte de la FIFA. “Soy el único periodista argentino y el segundo en el mundo con tantas coberturas. Pero eso habla más de mi vejez que de otra cosa”, sostiene. Después de casi una vida entera en los medios, su faceta laboral es la más conocida. Sin embargo, en las sombras hay un costado solidario y social del que poco se sabe. Incluso, Macaya Márquez se sorprende cuando PRESENTE le pregunta acerca de su relación con la Fundación Cardiológica Argentina (FCA), de la que es miembro honorario.

El vínculo comenzó en 2005, cuando la FCA y la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) realizaron el simposio “Muerte súbita en el deporte”, que contó con la coordinación general del reconocido periodista y al que asistieron unas 400 personas, entre cardiólogos, médicos clínicos y deportólogos, kinesiólogos, preparadores físicos, dirigentes deportivos y deportistas en general. “Yo no tengo conocimientos científicos que puedan respaldar mi actividad en un simposio de esa naturaleza, pero de todas formas faltaba ligar las cosas y alguien que lo fuera armando. Nos llevó mucho tiempo, trabajamos junto a los médicos y aprendí mucho”, asegura.

¿Desde entonces quedó ligado a la Fundación?

Sí. Fue realmente muy bueno. Tanto es así que luego hicieron otro, pero sobre nutrición, para abordar cuestiones acerca de qué se debe comer y qué no. Con mucho gusto, aún sigo ligado a la Fundación. Cada vez que hay algo en lo que yo puedo intervenir o ayudar, lo hago. Para mí es una satisfacción muy grande.

¿Por qué?

Sí, sí, es una gran satisfacción. Porque en lo mío todo está absolutamente comercializado y tarifado; yo cobro por tantos minutos, por tal o por tanto trabajo… En cambio esto otro es algo mucho más importante.

De pronto, un mozo pregunta si queremos pedir algo para tomar. Mientras, dos hombres pasan por al lado y uno dice: “Mirá, es igual que en la tele”. Sonríen pero no se animan a saludarlo. En ese momento ingresa a la cafetería un muchacho de unos 25 años. Se acerca hasta la mesa con su brazo derecho extendido para darle la mano a Macaya Márquez y, con una sonrisa, le dice: “El número uno, eh”. El comentarista responde “Muchas gracias querido, encantado”. Enseguida pide un café y retoma el hilo de la conversación en el lugar exacto, como si no hubiera existido ninguna interrupción. “Ayudar me hace sentir de otra manera, es una cosa mucho más importante que el desarrollo de un pasatiempo en particular, porque sos más útil a la sociedad”.

En los últimos años, varios futbolistas, como Lionel Messi y Javier Zanetti, encabezan Fundaciones con fines sociales. Lo mismo hacen otros deportistas o personalidades populares. “Ellos ponen la imagen, el tiempo, la voluntad… Se dedican, le encontraron la vuelta y lo saben hacer, sobre todo Zanetti, que es el caso que más conozco”, dice el comentarista más famoso del país, al que uno se podría imaginar al frente de una Fundación vinculada, por ejemplo, a la educación y el deporte. Sin embargo, él no lo ve tan factible. “Nunca pensé en algo así. Pero no desde el punto de vista de negar mi colaboración, porque yo ayudaría encantado, sino porque me parecía que para mí no daba, que yo no estaba en condiciones de crear una Fundación. Me pareció algo demasiado trascendente. Es algo que, se me ocurre, no podría dominar. Colaborar es otra cosa. Además, también hay que tener cuidado. No se puede hacer cualquier Fundación. Tiene que ser algo muy bien hecho, prolijo. Porque hay algunas que se dedican a ayudar o a promover determinadas cuestiones en lo social, pero hay otras que en última instancia abaratan sus propios costos para dar un servicio más barato”, señala.

Hablando de lo social, ¿qué cree que le falta a la Argentina?

Si bien no puedo determinar con conocimiento profundo cuál es la situación en nuestro país, tengo mis ideas como un habitante más. Mi infancia fue muy feliz, guardo los mejores recuerdos: familia numerosa, cinco hermanos, iba a la escuela en un solo turno, vivíamos jugando en la calle. Ahora es otra cosa. Y creo que la base es la educación, que me parece fundamental porque es lo que le va a permitir al ciudadano saber qué es lo que tiene que exigir y lo que debe hacer. Pero sucede que acá hay una confrontación inútil que me asombra.

¿Por ejemplo?

Respecto a la inseguridad, se habla sobre si hay que bajar la edad de imputabilidad o si hay que aumentar las penas. Del otro lado escucho que no hay que hacer eso, porque en realidad se trata de enfermos a los que hay que educar. Finalmente, de esas supuestas acciones pasan a la inacción. Y no hacen nada, ni los que quieren más rigurosidad ni los que piensan que es algo de largo aliento y creen que hay que educar. Y lo que tienen que hacer son las dos cosas paralelamente. Acá se habla y se discute, pero no se hace. Hay que arrancar, porque ya se perdió mucho tiempo. Yo veo todo mal, soy pesimista.

¿Por qué es pesimista?

Tengo nietos y me gusta vivir entre los jóvenes. Y soy pesimista porque me doy cuenta de que nosotros retrocedemos en lugar de avanzar. ¿En qué lo notó? En todo. Desde la primera vez que fui a Europa y me enseñaron que no tenía que tirar un papel en el suelo, mientras que acá los seguimos tirando en cualquier lado y a nadie le interesa nada. No termina ahí, también se roba. En todo esto hay un componente explosivo que irrumpió en el mundo y es la droga. Eso ha modificado todo. Uno vive en un país irreal y no se da cuenta. Por eso soy pesimista. No veo que haya gente que cuente con los medios suficientes como para pelear y luchar contra esto. Prefiero decir que son ineficientes en la pelea, por no pensar otra cosa.

En la actualidad, millones de personas siguen el fútbol en el mundo. El último clásico entre Real Madrid y Barcelona por la Liga española se estima que fue visto en televisión por unos 400.000.000 de espectadores. Y en la Argentina son cientos de miles los que van a las canchas cada fin de semana. “Por eso, el fútbol tiene muchísimas posibilidades de ser útil. Pero también de ser peligroso”, señala Macaya Márquez, a la vez que asegura que “el deterioro de la gente” lo nota observando al público, cada vez que va a los estadios. “Veo cómo desprecian su propia vida y por eso matan al otro. Se pelean a morir con un policía, que tampoco está entrenado para el trabajo que hace”, opina.

¿Qué debería cambiar?

Yo prefiero que el Estado sea el que marque las normas y exija cómo se tienen que hacer las cosas. Después, el voluntarismo bienvenido sea. Creo en la buena voluntad pero prefiero asegurarme en base a las normas que imponga un Estado que tiene que ser fuerte, con buenos ejemplos y con capacidad. El problema es que hay incapacidad. Ojo, que no estoy hablando de este gobierno, ni del que pasó ni del que viene, sino de un proceso que lleva muchos años.

Batallando contra su pesimismo sobre la situación social, Macaya Márquez no esquiva las acciones solidarias y elogia que diferentes empresas tengan iniciativas en este sentido; como Torneos y Competencias, donde no solo trabaja sino que además colabora en la Fundación. ¿De qué manera? Prestando su imagen para algún spot televisivo, como en el que apareció junto a uno de sus nietos promoviendo la lectura. “Son mensajes… Me parecen trascendentes pero preferiría que todos los chicos pudieran ir a la escuela y supieran leer”, reflexiona. Enseguida aclara que está de acuerdo con ese tipo de actividades –“son muy buenas”– aunque le parecen un grano de arena en medio del desierto. “Es un gran esfuerzo, invertir tiempo, entusiasmo, ganas… pero en el resultado no es tan sencillo ser optimista. Si tuviéramos un nivel de conocimiento cubierto, todo lo que se le agrega a eso es importante. Al no tener nada, un poquito parece muy importante; y un poquito en realidad se pierde”, sostiene.

Sin embargo, igual participa.

Claro que sí, cada vez que me lo piden estoy. Me gusta participar porque me hace sentir bien. ¡Me siento con la obligación! ¡¿Cómo no voy a participar?! No entiendo cómo podría no hacerlo. Vivimos en sociedad. Mi pensamiento no está atado a ningún dogma en especial ni nada por el estilo, ni tampoco a un principio religioso por más que lo tenga. Pero es básico, es una cuestión de convivencia y cada uno tiene que vivir pensando en el otro. Si no sirves al otro, no sirves.

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