José Luis Espert, líder del partido Avanza Libertad y candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires, explica las luces, las sombras y las posibilidades que la Argentina tiene para poder avanzar.
Cuando habla Espert uno se sitúa, vive y revive en la profunda crudeza de las vicisitudes centenarias marca país. Luego se vislumbra una hendija de luz en el panorama futuro: no estamos condenados, sí alertados. José Luis Espert, el profesor universitario, de formación científica y economista, describe la negrura en retrospectiva, pero valora genuinamente las capacidades y habilidades de los ciudadanos. Las posibilidades son reales y viables si el país se lo propone. Al cierre de esta entrevista, el candidato de Avanza Libertad había quedado cuarto en las PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), un motivo más de reaseguro y fortalecimiento de los principios liberales.
¿Qué aspectos y valores considera esenciales para el ejercicio de la política?
Yo creo que en la Argentina –teniendo en cuenta los niveles de deterioro a los que se ha llegado– hoy no se concibe la política si no es con el objetivo de cambiar el país, de dar un viraje de timón de 180 grados. Es cierto que hay quienes quieren hacer de la política una suerte de profesión; y yo lo respeto, pero no concuerdo. Concibo la política como un medio, el más arduo pero el más eficiente para cambiar un país que si se sigue equivocando va a terminar siendo una gran villa miseria. Por eso, para mí política hoy es sinónimo de cambio de rumbo total. Para mí el valor central de la política es hacer todo diferente a lo que estamos haciendo. Hemos normalizado la anormalidad. Tenemos que normalizar lo normal, lo que nadie cuestiona en el mundo.
¿Cómo cree que influye ser educador universitario (exdocente UBA y UCEMA) en su función política?
Yo siento que influye mucho. Muchos me dicen “el Profe”, estuve 30 años dando clase. Así como salí con algunas no cualidades, tengo algunas cualidades como la capacidad de explicar con facilidad las cosas complicadas como la economía o usar el sentido común.
Usted es un usuario muy activo de las redes sociales. ¿Cree que es una herramienta genuina para acercar el debate político a los más jóvenes?
Creo que sí. Yo soy un producto mezcla del periodismo tradicional –televisión y radio– y las nuevas formas de comunicar. Desde hace una década que las utilizo con mucha intensidad, en Twitter tengo medio millón de seguidores. Las redes sociales son una nueva manera de comunicar, y los jóvenes, que las usan tanto, se han enganchado mucho con mi discurso y el de otros liberales porque hablamos con mucha frescura, sin medias tintas, sobre los problemas de la Argentina y hacia dónde ir.
¿Considera, en retrospectiva al 2019, que esto influyó en esta ebullición de los partidos más liberales?
En 2019 no nos dábamos cuenta de lo que estábamos logrando, era histórico, revolucionario, porque las ideas liberales hacía tres décadas que estaban en el subsuelo. En ese momento, Luis Rosales, yo y todo el equipo decidimos la aventura de ser candidatos presidenciales ocho meses antes de la PASO. Hacía 30 años que las ideas liberales no se presentaban con la frente alta en una candidatura presidencial. Fui el primer candidato que llevó las ideas liberales al debate, después de sancionada la ley obligatoria de debates presidenciales en 2017. Fue una epopeya sin la cual no existiría la ebullición de ideas liberales, de economistas con estas ideas en las listas de distintos partidos. La felicidad de Luis Rosales y mía es enorme, porque lo que está pasando hoy le da sentido a lo que hicimos en 2019.
En su libro La sociedad cómplice (Editorial Sudamericana), usted plantea los motivos por los que la Argentina no avanza ¿Qué características valiosas percibe usted que tiene el pueblo argentino para que sí avance?
Los países pueden ser infinitamente prósperos o infinitamente miserables. Depende lo que hagamos, vamos a profundizar el camino de ser miserables o cortar con la decadencia y empezar a prosperar. La Argentina hace casi un siglo que agarró el camino equivocado, y hace medio siglo se entró en una etapa degenerativa, todos los planes que hubo –seis modelos económicos– entraron en crisis: el plan de inflación cero de Gelbard, el de Martínez de Hoz, el Plan Austral, el Plan de Convertibilidad, el plan de Kirchner y el de Macri. ¿Por qué la Argentina hace tanto tiempo que va para atrás? ¿Por qué estuvo entre los primeros diez países del mundo a principios del siglo XX y hoy se encuentra abajo de la mitad de tabla? Hemos normalizado la anormalidad, obviamente que nos va a ir mal. Que nos vaya bien ¿está fuera de programa? Para nosotros por supuesto que no, todavía tenemos reservas intelectuales y educativas que permitirían que la Argentina hiciera ese cambio de rumbo que necesita para que le vaya bien. Pero debo decir que no quedan muchas chances más para virar para el lado correcto. Yo creo que si nos seguimos equivocando y tenemos muchas más crisis, es posible que la Argentina no tenga más retorno y termine siendo en algunas décadas una gran villa miseria. Pero hay futuro, hay esperanza, solamente hay que hacer lo contrario de lo que estamos haciendo. La buena noticia es que lo que tenemos que hacer en el mundo que prospera no se discute. En los lugares donde la gente vive bien no discuten que las empresas del país comercien con las empresas del resto del mundo. En la Argentina vivimos pidiéndole prestado al mundo en lugar de usar al mundo para comerciar. Los países que prosperan no discuten que la cantidad de impuestos que hay que cobrarle a la gente sea razonable. Acá primero te rompen el lomo a impuestos y después te dicen en qué van a gastarlos. En el mundo no se discute que las leyes laborales deben promover el trabajo en blanco, ser amigables con el empresario para que tenga ganas de contratar gente. Acá tenemos leyes sindicales de la época de Mussolini. Hay una suerte de muro de Berlín que hay que derrumbar para que nos vaya bien alguna vez. La Argentina está capacitada para hacer esto.
¿Qué queda por hacer para impulsar las economías regionales?
La Argentina toda es una gran economía regional. Donde no hay oro, hay zinc. Donde no hay oro ni zinc, hay plata; donde no hay oro, zinc ni plata, hay arándanos, hay mandarina, caña de azúcar, naranja, manzana, petróleo, energía eólica, solar, turismo. Nuestro país tiene todo para prosperar siendo una gran economía regional. Cada región tiene su productito. ¿Qué necesita la Argentina para prosperar, dado que es una gran economía regional? Estas tres cosas que te decía antes: estar abierta al mundo, con un Estado de tamaño pequeño que recaude pocos impuestos y con leyes laborales muy flexibles.
¿Cuál es el rol del empresario en ese proceso?
El rol trascendental de innovar, de crear, de competir, de maximizar ganancias. Pero en este modelo que yo propongo el empresario es competitivo, no el empresario prebendario que muchas veces uno encuentra. Acá no tenés Steve Jobs, Bill Gates, Jeff Bezos… sino Lázaro Báez, Cristóbal López, Franco Macri, gente que hace negocios al calor de alguna medida del Estado que la favorece. No son creadores, innovadores que llevan la frontera del conocimiento más allá de donde está hoy. El empresario, en una economía como esta, debe tener el rol de los Steve Jobs o Bill Gates. No de traficante de influencias, como son acá hoy los grandes. El grueso de los empresarios son pymes que están luchando para sobrevivir.
“Avanza Libertad” es el nombre de su partido, y ustedes afirman “Libertad sí o sí”. ¿Qué rol juega la libertad en las cuestiones de responsabilidad social para ciudadanos y empresas?
En las últimas décadas, se han cargado demasiado las tintas sobre la necesaria responsabilidad social de las empresas y el sector privado como consecuencia de que el Estado –mal llamado “Estado presente”– ha sido cooptado por ñoquis, transas y chantas de la política que lo han sacado de roles trascendentales en lo que es la responsabilidad. El primer gran irresponsable es el Estado, que recauda impuestos a mansalva y malgasta el grueso dejando la educación en niveles de subeducación, la salud en niveles de subsalud, diplomáticos de carrera que no utilizamos sino que se definen por política, una mala Justicia, la ausencia de Fuerzas Armadas porque la Infantería no tiene balas para tirar, submarinos que se nos hunden, aviones que no vuelan… Este Estado nos ha dejado sin bienes públicos. Así que el primer responsable socialmente hablando es él. Considero que la responsabilidad social tiene que ver con la preservación del medio ambiente, el buen clima laboral. Todo empresario que se precie de tal lo hace. Soy líder de un proyecto donde todos están mirándome. Si de uno emana la concordia, la convivencia, el respeto, seguro que eso va a ocurrir en la empresa de uno. En definitiva, este espacio político no deja de ser una gran empresa.
¿Puede mencionar algunos proyectos de su espacio político sobre medio ambiente, sustentabilidad, responsabilidad social?
Yo quiero que se tenga muy claro –porque se está manejando con muchos prejuicios– qué nivel de contaminación genera la utilización de fitosanitarios cuando se siembra la soja, lo que pasa realmente con el agua cuando se la utiliza en lugares como Vaca Muerta, a ver si realmente las actividades son contaminantes. En el caso de la minería, me gustaría una investigación científica profunda. Yo traería equipos de premios Nobel para que me digan científicamente cuánta contaminación generan estas actividades y qué se puede hacer para que esa contaminación se evite o sea internalizada por la empresa que la causa. En la Argentina, detrás de estos tótems hoy todavía se esconden intereses de la izquierda más rancia, yo quisiera una cosa muy profesional. Yo soy científico de formación, y por lo tanto contra la ciencia no voy. Si la ciencia me demuestra que hay contaminación, hagamos lo necesario para no contaminar o para que la contaminación se internalice, es decir que la empresa pague el costo de contaminar.
Después de crisis económica, pandemia, ¿por dónde pasa el bienestar para nuestro país mirando a futuro?
El nivel de bienestar va a venir inicialmente en respetar la ley de gravedad. La ley de gravedad que dice que vos sos una gran economía regional y para explotar debés tener un Estado pequeño que recaude impuestos que no sean nada distorsivos y leyes laborales muy flexibles. Eso te va a provocar un primer estadio de desarrollo que podrá ser seguido por otro donde generes mucho más valor agregado naturalmente. Cuando Chile empezó con la apertura económica en los 80, arrancó exportando cobre nada más. Hoy, 40 años después, Chile es de los principales exportadores de salmón del mundo. Toda etapa inicial de desarrollo claramente pasa por respetar la ventaja comparativa del país. Después podemos empezar a sofisticar el razonamiento. La Argentina tiene una ventaja comparativa fenomenal en la producción de commodities, y en parte por no explotarla, sino al contrario, tratar de matar esa producción de commodities y cambiar la ventaja comparativa para producir cosas en las cuales no somos eficientes, nos va tan mal como sociedad. La Argentina no puede exportar autos. Lo hace solamente porque tiene un comercio administrado con Brasil. Tal vez todos nuestros autos deberían ser importados, y en las fábricas de autos producir tractores, sembradoras, paneles solares, maquinarias que extraen petróleo o que recogen frutos en las economías regionales. Es una reconversión de todo el aparato productivo para que nos vaya bien. Si queremos que nos vaya mal, sigamos haciendo lo que estamos haciendo: sustitución de importaciones, un estado elefantiásico que nos devora impuestos y leyes laborales de hace 80 años.
¿En qué consiste el frente megaopositor que usted planteó para estas elecciones?
Avanza Libertad está compuesta por los tres partidos liberales más longevos que tiene la Argentina: Partido Demócrata, Partido Autonomista, la UCEDÉ. Además Republicanos Unidos, Movimiento Libertario Republicano y muchas asociaciones vecinales. Es un espacio auténticamente liberal que ha aglutinado a todos los partidos liberales por primera vez en décadas. Es un hito. Hemos desarrollado listas de candidatos a concejales en el 97 por ciento del padrón electoral en la provincia, tenemos muy buenas expectativas para esta elección.
De alguna manera, en la Argentina desde hace 20 años existe un modelo binario ideológico. ¿Por qué no podemos salir?
Tu pregunta apunta a mis primeros dos libros (La Argentina devorada y La sociedad cómplice), que constituyen una moneda con dos caras. El primero describe el proceder de los ganadores del modelo miserable de la Argentina. Hay ganadores de un modelo que provoca pobreza con los empresarios prebendarios, un conjunto de políticos que han destruido el país –los Duhalde, los Kirchner, los Macri– y los sindicalistas. El segundo libro mira lo mismo desde la visión de los perdedores de este modelo. ¿Qué dicen los que sufren la marginalidad que provocan los ganadores? Si la decadencia argentina hubiera comenzado hace 20 años, les podría echar la culpa a los ganadores de ese modelo. Pero una decadencia de 100 años no ocurre sin la sociedad que yo llamo cómplice, con este modelo que la empobrece y genera miseria. Hay una responsabilidad de la sociedad de comprar los buzones que le venden los ganadores, por ejemplo, la sustitución de las importaciones como la única manera de generar empleo. En mi tesis doctoral demostré que los salarios de los trabajadores que están en los sectores más sometidos a la competencia con el mundo son más altos que los de los trabajadores que trabajan en sectores protegidos, como la industria de los neumáticos o la textil. La sociedad es cómplice porque compra buzones como el del Estado presente. ¿Y cómo termina esa sociedad? Devorada a impuestos. Y cuando viene una pandemia, el Estado presente no existe. En su momento fuimos el cuarto país con mayor cantidad de muertos en el mundo por millón de habitantes. Hoy no llegamos al 20 por ciento de la población con dos dosis de vacunas, y tenemos 11 millones de vacunas en la heladera. Hay una sociedad cómplice cuando compra el cuento de la justicia social a sindicatos mafiosos, que yo llamo “sindigarcas” en lugar de “sindicalistas”. ¿Qué justicia social dan los sindicatos que no quieren cambiar leyes laborales que provocan 6 millones de trabajadores en negro, el 40 por ciento de los trabajadores de la Argentina? Los sindicalistas que se precian de tales dicen que nunca van a aprobar una reforma laboral, y la sociedad, desde algún lugar, valida eso. Una decadencia no se explica sin una interacción perversa entre ganadores y perdedores del modelo. La Argentina es como una sociedad que sufre el síndrome de Estocolmo, en el que el secuestrado termina desarrollando una actitud empática, un apego al secuestrador. El país ha sido secuestrado por el populismo y la sociedad demanda más populismo, por eso todavía gente como María Eugenia Vidal –que destruyó una provincia– puede presentarse como precandidata a diputada por CABA. O Alberto Fernández puede pretender ser reelegido en 2023 con un vacunatorio VIP que debería haberle provocado la renuncia directamente en un país normal. Es una sociedad rara la Argentina: una sociedad devorada, pero también cómplice.