Ella es Leticia Bredice, una de las mejores actrices del país. Decidió su profesión siendo una niña, y la abraza cada vez con más pasión. Analiza en PRESENTE su rol como actriz y también a la sociedad.
¿Qué entendés por responsabilidad social?
Creo que hay que tener cada vez una capacidad mayor para aceptar al otro como es, sin necesidad de que sea como uno quiere, aceptando también sus errores. En la Argentina estamos muy pendientes de lo que tiene materialmente el otro y, a partir de eso, le damos o no valor. Debemos tener muchísimo cuidado con nuestros corazones, porque estamos todo el tiempo atentos a criticar al otro porque no cumple con cierto lugar social. Estamos llenos de cosas que tienen que ver con la desarmonización. Si tu ser, si tu dominio del pensamiento, de tu expresión, de tus sentimientos y tu positividad no están alineados, tranquilos, bien tratados, no estás en ningún lado bien. Creo que la felicidad y la serenidad se alcanzan cuando uno encuentra en su soledad quién quiere ser. Estamos todo el tiempo pensando qué quieren los demás que seamos. En este momento de tanta violencia en el mundo, la verdad que ocuparse de lo humano, de lo sensible y poder hablar de eso es una de las cosas más importantes que se pueden lograr. A partir de ahí, uno puede vincularse con el resto de la sociedad.
Tenés una visibilidad mayor a la mayoría de la gente, ¿sentís que eso te agrega responsabilidad?
Soy una persona conocida socialmente, pero no tengo por qué ser un individuo social. Yo no soy nadie para decirles algo a los demás. Creo que mi responsabilidad social, como actriz, tiene que ver con no volverme obtusa ni cerrada, con no robotizarme, ser buena compañera. Con ser feliz actuando. Cuando una empieza a ser feliz en la escena es porque está haciéndolo con honestidad, con sangre, con cabeza, con el corazón. Te estás entregando. Esa es la tarea más importante y la misión del actor: no ser mezquino pero sí inteligente con lo que eligió para contar. Los actores somos seres que cambiamos. Buscar diferentes maneras de actuar tiene que ver con la generosidad, y eso contagia y hace bien.
¿Te suelen convocar a campañas de distintas causas?
En realidad, no mucho. Con algunas cosas, me copo y me parecen geniales. Hace un tiempo grabé algo por las chicas trans, que estaban pidiendo ser vistas de la misma manera como artistas y ser llamadas para trabajar. Me pareció copado. Hice unos cortometrajes contra el abuso infantil cuando mi hijo era muy chiquitito, con mi sobrina Ananda, y con uno gané una mención en Barcelona en un festival de derechos humanos. Lo que más me gustó fue filmarlo. También, para campañas de chiquitas que no encuentran, estoy siempre. Y estuve con las chicas a favor del aborto, pero suelo ser muy apolítica. La política mía tiene que ver más con ser activista del bien y proponerlo. Priorizo todo el tiempo mi profesión y la misión de ella. Haría un montón de cosas, pero son sueños, como ir a dar clases a la Villa 31. Pero no conozco a nadie que me lleve.
¿Cómo evaluás si actuás mejor o peor?
Aprendo y estudio todo el tiempo, y creo que hay que crecer permanentemente como actriz. Hay que animarse, meter los pies en el agua y en el barro, y no estar pensando en lo que ve la gente, sino en vivirlo. Trabajamos con el cuerpo, y eso hace que a veces pensemos demasiado en qué quieren los demás que seamos, y ahí nos alejamos de lo que deberíamos hacer. Esto es un trabajo en equipo, no solitario. Cuando un actor empieza a tejer y a entrelazarse con los demás, cuando es lo más honesto posible, se nota. Recuerdo, por ejemplo, cuando hice Locas de amor: estaba muy bien escrito, pero nosotras teníamos tanta verdad y nos decíamos los textos con una honestidad tan grande, sin pensar que estábamos pisando al compañero, sino siendo generosas, que eso le llega al que está mirando. Así es el cine italiano, eso es la humanidad, transforma al que lo mira. Ahí sos feliz en la escena, por más que estés contando una gran tragedia, porque lo estás haciendo con honestidad, con tu sangre, con tu cabeza, con tu corazón. Te estás entregando.
Estás preparando un show con las canciones de tu primer disco y vas a sacar el segundo en breve, ¿te considerás cantante?
No, soy una actriz que canta. O sí: soy cantante como una mujer feliz. Porque, para mí, las mujeres que son felices cantan, o se ponen más felices cantando. Eso soy yo. El rótulo, el título, no acompaña a lo que para mí es el ejercicio de la mujer, que es tratar de ser feliz. Hay muchísimas actrices que escriben, pero les da vergüenza y no lo cuentan, por ejemplo. Me pasó un montón eso, con actrices increíbles. No entiendo cómo no lo muestran, no lo cuentan. Creo que vergüenza, pena o frustración es no intentarlo. No importa el éxito. ¿Qué es el éxito?
¿Qué es?
El éxito es sexito: un placer por un momento y, luego, te lo cobran, porque la gente te dice “¿Y? ¿Cuándo te volvemos a ver en la tele?”. ¿Por qué tengo que estar en la tele? El tiempo del no hacer nada, de aprender, de lavar los platos, limpiar la casa, acomodar, pintar, es el tiempo donde uno se hace persona. Criar a un hijo, estar con la familia, dar clases de teatro, tener un amigo con una enfermedad y acompañarlo, que no te alcance la plata para pagar la luz y pensar la tristeza, cómo hacer para salir. Ahí creo que es cuando el actor empieza a mirar al otro y a mirarse, y puede meter adentro del cuerpo un montón de gente. El éxito no es el amor. A veces, y por lo general, el fracaso es lo que más te acerca a tu verdadero amor, a tu verdad. El éxito, si no lo naturalizás, puede llegar a hacerte creer que estás viviendo algo que no vas a poder detener y que debés tener cada vez más, y deja de ser un placer para convertirse en un gran enojo. El éxito también te llena de miedo, por si se va. El fracaso, en cambio, todo el tiempo tiene lucha. El éxito es un resultado, una verdad virtual, pero no es necesario ni vital.