Lo mejor de uno

Con menos de 40 años, Alfonso Prat Gay había llegado a los objetivos que se había propuesto cuando empezó a estudiar Economía. Hoy, el ex Presidente del Banco Central mira el futuro del país con optimismo.

Ver el objetivo, armar un plan para llegar a eso y cumplirlo. En la economía, como en la vida, Alfonso Prat Gay es metódico. Hoy, según reflexiona en su departamento de Belgrano, donde vive con su perra, Olivia, piensa que quizás no es la mejor manera de proceder, al menos en lo personal. Pero años atrás, dar cada paso de acuerdo a si se adecuaba o no al plan que había pensado al empezar a estudiar Economía en la UCA, donde se recibió con medalla de oro, le pareció el camino por seguir. Tenía muy claro que quería poseer responsabilidad pública para hacer la diferencia, y para eso, el primer paso era la excelencia académica; debía estar preparado para cuando llegara el momento de actuar. Después de recibirse, trabajó algunos años en el país, y de nuevo, el plan le decía que tenía que seguir formándose en el exterior. Estudió en Nueva York y trabajó en Londres varios años con un ritmo que le impedía ver el sol más allá de las nubes características de la ciudad inglesa. Mientras tanto, se hizo tiempo para enamorarse, casarse y tener tres hijos, que hoy son adolescentes. Aunque estaba lejos, siempre siguió de cerca a la Argentina, que promulgaba que un peso valdría un dólar para siempre. Pero tal como lo veía venir, todo explotó en 2001. En ese momento, cuando muchos escapaban de la crisis hacia Europa, él volvía. Pero Prat Gay jamás cae preso de las pasiones, y detrás de ese paso estaba la certeza de que, ya preparado y con experiencia, tenía algo para aportar. El entonces Presidente Eduardo Duhalde le hizo la propuesta de ser la máxima autoridad del Banco Central de la República Argentina, en un momento en el que nadie quería hacerse cargo del caos, y aceptó. Acababa de cumplir 37 años. Durante los dos años en los que estuvo en el puesto, comenzaron a desaparecer paulatinamente las cuasimonedas (como patacones y lecops), que en ese momento representaban el 35% de la oferta monetaria, y se redujo la inflación del 40% al 5% anual, manteniendo estable el crecimiento económico. Luego sintió que lo que podía hacer ya lo había hecho y siguió su camino. “Hubo que reconfigurarse”, recuerda, porque la oportunidad le había llegado antes de tiempo. Ahí comenzó su carrera política.

Asumió como Presidente del Banco Central a fines del 2002, un momento por demás complicado. ¿Siempre confió en que lo podía hacer bien?

Sí, nunca dudé en que no iba a poder. No sé si ahora lo encararía de la misma manera, en ese momento fue así, quizás porque era más joven y temerario, o quizás porque tenía la fe ciega en que lo que había que hacer era lo que nosotros teníamos pensado. Me pasaron la pelota, empecé a jugar y no miré para atrás

¿Qué aprendió de toda esta experiencia?

Es un mix de varios factores y muchas cosas que tuve que enfrentar en distintos planos. Para empezar, en la primera semana en la que asumimos, tuvimos que ocuparnos de dos cuestiones inmensas que estaban resueltas pero mal y no podía dejar nada abierto al azar. Una parte de la estrategia fue trabajar con lo que teníamos. Yo soy muy respetuoso y elogioso del plantel de empleados del Banco Central, son muchos años de experiencia y mucho compromiso con la institución. Por eso tomé la decisión de no cambiar nada de eso, y de seducir a esa línea para trabajar con el programa que nosotros teníamos. Para la parte legal, me traje un íntimo amigo abogado, que no sabía nada de economía ni finanzas, pero en el que confío plenamente. Tampoco ayudaba mi juventud. Y después, el tema mediático, que si bien en Londres había trabajado con los medios, no son los mismos que los locales, y no es lo mismo ser un analista más en el sector privado, que ser presidente del Banco Central. Esa parte fue complicada. Tomé la decisión de tener un perfil muy bajo por varios motivos. Primero, porque creo que el rol del Banco Central es fundamentalmente técnico, aunque tenga una inmensa dimensión política: es un servidor público independiente que tiene que cumplir con lo que promete. Y encima era un momento muy particular, entre cacerolazos y gente que no recuperaba sus depósitos. Pero mi perfil bajo fue muy difícil de comprender para muchos medios.

¿Cómo ve a la Argentina hoy?

La veo atrapada ahogándose en un vaso de agua. Pero soy muy optimista en cuanto a lo que nos espera de acá a diez años. Creo que la Argentina tiene su potencialidad intacta, sí hay un deterioro institucional y cultural, sí hay cuestiones de decadencia moral, pero también hay recursos naturales, posibilidades; hoy el mundo nos sonríe en una cantidad de mercados que antes no nos sonreía. Ha habido un deterioro en la educación en los últimos 15 años, y eso se va a pagar quizás en la próxima generación, pero todavía la Argentina tiene un plantel y una mano de obra calificada que no hay prácticamente en el resto de América Latina. Poseemos los recursos naturales, contamos con la posibilidad de transformar al país en una potencia turística. Ha faltado inversión, lo que está faltando es confianza. Si se establece un programa de funcionamiento institucional y económico que sea creíble y no se modifique, eso, combinado con los recursos que tenemos, es una fórmula imbatible para el despegue.

¿Desde qué lugar cree que puede hacer la diferencia? ¿Le gustaría ser presidente?

Sí, claro, a todos los que estamos en política nos gustaría. Me gustaría tener la manija porque entonces uno asume que es más fácil, aunque no me consta que sea más fácil desde ese lugar. Yo tomé la decisión de ingresar en la política porque me pareció que no alcanzaba con el honor que tuve de estar dos años en el Banco Central. Hicimos las cosas relativamente bien, cumplimos todo el plan que nos habíamos trazado, incluso antes de tiempo. Y sin duda que eso tuvo un impacto para toda la población, pero fue una opción muy enfocada en algo particular, en un organismo del Estado. Lo que yo entendí es que para transformar la realidad hace falta plantar la bandera en toda la administración pública, entonces por eso empecé a militar en política y por eso estoy donde estoy. Me encuentro convencido de que lo que nos va a rescatar es un Gobierno con capacidad técnica, pero también con valores. Y no me entrego a esto que nos dicen que solamente nos pueden gobernar los chorros. Si eso es así, que le toque a otro, yo no voy a participar. Pero creo en la utopía de que puede ser diferente. Y seguiré peleando hasta que la realidad me demuestre que se acabó mi tiempo, llegaré a donde tenga que llegar. Soy muy consciente de lo que puedo aportar. Acepté el cargo de Presidente del Banco Central, pero hubo muchos otros que no acepté de Gobiernos anteriores y de este Gobierno, porque soy muy cuidadoso de evaluar si realmente puedo hacer una diferencia en un cargo público; me tomo en serio ese concepto.

¿Cree que los ciudadanos comunes hacemos algo para mejorar el lugar donde vivimos?

Creo que hay muchos que sí y hay muchos que no. No puedo juzgar, porque sería injusto y considero que hay mucha gente que tiene el compromiso. También veo que algunos que están comprometidos no se animan, no digo que todos tendrían que ingresar en el barro de la política porque realmente no es para cualquiera, pero muchos han preferido no meterse, cuando creo que el “no te metas” es mucho más dañino que el “que se vayan todos”, porque si no se meten los que tienen los valores y la capacidad… bueno, la política es como la física: donde hay un vacío se llena rápidamente. Y si los justos y los buenos se corren, se llena de lo contrario. Me parece que un poco eso es lo que nos ha pasado en este tiempo. No están bien vistos los políticos, es un cartel con el que hay que cargar, la gente generaliza y eso es parte del desafío. Pero sí, veo que hay muchos argentinos que están preocupados con lo que les pasa y que encuentran la manera de comprometerse con algún servicio social o con alguna cuestión. Y eso está bien. Me parece que lo que falta es llevar eso al compromiso cívico.

¿Qué significa para usted que una empresa tenga responsabilidad social?

Creo que el concepto de RSE es peligroso. No voy a generalizar, pero considero que hay empresas que lo tienen porque hay que tenerlo, y de esa manera resuelven el complejo de que no están haciendo nada. Y me parece que no sirve en esos términos. Hay otras, en cambio, que están realmente comprometidas con su entorno y que quizás no lo llamen así, pero que trabajan activamente en el barrio, en el partido, en lo que sea, para tratar de transformar la realidad. Yo le tengo miedo a la moda de la RSE porque muchas veces es más bien el complejo de culpa que tienen algunos empresarios que los lleva a poner plata en algún lugar. Y eso claramente no alcanza. Pero por supuesto que bien entendido es un gran concepto, es imposible imaginar la empresa y al empresario abstraídos de su responsabilidad social. Creo que el mejor aporte que puede llevar a cabo el empresario es hacer bien lo que le toca, técnica y moralmente. Veo que hay muchos que no han tenido el coraje de plantarse frente a un poder autoritario y que buscaron una excusa para justificar ese accionar. Eso es lo que no hay que hacer. Una empresa está insertada en su medio y crece solamente si se desarrolla el resto de su entorno. Yo viví muchos meses en Tucumán, donde papá y mi abuelo tenían un ingenio azucarero, y en aquella época los ingenios eran pueblos de los que dependía todo, el hospital, la escuela. Y ahí vi de primera mano cómo era una integración plena entre el patrón, como se le decía en ese entonces, y los empleados. Cada tanto vuelvo a Tucumán y es conmovedor ver el recuerdo que tienen esos empleados de papá y de mi abuelo. La gente se emociona cuando me ve en la calle, me reconoce, pero me saludan no por lo que hago yo, sino por lo que hizo mi padre. Eso sí es RSE.

¿Cuál es su próximo paso en la política?

Estamos trabajando para que UNEN tenga cuerpo, tenga músculos, forma y fuerza. No es una tarea fácil, porque son ocho partidos diferentes, son muchísimos egos, muchísimos más que ocho. Y lo que estoy tratando de hacer es poner el hombro para que eso funcione, siga adelante, y para que el proyecto colectivo sea mucho más importante que cada uno de los proyectos individuales. Veremos… el año que viene hay elecciones, tanto en Capital como en la Nación, yo creo que puedo aportar en los dos lugares, veré dónde puedo aportar más para UNEN y para el proyecto de país que todos queremos. Creo que si todos tuviéramos esa actitud, en vez de buscar cómo conservo mi banca, cómo me aferro a un puesto, si dijéramos “estas ideas y estos valores en los que creo ¿desde qué lugar puedo potenciarlos?”, funcionaría todo mejor. Bueno, no siempre va a ser un súper cargo. Uno figura no por el cargo que tiene, sino por las ideas que propone, por los proyectos y por la capacidad de enamorar al resto, como algunos lo estamos, del futuro que yo estoy convencido de que va a ser mejor.

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