La buena praxis del periodismo

Años atrás, Nelson Castro decidió relegar una próspera carrera como neurólogo en favor de su vocación periodística, para defender al “cuarto poder bajo juramento hipocrático”.

n un momento en el que la profesión se encuentra un poco bastardeada, en el que cualquier ciudadano de a pie saca una foto y la sube a su blog creyéndose periodista, en el que los propios informadores lanzan primicias en verbos condicionales obviando citar las fuentes, Nelson Castro se eleva como PERIODISTA. Así, con mayúsculas. No porque sea un prócer, sino porque hace lo que debe hacer un hombre de prensa. Hubo un tiempo en el que el periodismo era considerado el “cuarto poder” y los periodistas estaban preparados para asumir esa responsabilidad. Castro parece venir desde aquel tiempo.

Nació el 5 de abril de 1955 en el partido de San Martín, en Gran Buenos Aires, pero vive desde niño en Villa Urquiza. Su padre y su hermano son carpinteros. Aunque le hubiese gustado heredar esa habilidad manual, lamentablemente para él no fue así. Su madre es ama de casa. Desde los doce años sabía que quería ser médico y periodista. Le agradece a la vida haber conocido su vocación desde tan temprana edad.

¿Cómo fue su formación profesional?

En el 75 egresé del Círculo de Periodistas Deportivos. A su vez, desde el 74 hasta el 80 cursé la carrera de Medicina y me recibí con Diploma de Honor de la Universidad de Buenos Aires. Luego hice la residencia médica en Neurología. En 1984 gané una beca del Worldpress Institute, entre 1500 periodistas, para realizar un máster en periodismo político en los Estados Unidos. Finalmente, entre 1986 y 1987 continué con la especialización médica.

¿Por qué se decidió por el periodismo?

Ejercí la medicina durante 14 años, hasta que mi notoriedad le puso un límite al ejercicio de esa profesión.
Los pacientes iban a ver al personaje más que al médico. Tenía mi consultorio, trabajé en el hospital Sirio Libanés y en el Santojanni. La verdad es que me iba muy bien, pero la notoriedad complicaba muchísimo las cosas. Yo tenía la intención de quedarme a vivir en la Argentina. La posibilidad de desarrollo profesional que daba el periodismo era, en mi opinión, mayor que la que podía tener como médico, pues para continuar con mi especialización debía radicarme en los Estados Unidos.

¿Cualquiera puede ser periodista o hace falta una educación formal para ejercer la profesión?

La formación profesional del periodista tiene una dinámica que difícilmente alcance el grado de formalidad que se evidencia en carreras como Medicina o Abogacía. Podría pensarse que “periodista” es cualquier persona que aporta una noticia, aunque obviamente eso no significa que tenga los criterios periodísticos para ejercer la profesión, para saber cómo se contextualiza una noticia, cómo se profundiza, en qué marco se establece. El ciudadano aporta noticias, pero el trabajo de la noticia lo sigue aportando el periodista. Estoy convencido de que la formación del periodista debe ser académica. Al oficio hay que sumarle el conocimiento de ciertos cánones profesionales, el impacto de la tecnología, las técnicas periodísticas, las modas, los giros de la profesión, la exigencia actual del ejercicio de una profesión donde el rango de atención es cada vez menor y se debe informar la noticia en un tiempo sumamente reducido.

¿En qué estado se encuentra el periodismo argentino?

Hay buenos y malos profesionales. A nivel personal, me preocupa lo que está pasando con la profesión en este momento, pues existe una acción clara del gobierno que busca, a través del enfrentamiento entre los periodistas, desacreditarla.

¿Quiénes son sus referentes?

Soy un gran admirador de Magdalena Ruiz Guiñazú.  A nivel internacional, tuve la suerte de realizar una experiencia profesional, muy breve pero llamativa, con (Robert Upshur) Bob Woodward (célebre periodista del Washington Post que destapó, junto a su colega Carl Bernstein, el escándalo del Watergate, que llevó a la renuncia del presidente Richard Nixon).

¿Comprende que usted es el referente de muchos estudiantes y colegas?

Sí. Por eso siempre les quiero transmitir a los jóvenes el cuidado de los valores esenciales de la profesión. La independencia depende de la propia conducta. Actualmente yo tengo todo el tiempo al gobierno detrás de mí, pero este hecho no me preocupa, pues solo pueden difamarme desde el programa 6, 7, 8 por cosas que he dicho, ideas que, en definitiva, son debatibles, pero no pueden difamarme por ninguna cosa hecha. Mi capital es mi imagen.

¿Nota cierta falta de vocación en la juventud?

Ahora quieren ser modelos y actrices. Hace treinta o cuarenta años atrás, queríamos ser médicos o abogados. Esto deja en evidencia el impacto de lo mediático. Y ahí está lo superficial. Porque si quisieran serlo por vocación, como los excelentes actores que hay en el off, seguramente se realizarían. Pero al ir en busca de la notoriedad, ese es otro tema. Yo veo muchas personas con talento, pero muchas otras que han equivocado su carrera. A mí no me preocupa tanto el desconocimiento como el desinterés por conocer. Por eso destaco que el periodista debe ser curioso por naturaleza y tener siempre ganas de investigar.

¿Dónde tratan mejor al periodismo?

Seguramente Estados Unidos es el paradigma. También en Uruguay y en Brasil tratan muy bien a los periodistas.

¿Cuál fue el peor momento que pasó en su carrera?

La situación más riesgosa la viví en Haití, cuando entrevisté al general (Raoul) Cédras luego de que derrocara al presidente electo en 1991. Aquella fue la única entrevista que le dio a una radio argentina. La cobertura comenzaba así: “Estamos aquí en el palacio de gobierno con el dictador haitiano”. Al terminar, él estaba muy enojado y entonces me dijo: “¿Por qué me trata de dictador? Le voy a mostrar un documento con la renuncia de
(Jean-Bertrand) Aristide”. Yo le contesté que aquella firma se la pudo haber sacado a punta de pistola. Entonces me preguntó de forma intimidatoria: “¿Hasta cuándo va a estar usted acá? En su lugar, mañana al mediodía me marcharía, este es un lugar muy peligroso para un periodista”. Esa misma noche el embajador me puso una custodia y al día siguiente me llevó al aeropuerto con un auto diplomático.

¿Qué significó para usted el atentado al World Trade Center?

Un hito que seguramente será irrepetible, creo que ese día comenzó el siglo XXI. En lo que refiere al trabajo periodístico que realizamos, una de las cosas que me impactan hasta hoy es que la gente, en general, y los colegas, en particular, rescatan la calidad de aquella cobertura.

El 11 de septiembre de 2001 el doctor Nelson Castro se encontraba por casualidad en la ciudad de Nueva York cuando fue sorprendido, al igual que el mundo entero, por el macabro atentado a las Torres Gemelas. Ese día logró dar cobertura a los hechos que se iban suscitando durante el transcurso de las horas y mantener informada a la audiencia argentina.

Le tocó cubrir varias giras del expresidente Carlos Menem, ¿cómo vivió esa experiencia?

Cubrí tres giras. Menem era la biblia y el calefón. Era la radiografía de la frivolidad, el oportunismo, la soberbia, el exhibicionismo, el lujo ordinario, la imagen del nuevo rico, la constatación de la corrupción. Pero tenía una personalidad seductora. Si vos no te ponías fuerte, Menem te seducía. Recuerdo que en 1990 le hice una nota con un teléfono satelital desde las Puertas de Brandenburgo (Berlín, Alemania). Hacía poco que habíamos tenido una discusión. Cuando terminamos la nota, se ofreció a llevarme en su auto. El tipo era así, si no le ponías una barrera te terminaba seduciendo.

¿Cuál fue la personalidad que más impacto le provocó al conocerla?

Daniel Barenboim. Un dotado para la música, con una concepción humanística muy buena, te diría que es una de las personalidades que más me atrae.

Da la sensación de que usted es generoso con sus colegas, ¿podría nombrar una persona que le haya brindado alguna oportunidad a nivel profesional?

Mariano Grondona fue generoso conmigo. También Enrique Llamas de Madariaga. Incluso, pese a tener enormes diferencias, debo destacar a Bernardo Neustadt. Ellos tuvieron buenas actitudes hacia mí.

Una charla de café con Nelson Castro

Sumamente reservado, Nelson Castro no es un personaje que se preste a brindar datos sobre su vida privada. Su imagen representa un gran capital para él, por ello la cuida. En el estudio de Radio Mitre (AM 790), desde donde sale al aire con su programa Primera Mañana, se percibe el grado de compromiso profesional de todo el equipo. A las 9 de la mañana, después de hacer el pase con un antagónico Chiche Gelblung, el Dr. Castro suele desayunar con los hacedores del programa en un bar cercano a la radio. Allí se lo ve distendido, como uno más del grupo, a gusto. Minutos después, se acerca a una mesa cercana y se presta a conversar con Presente sobre sus gustos personales. Con una retórica amable, a la cual no le sobra ni un solo comentario, es increíblemente ilustrativo y eficaz para dar respuesta a cada una de las preguntas.

 

 

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