¿Cuál es el rol de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) en el nuevo orden económico mundial o en el nuevo modelo económico? Es un papel clave, claro está.
Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
Para empezar, a los cambios profundos en el mundo no han sido ajenas las empresas. Al contrario, igual que a nivel global y macroeconómico hay reformas de fondo, las hay en el plano microeconómico, empresarial, según lo comprobamos a diario.
Pero, el mayor cambio no es otro que el de las empresas en sí, cuyo propósito no era otro, según las clásicas lecciones de la microeconomía, que el de maximizar utilidades, es decir, ganar más y más dinero, con espíritu individualista, egoísta en extremo.
Hoy, en cambio, ese aspecto, esencial a todas luces, no es el único, pues también entran en juego los objetivos sociales y ambientales que constituyen en conjunto, a través de los llamados “triples resultados”, la sostenibilidad empresarial en sentido estricto.
La empresa, en consecuencia, tiene una dimensión social que no puede eludir; debe ser sostenible, que es su garantía de supervivencia en el largo plazo, y tiene que contribuir a la misma sostenibilidad del planeta, a la supervivencia de la humanidad, sin contribuir por el contrario a su destrucción por medio de procesos de contaminación que aceleran fenómenos como el calentamiento global.
Que enfrente, por tanto, los graves problemas sociales en el marco de la globalización, aquellos que de ninguna manera puede resolver sólo el Estado porque tampoco son de su exclusiva responsabilidad.
Dicho de otra forma, la cacareada política social tiene que ser compartida por el sector privado en consideración de múltiples razones que van desde el célebre mandato bíblico -“Quien más recibe, más debe dar”- hasta su vasto poder en la actualidad y la urgencia de atacar los mencionados efectos negativos de la globalización, entre los cuales es preciso incluir el riesgo de la destrucción de la vida en el planeta.
La RSE es indispensable para asegurar los impactos positivos de la globalización, sin duda.
Del dicho al hecho
Si lo anterior se da, es fácil concluir que podemos avanzar hacia la construcción de un mundo mejor con el apoyo del sector empresarial. Para ello sirve precisamente la RSE, la cual permite pasar de los aspectos teóricos a la transformación de la realidad social, que es fundamental.
Recordemos, a propósito, que los orígenes de la RSE se remontan varias décadas atrás, en coincidencia con la aparición de la Economía Social de Mercado, siendo sus principios (bienestar para todos, justicia social, derechos humanos, democracia…) comunes a ambos modelos.
No obstante, la RSE también ha sufrido cambios sustanciales en los últimos años, sobre todo a partir de los conocidos escándalos corporativos (en Enron y Parmalat, para ser exactos) por problemas contables, malos manejos administrativos, falta de transparencia y prácticas corruptas en perjuicio de los inversionistas y de los mercados en general.
De ahí la formulación de la ética global por parte de Hans Küng, criterios que dieron origen al Pacto Global de las Naciones Unidas, suscrito por importantes empresas para respetar esa especie de decálogo moderno sobre derechos humanos y laborales, defensa del medio ambiente, lucha contra la corrupción, etc.
Llegamos en esta forma a una concepción moderna de la RSE, según la cual -valga la insistencia- se trasciende la filantropía y la caridad, como también lo plantea la Economía Social de Mercado; es una estrategia corporativa, en especial con relación a los grupos de interés: empleados, clientes, proveedores, comunidad…; garantiza la sostenibilidad a través de los aspectos económicos, sociales, ambientales, y genera valor a dichos grupos –stakeholders- con proyectos específicos en educación, salud, vivienda, etc.
Todo ello se traduce en reportes, sean balances sociales o informes de sostenibilidad como los del Global Reporting Initiative –GRI-, que también deben ser evaluados por los grupos de interés.
La responsabilidad social es de todos, claro está.
(*) Director de la Revista “Desarrollo Indoamericano”, Universidad Simón Bolívar (Barranquilla, Colombia).
Fuente: i ambiente