Carolina Biquard es una de las fundadoras del proyecto Potrero Digital, una escuela de oficios digitales para que jóvenes de contextos vulnerables puedan formarse y encontrar trabajo. Pionera del tercer sector en el país, hace 26 años armó la fundación Compromiso, de la que sigue siendo Directora Ejecutiva.
Cuando en 1994 Carolina Biquard creó la fundación Compromiso, el tercer sector todavía no existía en la Argentina. Ya entonces el objetivo fue gestionar recursos y brindar asistencia técnica para potenciar proyectos y organizaciones de la sociedad civil que aportaran al desarrollo sustentable y a la inclusión social, a través de la articulación entre actores, la formación y la construcción de conocimiento. Unos años antes, mientras cursaba la carrera de Abogacía, trabajaba como voluntaria en la organización Pelota de Trapo, dedicada a los chicos de la calle. Pronto se dio cuenta de que aquello tenía un impacto real en la vida de muchos: los que estaban contenidos por esa ONG registraban un tres por ciento de reincidencia contra el 70 de quienes vivían en institutos de menores. Así que, recién recibida, decidió que no trabajaría en Tribunales ni en un estudio, sino que iría a Nueva York para hacer un máster en Nonprofit Management. “En ese momento era muy disruptivo para una organización de base. Y también para mis padres, que me decían: ‘Eso es caridad y está bien, pero vos tenés que poder ganarte la vida, por lo menos para pagarte la farmacia’”, recuerda con una sonrisa. En los Estados Unidos conoció al rabino Marshall Meyer, quien le dijo: “Tenés una misión sagrada, una misión histórica, podés generar un gran impacto en tu sociedad”. La frase fue una inyección de entusiasmo y responsabilidad. Al volver a la Argentina, armó un curso de Desarrollos de Fondos en la Universidad de Belgrano, donde empezó a transmitir lo aprendido sobre cómo profesionalizar a las organizaciones sociales y encontró cantidad de personas interesadas en tender un puente que pasara de las buenas intenciones a los buenos resultados. Fue el comienzo de Compromiso. Otra bisagra fue su amistad con Peter Drucker, un intelectual de la gestión y de la autogestión, y una gran inspiración para Compromiso: “Drucker fue un gran visionario, y decía que los grandes cambios sociales no los iban a hacer solo el Estado o las empresas, que se necesitaba la sociedad civil”. El trabajo desde la fundación fue acercarse a organizaciones, escuelas, empresas con fines sociales, puestos de salud y parroquias, y llevarles programas de autoevaluación y planificación, para ayudarlas a pensar.
El último proyecto en el que Compromiso unió fuerzas –esta vez junto a la productora Mundoloco, de Juan Campanella y Gastón Gorali, y la Cooperativa La Juanita– se llama Potrero Digital, una red de escuelas de oficios digitales orientada a la integración social que produce un cambio cultural en las comunidades: de los oficios manuales a los digitales. Este año hay 3000 alumnos especializándose en programación web (trayectos de Desarrollador Web Frontend Developer, Desarrollador Web Backend Developer y Programación en Python), marketing digital (Gestión de contenidos en redes sociales/Community manager y Publicidad en Google/Google Ads), comercio electrónico/asistente de ventas, soporte informático y educación financiera. Para la certificación, cada curso dura dos años (cuatro cuatrimestres), y en todos ellos los alumnos tienen además dos materias obligatorias: Inglés Digital y Habilidades Socioemocionales.
¿Es verdad que en medio de la pandemia, cuando todo parece ponerse en cuestión, Potrero Digital tomó un vuelo impensado?
Sí, vamos a llegar a los 3000 alumnos este año y todavía no cumplimos dos años.
¿Qué objetivo se habían fijado para 2020?
Quinientos alumnos, pero con la pandemia aprovechamos la oportunidad.
Ustedes partían de la presencialidad, ¿cómo sortean los problemas de conectividad, por ejemplo?
Es una gran ingeniería. Seguimos haciendo un trabajo muy fuerte con las organizaciones sociales, pero toda la parte académica quedó centralizada en Compromiso. Las organizaciones convocan a los alumnos, y si ellos no tienen una computadora, contamos con muchas empresas que nos donan, como New Sound, que nos donó cien celulares en el día uno de la pandemia. Es un problema cuando no tienen conectividad, pero hay mucho WhatsApp y los docentes arman grupos, les mandan el material que se perdieron y graban las clases. La clave son nuestros socios, la alianza que tenemos con Digital House, por ejemplo, que aporta todo lo que es programación, la que tenemos con Google, que nos da las herramientas como Google Meet y Google Classroom, Cisco en lo que es soporte técnico. Además, seguimos abriendo “potreros”. En diciembre 2020 se certificarán los primeros 25 alumnos que arrancaron en La Juanita, nuestro potrero madre.
¿Es cierto que se están regionalizando?
Sí, es a partir de una propuesta de Mercado Libre, con quien damos el curso de Asistente de Ventas de E-Commerce y estamos haciendo una alianza muy fuerte. Ellos nos ofrecieron acompañarnos en la expansión regional y ahora estamos en Brasil, Chile, Uruguay y México.
¿Cuál es el impacto total?
En los otros países recién está empezando, el primer piloto de Río de Janeiro lo estamos haciendo en una favela con 40 personas. En Chile son 20 becas. Pero nuestro equipo está explotando. Imaginate que atender a 3000 estudiantes no es lo mismo que a 200, como el año pasado. Pero somos los primeros que consumimos los servicios de nuestros alumnos, después los mandamos al universo [sonríe]. Nuestra Community Manager, por ejemplo, es una alumna de Potrero, y estamos trabajando en una plataforma propia que se va a hacer el 80 por ciento con nuestros alumnos.
¿Podemos decir que efectivamente la vida de las personas se transforma y mejora?
Cien por ciento. Nosotros trabajamos con el Estado. En la ciudad de Mendoza, por ejemplo, fue el Intendente el que nos llamó, y ayudamos a conseguir al socio estratégico que puso los fondos, pero él ya tenía excelente relación con el Intendente. Después salimos a identificar organizaciones barriales, que son las que convocan a los alumnos, y el municipio también hace su convocatoria. Es una articulación público-privada.
Las alianzas son vitales para sostener Potrero Digital, ¿cierto?
Claro, por ejemplo la embajada americana puso la plata para que ICANA, que es una ONG, nos dé los cursos de Inglés Digital. El primero que apostó fue el Banco Santander, que es un gran socio de La Juanita, y después se sumó J. P. Morgan, que aportó 250 mil dólares, y eso es lo que nos hizo saltar de esta manera.
Decís “se sumó”, pero imagino que generar esas alianzas estratégicas debe requerir un enorme trabajo de parte de ustedes.
¡Sí, es un laburo chino! [se ríe].
Con 26 años profesionalizando las organizaciones sociales, ¿qué avances hubo en el tercer sector y qué es lo que aún queda pendiente?
Hoy nadie cuestiona la importancia del rol de las organizaciones sociales, pero también es un poco la falta de políticas públicas razonables en la Argentina y en la región lo que hace que no muchas de estas organizaciones puedan sobrevivir con mucha efectividad, porque si no es fácil para una pyme…
En una sociedad ideal, ¿el Estado debería poder cubrir todas las necesidades?
El Estado solo no puede en ningún lado. Esto es una verdad de Perogrullo. Hasta en los más totalitarios, hay un montón de organizaciones que le hacen posible al Estado brindar los servicios sociales que la gente necesita. No hay ningún hospital en el mundo que no tercerice los análisis clínicos o la limpieza, es impensable. Cualquier tipo de organización que tenga que brindar servicios sociales trabaja en alianza con muchos proveedores para brindarles los servicios a sus clientes. No es distinto con el Estado y el tercer sector.
En la construcción conjunta entre empresas, organizaciones del sector social y el Estado, ¿cuál es la dificultad más repetida?
[Suspira] Siempre hay que pensar que en nuestro país no nos ponemos de acuerdo, hay falta de confianza, pero también hay mucha confusión técnica. En mi experiencia con Compromiso, nos ayudó un montón tener la idea muy clara de que lo más importante era la misión de la organización, el para qué existía y para quién existía. Y a veces se pierde eso de vista.
Definir un objetivo claro y priorizarlo.
Algo tan obvio como eso. Hay países más civilizados que otros y que se dan cuenta de que es muy importante respetar las leyes por el bien de todos, y hay otros que somos más incivilizados y no respetamos las leyes, porque nos puede más el interés particular y el corto plazo, y no incorporamos la noción de largo plazo, la noción de sustentabilidad, no nos importa que sea sustentable y así nos va.
¿El cortoplacismo atenta contra el concepto mismo de sustentabilidad?
Exacto. Hay países que lo ven con más claridad y otros que no.
¿Cuánto le falta a la RSE en la Argentina?
La RSE avanzó un montón. Avanzó bastante el concepto de inversión social, el concepto de que tengo una responsabilidad y de que tengo que invertir, de que las relaciones con la comunidad deben ser más profesionales, aunque todavía no se invierte todo lo que hace falta. Hay un grupo de profesionales que están trabajando muy bien. Mercado Libre, por ejemplo, tiene una Gerencia de Sustentabilidad superprofesional, porque ya el concepto no es nada más “responsabilidad social”, sino “sustentabilidad”, y me da mucho orgullo porque es una empresa argentina. Hay una línea estratégica vinculada con el negocio, eso lo hace sustentable y está vinculado con el contexto y con el impacto social que genera esa empresa.
El concepto de RSE queda atravesado por el de sustentabilidad.
Cien por ciento, y por el de economía de impacto. Ese es el último gran descubrimiento, la gran innovación en el campo social es la economía de impacto.
¿Cómo se define?
La economía de impacto te demuestra que el impacto social de una inversión inevitablemente genera un retorno económico que lo hace virtuoso. El primer piloto se hizo en Inglaterra con una cárcel y tres ONG que trabajaban muy bien con los presos, y que le propusieron al Ministro de Justicia un programa de cinco años para bajar el índice de reincidencia del 63 al 40 por ciento. Le dijeron que juntarían los cinco millones que hacían falta para llevarlo adelante y que si lograban el objetivo, el Ministerio de Justicia les devolvería la plata a todos sus donantes y les daría un interés, por lo que se ahorrarían con esa disminución. Y funcionó. Esa es la gran innovación y el cambio que generó la nueva dimensión de desempeño en el mundo social. Y Potrero está yendo hacia ahí, porque es a resultado. Nosotros tenemos establecidos resultados con nuestros inversores: que la mitad de nuestros alumnos terminarán trabajando. Con el modelo virtual, todavía no hemos definido cuándo, pero estamos desarrollando los indicadores de impacto.
¿Cómo retornaría la inversión?
Ese es el gran desafío que tenemos con nuestros inversores, porque de hecho nuestros inversores sociales son los bancos. Hoy en día J. P. Morgan está haciendo una inversión enorme en negocios digitales, y están viendo por cada dólar que invirtieron en Potrero Digital cuántas personas salen trabajando, cuánto les sale eso. El Supervielle, el Itaú, el Santander son todos bancos que invierten en nosotros. Ellos están comprando un servicio, no es una donación en términos convencionales. Después, felices, contratan a ese programador que necesitan o a ese analista de marketing digital. Es una inversión hecha y derecha.
Un círculo virtuoso: los alumnos conseguirán trabajo y las empresas están siendo formadoras de sus próximos empleados
Tal cual. Entonces vamos a llegar al modelo de que puedan pagar por resultado, es algo que todavía no se hizo en América Latina. Nosotros trabajamos para alcanzar ese objetivo.