Conocida por otorgar, de forma anual e ininterrumpida, prestigiosos premios y reconocimientos a la trayectoria y los aportes de destacados científicos argentinos, la Fundación Bunge y Born comenzó hace siete años un proceso de cambio, que se inició con la llegada de su Director Ejecutivo, Gerardo della Paolera. El doctor en Economía y ex-rector de la Universidad Di Tella no dudó en asumir y liderar ese desafío, conformando un capacitado equipo profesional que se dedica al desarrollo de soluciones novedosas, escalables y basadas en evidencia, para contribuir al bienestar de las personas y de la sociedad.
– ¿Cómo nace Fundación Bunge y Born?
– Este año la fundación cumple 60 años. Se funda, inicialmente, con un enfoque de apoyar a la ciencia. Bernardo Houssay, que fue Premio Nobel argentino, la asesoró para lanzar el Premio Científico Fundación Bunge y Born, que se otorga todos los años, cada vez en una disciplina diferente. Principalmente, se otorgaban subsidios a la investigación científica. Luego se colocó el Premio Estímulo Fundación Bunge y Born, que es para los investigadores afiliados en la Argentina. El premio mayor es un reconocimiento a toda la trayectoria científica. En este sentido, la fundación hacía filantropía tradicional.
– ¿De qué modo se adaptó y cambió en este tiempo?
– Hace siete años, se me convocó con la propuesta de transformarla en una fundación que fuera un think tank, pero también un do tank, que llevara adelante intervenciones en campo en las distintas áreas que se fueron desarrollando, que son: ciencia, cultura, educación, patrimonio, salud y sustentabilidad. De modo que, por cada peso o dólar de inversión, en lo posible, se busca evaluar el impacto. Para eso yo fui, de a poco, convocando un equipo con un capital humano superlativo. Lo que se veía era que nunca se evaluaba el impacto social, si la contribución era sustentable o si era simplemente caridad. Hoy se realizan intervenciones que propongan respuestas innovadoras a problemas sociales, a pequeña escala, en condiciones que aseguren la posibilidad de medir el impacto y que puedan ser replicadas a mayor escala si existe rigurosa evidencia empírica sobre sus resultados. Todo esto sin perder de vista la misión, que es promover el conocimiento y la innovación en beneficio de la sociedad.
– ¿Cómo abordan de esta manera los programas principales?
– Ahora hacemos los prototipos, analizando las problemáticas en red. Tenemos, por ejemplo, un programa que se llama Sembrador (que se enfoca en las escuelas primarias rurales), el programa Spark (que se realizó en Mendoza para 1000 docentes) o el Domo Cósmico. Este último es un juego de patio que se piensa de manera interdisciplinaria: se colocan 150 domos cósmicos en las escuelas rurales, en este caso también de Mendoza. Primero tenés un grupo que se llama “de tratamiento”, a los que les das el domo, y otro grupo “de control” a quienes no se lo das. Luego, lo revertís al final para que todos puedan participar. Ahí ves las diferencias, si ha evolucionado la parte cognitiva, lúdica, emocional de la niña o el niño. Va a ser la evaluación de impacto en educación más grande de América Latina. Científicamente se probó que el tiempo de juego es sumamente importante para todas las actividades. Hay un grupo de 70 personas, que lo analiza de manera cuantitativa, compuesto por econometristas, gente de big data, psicopedagogas. El prototipo es muy barato de hacer. En cambio, la evaluación de impacto es carísima, y queda a disposición del escalamiento de la política pública, con un enfoque absolutamente innovador. Otro proyecto, que hacemos con la Asociación Civil Expedición Ciencia, se llama Fenomenautas (www.fenomenautas.org), donde analizamos la enseñanza en la primaria y la secundaria con más de 600 módulos gratuitos, preparados por científicos. Como el Estado no cuenta con plata para tener laboratorios concretos donde el chico o la chica experimenten, ofrecemos laboratorios virtuales. Pero primero es necesario entrenar a los docentes.
– Desde el área de sustentabilidad, ¿tienen proyectos vinculados con el agua?
– Por un lado, tenemos el tema de Aguas Claras, con un mapeo de 60 aglomeraciones de la Argentina, en donde se estudia cómo es la toma de agua y cuáles son los efluentes, así como la conexión de la producción. Por ejemplo, en ciudades como Junín, rodeadas de campo, si la producción impacta en su disponibilidad. Tenemos todo el mapa hídrico, hecho por modelos georreferenciales y satelitales, donde sabemos el ritmo, los pozos. Es un proyecto para recomendar a municipios. Luego, tenemos el proyecto de basurales a cielo abierto. Poseemos también el mapeo dinámico de las aglomeraciones. En este caso, tenemos convenio con Mendoza, con Comodoro Rivadavia.
– La fundación tiene, entonces, dos vías de trabajo: por un lado, los programas; y, por el otro, los premios, las becas y los subsidios que otorga anualmente.
– Exactamente, funciona como una aceleradora. Es una start up por tener un angel investor, que vendríamos a ser nosotros. Por ejemplo, firmamos un convenio con AMIA para hacer una evaluación de impacto de su programa Hippy, de acompañamiento pedagógico en la primera infancia, en las distintas localidades del país. En el caso del Premio Fundación Bunge y Born, es como un premio Nobel, porque hay una retribución enorme para el ganador. Además, hay un jurado internacional e independiente. La fundación únicamente menciona la disciplina en el momento en el que se anuncia al ganador, que gana entre 110 mil y 120 mil dólares. El premio estímulo son 50 mil dólares, es el más grande en América Latina y sumamente prestigioso. Los científicos, ad honorem, quieren ser jurado.
– ¿Qué tan importante es para la fundación el establecer alianzas?
– Hay dos tipos de lógicas. Una, que hay un capital humano pequeño, pero top, al que se le paga bien, a nivel del sector privado. Luego, radialmente, están los fellows, expertos asociados. La fundación posee un modelo de negocios muy americano. Tenemos, por ejemplo, alianzas con las fundaciones Pérez Companc, Proa, Williams, Andreani. La otra parte muy importante es el diálogo con la política. La educación es prácticamente el 90 por ciento estatal (sobre todo en la primaria) y es federal. Con empresas no hemos hecho muchas alianzas. Realizamos acuerdos cuando la empresa está dispuesta a recibir los resultados que se obtengan. Nuestros socios son otras fundaciones, organizaciones, gobiernos provinciales. De hecho, muchos ya nos tomaron como referentes. Tenemos convenios con más de 12 provincias. Somos apolíticos, respetuosos de cualquier estamento político. A nosotros nos interesa tener esta intervención social.
– ¿Cómo está conformado el equipo?
Hemos manejado hasta 65, 70 proyectos. Y somos, en la parte proyectual, de la cual me considero parte, 17 personas.
– ¿Trabajan también con voluntarios?
No. En general, el grado de dificultad y de entrenamiento es tan grande, por estos proyectos con innovación y evidencia empírica, que los tenés que entrenar y pagarles. Es un trabajo, y esa persona tiene una pasión y aprende. Este es un modelo radial.
– ¿Pueden sumarse o contribuir particulares?
Nos encantaría, pero la fundación maneja grandes números para la Argentina. Tiene problemas de financiamiento, porque tiene muchas más ideas. Por ejemplo, la evaluación de impacto en Mendoza sale un millón y medio de dólares. Luego, para las provincias es baratísimo, porque es solamente el domo, que cuesta 400 dólares. En la Argentina no se han utilizado prototipos para la política pública. En paralelo, en febrero de este año, lanzamos la tercera edición del Índice de Confianza y Acceso a las Vacunas (ICAV) 2022, con un muestreo de lo que sucede en el país. Sin embargo, se observa que no hay sofisticación. Las empresas están más dispuestas a hacer una exhibición que tenga más visibilidad. Lo nuestro es un producto árido.
– Por eso, desde la fundación destacan la necesidad del impacto medible.
– Y que se pueda escalar. ¿Qué es lo que yo tengo siempre en la cabeza, de manera implícita? Si vos juntás sustentabilidad, educación, salud, cultura, digitalización de patrimonio y ciencias (que son cruciales), y si la reforma del Estado fuese hecha por gente muy inteligente y formada, la podrías hacer aplicando estas cosas y de manera mucho más barata. Porque con el grado de deserción que hay, si los chicos que serán adultos no cuentan con una buena educación, tenés una mochila. Si hay algo que cayó en el mundo, eso es el precio de la tecnología. Como economista a quien le gustan las microintervenciones, esto es un sueño para mí. Hay una constelación de cosas que hace la fundación que, si se pudiesen aplicar, si las políticas públicas fuesen permeables, sería fantástico. El problema es que allí el capital humano es obsoleto y es muy complejo hacer ese cambio.
– ¿Qué balance hace del trabajo realizado y cuáles son hoy los desafíos de su puesto?
Primero, haber cambiado la fundación, que fue un éxito rotundo. Traté de explicarle al consejo, que era más conservador, de manera natural, que no iba por el lado de la caridad. Pero también me di cuenta de que somos como un ovni en Argentina, y no es bueno, porque no te entienden. Al principio no está en el corazón.
– ¿Qué es para usted la responsabilidad social?
Que cada ciudadano educado sepa que no tiene que vivir en una burbuja, y cuando pueda contribuir personalmente, que lo haga eligiendo un proyecto que sea viable, y en vida hacer una inversión importante. Siempre se dice que es un error de cálculo morir y que quede algo de plata para una herencia. Yo a mis hijos los eduqué con la cabeza. Soy de la idea de Milton Friedman, creo que la responsabilidad social de la empresa es maximizar ganancias, luego son los dueños e individuos quienes personalmente tienen que aportar. Porque maximizando ganancias el valor del producto de esa empresa es valioso para la sociedad. Ese es el modelo americano. En los Estados Unidos, el 90 por ciento del apoyo a la filantropía moderna es de personas, no de empresas.
– ¿Cómo fue el 2022 y qué perspectivas tienen para este año?
– Nosotros somos un buldócer, en el sentido de que no hemos frenado ningún proyecto después de haber tenido un 2022 catastrófico, desde el punto de vista financiero. Sin embargo, la fundación posee un fondo fiduciario. Nosotros tenemos un overhead de administración bajísimo, solamente diez centavos del dólar invertido son para bancar la estructura. La fundación es de una eficiencia sideral. La perspectiva es seguir haciendo más escalamiento, acelerar más proyectos. Lo que la gente debe tener en cuenta es que somos una fundación que podría estar tranquilamente en Londres, en Washington, y estamos en un país complicado, donde la inflación es un disparate. En la Argentina no podés hacer un presupuesto, porque lo que vos proyectás cambia constantemente. Somos una gota en el océano. Deberemos generar más visibilidad. El desafío es que tenés la necesidad de entregarle a la gente una bolsa de comida y nuestro enfoque hacia adelante es cómo cambiar radicalmente las cosas.