“La vocación son tus padres”

Existen arquitectos noveles, consagrados, mediáticos, multipremiados, excéntricos, millonarios, respetados y criticados por sus colegas. Están aquellos que caminan por los aeropuertos y los hoteles con el halo místico de una estrella de rock, y también los que nadie conoce, e igualmente caminan gustosos por todos lados. En el mundo de la Arquitectura, como en el de todas las profesiones, existen personalidades, personas y personajes. Y cada tanto, un iluminado que rompe el molde y deja huella. En la Argentina, ese tipo tiene nombre y apellido: Clorindo Testa.

Por su talento, en el barrio dirían que es el Maradona de la arquitectura local. Pero llamativamente, mientras Diego Armando recurre a la tercera persona del singular para referirse a su propia persona, Clorindo profesa la segunda persona del singular, provocando una agradable inclusión del alter en sus oraciones. Así, en cada declaración (“si pintás tal cosa, si pensás tal otra, si a vos te gusta esto o aquello”) pone en boca de quien lo escucha sus afirmaciones y causa en el receptor de su mensaje una agradable sensación de haber llegado motu propio al mismo pensamiento al que él llegó.

El próximo 10 de diciembre, el hombre cumplirá 87 años. Nació en Nápoles por un capricho de su padre, quien decidió emprender un viaje desde la Argentina con su mujer, solo para que el bebe naciera en tierras italianas, las que había abandonado en 1911 para radicarse en el Río de la Plata.

Desde muy pequeño, Clorindo tuvo facilidad para el dibujo, en su casa atesoraban todas sus obras mínimas. “Cuando yo tenía quince años, el viejo –despierta cierta dulzura que una persona de la edad de Testa se refiera a su padre de esta manera− me preguntó qué iba a estudiar. Le contesté que quizás me decidía por Medicina. Pese a que él era médico, me dio una respuesta rotunda: ´De ninguna manera´. A veces no te das cuenta de tu propia vocación. La vocación no existe. La vocación son tus padres”, cuenta Testa. Luego de coquetear con la Ingeniería Naval (le fascinaba armar barcos a escala), finalmente se decidió por Arquitectura, carrera en la que brilló como estudiante y alrededor de la cual forjó una filosofía de vida.

Siendo joven se codeó con varios intelectuales del momento, incluidos los del grupo de la revista Sur. Fue amigo de Manuel Mujica Láinez; Ernesto Sábato lo cita en Sobre héroes y tumbas y, en la novela Rayuela, Julio Cortázar pone en boca de uno de sus personajes la destacada faceta de pintor de Testa.

En 1950, fue becado por la Universidad de Buenos Aires para realizar un viaje de estudios a Italia. Junto a un grupo de estudiantes y un profesor, estuvo conociendo la obra arquitectónica del viejo mundo durante varios meses. Al regresar, la personalidad de Clorindo había crecido. Se estaba terminando de moldear el arquitecto que hoy todos admiran.

Hombre de costumbres

No usa teléfonos celulares y la única computadora que enciende ocasionalmente es la de su estudio. Se levanta a las 7 de la mañana y desayuna en su casa. Se toma un taxi hasta la esquina de Santa Fe y Callao. Paga, baja y se mete en La Farola para apurar un segundo cafecito antes de subir a su estudio, donde se presenta religiosamente a las 9 para afrontar sus obligaciones diarias. Tiene una agenda tupida, poblada de círculos de colores que en lugar de reflejar las citas de uno de los más célebres arquitectos argentinos parece dar cuenta de las travesuras de un terrible infante adepto a los marcadores.

Por consejo de su padre, quien le enseñó que en las grandes ciudades se debe vivir en el centro porque es la zona de mayor actividad, siempre habitó casas ubicadas en un área delimitada por un cuadrado imaginario que se cierra entre las avenidas Del Libertador, Córdoba, Callao y Scalabrini Ortiz.

¿Le atrae la lectura?

Creo que la lectura es una especie de aprendizaje. Empezás a tener libros porque curioseás, porque te atraen diversas cosas. Te acercás a ellos en la facultad. Antes leía mucho, pero ahora bastante poco.

¿Y la música?

No escucho música.

¿Habla de fútbol o de política con sus amigos?

El fútbol me interesaba cuando tenía siete u ocho años. Recuerdo que en aquella época yo era simpatizante de Racing. Pero no soy un seguidor de fútbol. Aunque me divierte ver un pedacito por televisión, luego  de un rato me aburre. La arquitectura tampoco es un tema recurrente. No hablamos de literatura ni de pintura. Me intereso por la política de una manera baja, pues al ser ciudadano italiano tampoco voto en la Argentina. Del resto, hablamos de cualquier cosa.

¿De dónde surgen sus musas?

No te das cuenta en qué te inspirás. El procedimiento en el arte y en la arquitectura es el mismo. Empezás a pensar las cosas antes de dibujarlas. La pintura es así: pensás el cuadro y luego lo pintás, aunque quizás finalmente te salga distinto. En la arquitectura ocurre lo mismo. Arrancás con un concurso y te surgen las ideas, más tarde dibujás ese pensamiento y todo va cambiando.

¿Existe alguna pintura u obra de arquitectura que, al mirarla, usted diga: “esta idea pudo haber salido de mi propia cabeza”?

Eso no lo pensás, como tampoco pensás “yo lo podría haber hecho”. Simplemente mirás la obra y te gusta. Hay algunos edificios que te agradan más que otros.

¿Todavía le apasionan los barcos?

Siempre me han gustado. En el Hospital Naval pusimos ventanas redondas porque se encontraba delante del Parque Centenario. Cuando vos mirás un paisaje a través de una ventana redonda es como una perforación. La ventana cuadrada te da otro sentido. Es como cuando hacés un agujero en un papel y mirás.

¿Le hubiese gustado dedicarse a la docencia?

Nunca me interesó demasiado. Estuve en la Facultad de Arquitectura dando clases durante un par de años. Me gustaba trabajar con los mejores porque era más fácil la conversación. Pero finalmente, eso no tenía sentido, porque como profesor uno se tiene que interesar por todos y no solo por los mejores.

Usted siempre fue considerado un vanguardista, un adelantado a su tiempo. ¿Cómo ve el devenir de la profesión y de los arquitectos?

Las costumbres cambian. No son las mismas las del año 2000 que las que regían en 1900. Son el día y la noche. Son 100 años y tres generaciones las que las separan. Hay arquitectos desde la época de los romanos y de los egipcios. Incluso te diría que en las cuevas prehistóricas ddebería existir un tipo, seguramente muy ágil, al que todos llamaban para preguntarle dónde tenían que poner las piedras para sentarse. Y el tipo probablemente opinaba sobre el paisaje, o les decía: “coman acá, pongan aquella piedra aquí”. Y todos le dirían: “muy lindo, muy lindo”. Arquitectos hubo siempre. Lo importante es desarrollar la profesión con entusiasmo y no estar cincuenta años atrasados. Vivir el día y el cambio constante de la arquitectura.

¿Es de los que analizan el pasado para pronosticar el futuro?

Probablemente yo no volvería a hacer el Banco de Londres de la misma manera en que lo hice, porque ahora los tiempos son otros y las reglamentaciones también son otras. No me imagino la arquitectura dentro de cuarenta años y tampoco me interesa. No soy de los que dicen: “va a ser así o asá, porque lo más probable es que no sea así ni asá. Va a ser como deba ser. Hace cuarenta años atrás, tampoco me imaginaba qué iba a ocurrir con la arquitectura de hoy. No pienso lo que voy a hacer el año que viene, nunca lo supe.

¿Cuál ha sido su mayor alegría como arquitecto?
Los concursos… hacer concursos. Y cuando los ganás, después te olvidás, no estás detrás de ello. Todas mis obras son mis preferidas, aunque no vuelvo a los lugares. Ir al Banco de Londres para mirarlo de nuevo no tiene sentido.

¿Qué siente al ver cuando alguna de sus obras cae en estado de abandono, por ejemplo, La Tumbona (Ostende, 1986)?

Las cosas suceden así. Yo no soy el dueño de La Tumbona.

¿La sustentabilidad pertenece al campo de la futurología?

La sustentabilidad forma parte de este período, aunque no es una moda. Seguramente en el futuro, los edificios van a hacer un uso más eficiente de las energías. Habrá una economía de recursos y eso es muy positivo. Deberán inventar mecanismos nuevos de captación de energía solar y otros aparatos similares.

¿Alguna vez inventó algo?

Nunca inventé un artefacto.

Termina de contestar y se ríe. Clorindo esboza una risita chiquitita, sincera, agradable. A Testa le causa  gracia que le preguntemos si inventó algo. Claro, el hombre no es un inventor de artefactos, se dedica a otras artes. El arquitecto Clorindo Testa estira la comisura de sus labios delicadamente, dejando ver su espíritu joven y campechano. Nos contagia su sonrisa y caemos en la cuenta de que la pregunta correcta hubiese sido esta: “Además de haber ‘inventado´ gran parte de la arquitectura argentina, ¿alguna vez se le ocurrió hacer algún artefacto?”.


El esbozo de Corita

Luego de haber participado de una infinidad de concursos −públicos y privados−, el arquitecto Testa y su estudio son considerados especialistas en la materia. Desde muy joven, Clorindo vislumbró en estas pruebas un camino interesante para dar rienda suelta a sus proyectos. Mientras cursaba el segundo año de la carrera en la facultad, se presentó por primera vez en un concurso.

“En esa época se hacían todos los meses unos esquicios, que eran encierros que duraban doce horas. Los estudiantes entrábamos a las ocho de la mañana y salíamos a las ocho de la noche. Nos daban un tema que formaba parte de los exámenes. Uno de esos esquicios se organizaba a fin de año, era considerado como un concurso y se premiaba al ganador”, recuerda.

“Aquel fue el primer concurso en el que participé. Antes de entrar mantuvimos una discusión con un compañero. Él afirmaba que al disponer de doce horas, el trabajo podía hacerse con regla T, tiralíneas y todo perfecto. Por mi parte, yo intentaba explicarle que en realidad “esquicio” era una traducción de la palabra italiana schizzo, que significa esbozo o croquis, por ende, el trabajo debía hacerse bien, pero a mano alzada. Cada uno de nosotros lo hizo como creía conveniente. Cuando dieron los resultados, él sacó el primer premio y yo el cuarto. ´Indudablemente tiene razón’ fue lo que pensé. Pero entonces, cuando repartían las hojas con los resultados, pude ver que de un lado estaba el número 4 y del otro el número 1. Pero para mi sorpresa, junto al 1 había un pequeño circulito. Entonces, llamé al profesor y le dije: ‘Maestro acá el 1 tiene un redondel´. Cuestión que yo era el concursante número 4 y había sacado el primer premio”, rememora con orgullo Testa.

Luego de esa hazaña estudiantil, el joven Clorindo esperó ansioso la publicación del diario La Nación, pues solían editar unas rúbricas con las noticias de algunos concursos que organizaba la Facultad de Arquitectura. “Yo quería ver mi nombre impreso en el diario, mi padre también porque se lo iba a enviar a mi abuela. Finalmente salió la publicación y decía lo siguiente: ´Se realizaron los concursos… bla bla bla… primer premio para la señorita Corita Testa´. La gracia duró mucho tiempo, tanto es así que la hermana de mi amigo y compañero de carrera Enrique Capdevila (hijo del poeta Arturo Capdevila) me llamó siempre Cora”, cuenta Clorindo.

Arquitectos bajo la lupa

Sobre el escritorio de Clorindo Testa reposa un objeto extraño de una belleza particular: una gran lupa. Esculpida en un metal añejo, una suerte de ninfa se arrodilla desde el mango hacia la lente de aumento, que emula las aguas de un estanque. La joven parece fisgonear en silencio el reflejo de historias fantásticas prontas a develarse. Acompaña con calma la vista aletargada del observador, guiándola hacia un mundo aumentado.

El objeto más apreciado por Clorindo Testa, el elegido por sobre todos sus lápices y marcadores de colores. Una lupa que atesora una anécdota en la que están implicados tres amigos.

Hace años, de visita en la casa del arquitecto Carlos Libedinsky, Clorindo vio por primera vez una lupa igual a la que hoy descansa sobre sus dibujos.

“Libedinsky tenía una casa linda, muy grande, en la que coleccionaba muchas cosas. Cierto día, un amigo muy particular que teníamos en común se presentó en mi estudio y me trajo de regalo una lupa como la de Carlos. Él sabía que me había gustado. Se la agradecí y la puse donde está hoy. La historia quedó ahí, hasta que en una oportunidad Libedinsky vino a verme a mi escritorio por un motivo que ya no recuerdo. Descubrí, por la perplejidad que mostró su mirada, que aquella que tenía frente a sus ojos era su propia lupa. Ninguno de nosotros se atrevió a tocar el tema, y ya ven, la lupa sigue aquí”.

Consultado por Presente, el arquitecto Carlos Libedinsky confirmó la anécdota con las siguientes palabras: “Seguramente aquella lupa fuese la mía. El personaje del que habla Clorindo era mi cuñado, Horacio Grosso, un tipo fantástico que había estudiado Arquitectura en Inglaterra y era adepto a esa clase de bromas. Tanto él como yo cultivamos una gran amistad con Clorindo”.


Entre las obras más destacadas del arquitecto Clorindo Testa se encuentran:
• Cámara Argentina de la Construcción (Buenos Aires); 1951/60.
• Biblioteca Nacional de la República Argentina (Buenos Aires); 1962/92.
• Instituto Di Tella (Buenos Aires); 1963/64.
• Hospital Naval Central (Buenos Aires); 1970/82.
• Centro Cultural de la Ciudad de Buenos Aires (hoy Centro Cultural Recoleta) (modificado); 1979.
• Balneario La Perla (Mar del Plata, Buenos Aires); 1985.
• Auditorio Templo S.G.I.A.R. (Auditorio de la Paz- Templo Sōka Gakkai Internacional) (Buenos Aires). 1992/93.

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