Miguel Ángel Toma: Política y filosofía

Las respuestas de Miguel Ángel Toma a PRESENTE son claras y didácticas. En cada frase asoma no solo el político, sino también el filósofo. El exdiputado peronista que hoy es referente de Encuentro Republicano Federal ingresó en la política por vocación de servicio. Su formación filosófica con los jesuitas le transmitió una visión y una capacidad de análisis de la realidad que acompañaron todos sus pasos posteriores y que lo hacen explicar conceptos profundos con sencillez. De sus estudios, su trayectoria, de la actualidad internacional y de su futuro político, entre otras cosas, habla en esta entrevista.

 

¿Cómo fue tu formación en filosofía?

Estudié en el Colegio Máximo de San José, en San Miguel, seminario mayor de los jesuitas. Cursé los primeros cuatro años de los ocho que constituían la currícula filosófica teológica para ordenarse de sacerdote y luego hice la tesis. No continué los otros cuatro años que eran necesarios para ordenarse sacerdote. En aquella época había una discusión en nuestra generación acerca de la vocación de servicio. Existían básicamente dos grandes carriles: la vocación religiosa, lo pastoral, y la política. Al cabo de cuatro años de filosofía, elegí la política.

 

Otra manera de sacerdocio… Y ahí empezaste a militar en el peronismo.

Sí, porque en aquella época (fines de los 60, principios de los 70) existía un debate muy mar[1]cado, que se dividía en tres aspectos. El primero era ideológico: es decir, en la Argentina optabas por algo nacional y popular (el peronismo) o por algo transnacional y vinculado al mundo de los imperios (marxismo). Este era el debate central de naturaleza ideológica.

Después había una discusión metodológica: si el camino para lograr esos objetivos que uno se proponía al elegir un plano ideológico determinado se lograba mediante la acción política o mediante la violencia armada. Era el debate entre ingresar a la militancia política o a una estructura insurreccional, subversiva. En esta última opción, si elegías el marxismo, la estructura era el ERP [Ejército Revolucionario del Pueblo]; y si elegías el peronismo, era Montoneros.

El tercer aspecto del debate era el encuadramiento, es decir, en qué organización concreta te ubicabas. En mi caso, influyó un profesor mío, un jesuita, Carlos Grosso, profesor de Literatura Hispanoamericana en la carrera de Filosofía, que había desarrollado una estructura de militancia juvenil que se llamaba Juventudes Argentinas para la Emancipación Nacional (JAEN), de la que participaban muchos hombres después muy conocidos (Rodolfo Galimberti, Chacho Álvarez, Alberto Iribarne). Luego esa estructura se dividió y algunos fueron a la JP (Juventud Peronista), otros fueron a Montoneros (el caso de Galimberti) y otros conformamos el CTP (Comando Tecnológico Peronista), que era la sumatoria de miembros provenientes del Ejército que se habían negado a reprimir el Cordobazo del 69 y los que veníamos de la formación de otro ejército, el jesuita. Ahí se inició mi militancia política.

 

¿El peronismo renovador vino después?

Sí, mucho después, fue a partir del regreso de la democracia. Lo que se dio en ese momento de los 70 fue un fuerte debate interno entre las corrientes que sostenían la violencia armada y las que sosteníamos que la revolución (entendida como el peronismo en nuestro caso) tenía que hacerse por mecanismos políticos, lo cual no implicaba no enfrentar a la dictadura. Después, por supuesto, cuando vino el golpe del 76, fue todo mucho más violento, todos estuvimos en cierta manera en la clandestinidad, pero no por eso adoptamos la metodología armada.

Desarrollábamos una acción de difusión doctrinaria y programática de lo que entendíamos era el peronismo, que entraba en colisión con lo que sostenían las estructuras armadas, la guerrilla, que tenían una visión muchísimo más marxista. Mucho después, en la época en que Carlos Menem hizo los indultos, yo me reencontré con Galimberti y recordamos que la discusión que habíamos tenido antes de que él conformara Montoneros era si la revolución pasaba por el peronismo o si la revolución era el peronismo. Es decir, para la visión marxista, que finalmente adoptan estos grupos, el peronismo era solo un estadio intermedio, meramente reformista, para llegar a la sociedad socialista, que era la utopía máxima, mientras que para nosotros la revolución era el peronismo: la construcción de un capitalismo moderno, productivo, que pudiera lograr la justicia social sobre la base de la generación de empleo, la movilidad social ascendente y el acuerdo de los sectores sociales, y no de las contradicciones de las clases.

Era una visión infinitamente más vinculada incluso a la doctrina social de la Iglesia, que francamente se confrontaba con las visiones clasistas del marxismo convencional, que respondía además geopolíticamente a la Unión Soviética.

 

¿Qué pasó cuando llegó la democracia?

Ahí nos reencontramos. Habíamos mantenido nuestros nexos en una suerte de clandestinidad durante la dictadura y empezamos a desarrollar nuestra actividad política en el seno del PJ. Era toda una generación de sobrevivientes de alguna manera, que nos propusimos recuperar al peronismo de lo que había sido la expresión de esa suerte de derecha agresiva que había tomado gran parte del peronismo a través de la Triple A [Alianza Anticomunista Argentina] y todos esos sectores más las expresiones más atrasadas del peronismo que se manifestaban en una suerte de corporativismo, muy poco adecuadas a los tiempos y que fueron la causante de la derrota del peronismo en 1983.

Decidimos convocarnos y convocar a un grupo de jóvenes de menos de 40 años, y conformamos el proceso de la renovación peronista, como consecuencia de la derrota de 1983 y de la progresiva pérdida de poder por parte de los sectores que habían sobrevivido a la década del 70 y que controlaban formalmente el aparato del partido: los viejos caudillos provinciales, por un lado, y un determinado núcleo sindical, por el otro. Ese proceso se fue dando paulatinamente. En 1985 logramos el control del PJ en la capital y conformamos una lista de diputados que encabezaba Grosso. Yo ocupaba el cuarto lugar. Nadie pensaba que iba a entrar, debido a que las performances históricas del peronismo en la capital no habían sido muy buenas. Sin embargo, hicimos una excelente elección y pudimos ingresar a la Cámara de Diputados junto con todo un núcleo de hombres también jóvenes que habían hecho el mismo proceso en sus provincias (José Octavio Bordón en Mendoza, Jorge Busti en Entre Ríos, Antonio Cafiero en una alianza con la Democracia Cristiana en contra del control formal del partido en la provincia de Buenos Aires, que lo tenía Herminio Iglesias). Conformamos el bloque renovador que presidía José Luis Manzano. Toda esa pléyade de dirigentes produjo el fenómeno de recambio del peronismo y logró una interna tan transparente que quienes controlábamos el partido perdimos. Ganó Carlos Menem, con una posición que se llamó “menemismo”, en contra de los renovadores, pero que, ni bien llegó al poder, gobernó con nosotros porque formó un gabinete también integrado por gente de nuestro sector.

 

¿Cómo fue esa etapa del peronismo que muchos consideran liberal?

Hubo un proceso muy interesante de democratización interna y de adecuación del Gobierno a la realidad geopolítica de nuestros tiempos. Se había caído el Muro de Berlín, había desaparecido el conflicto interimperial, la Unión Soviética había estallado. El realineamiento en la Argentina naturalmente tenía que ser con Occidente. Las políticas económicas que implementó ese peronismo aggiornado eran de un capitalismo muy moderno a través de privatizaciones, incluso con un tinte muy particular que fueron las participaciones de los trabajadores en la propiedad, el PPP (Programa de Propiedad Participada). Había un programa económico que consolidaba el capitalismo, pero que incluía una importante participación del asalariado.

En esa etapa vos eras diputado.

Fui diputado de 1985 a 1989, de 1989 a 1993 y de 1993 a 1997. En 1997, fui secretario de Seguridad. Yo presidía básicamente dos comisiones: la de Defensa Nacional y la Bicameral de Inteligencia, que habíamos creado con la Ley de Seguridad Interior, una ley de mi autoría de 1991. Previamente, en 1987, habíamos hecho la Ley de Defensa Nacional. Estas dos leyes fueron consensuadas con gran mayoría de votos, oficialismo y oposición, lo mismo que la Ley 25.520, la Ley de Inteligencia Nacional.

Fui secretario de Seguridad de 1998 a 2000, volví a ser diputado en el 2000 como opositor porque ganó Fernando De la Rúa y fui ministro del Interior en la transición con Ramón Puerta. Cuando asumió Eduardo Duhalde, fui secretario de Inte[1]ligencia hasta que Duhalde entregó el poder a Néstor Kirchner.

 

¿Allí terminó tu actividad pública?

Sí, me reconvertí en la actividad privada, lo que no fue fácil para alguien que había estado tanto tiempo en la actividad pública, pero no dejé la política. Finalmente, este proceso culmina ahora con la formación del Peronismo Republicano, o Encuentro Republicano Federal, que participó ya en las elecciones de 2019 con la figura de Miguel Pichetto como candidato a vicepresidente de Mauricio Macri y que ahora conforma el cuarto eslabón de esta coalición opositora que va a estar en las próximas elecciones.

 

¿Cuáles son tus aspiraciones desde este sector político?

Estamos formulando un programa integral de gobierno en todas las áreas. Yo coordino en este momento el programa para la política de seguridad, de defensa y de reconstrucción del sistema de inteligencia, que hoy está totalmente destruido. Es donde yo empecé en la tarea legislativa. Hoy no me interesan los cargos legislativos, estuve 16 años.

 

¿Y la filosofía? ¿Qué lugar ocupa en tu vida?

Nunca la abandoné, siempre fue mi refugio, mi elemento sustancial para darle a la política un perfil muy particular. Soy una persona enormemente agradecida a mi formación jesuita. Los jesuitas tienen una gran cualidad en la formación de los jóvenes: sintetizan la rigurosidad con la apertura.

La rigurosidad muchas veces termina anquilosan[1]do el pensamiento, dándole una suerte de entidad cerrada, pero cuando al mismo tiempo se genera la apertura del pensamiento, cuando se permite que esa estructura rigurosa del conocimiento sea perforada por la percepción de los fenómenos externos de lo nuevo, se obtiene un grado de síntesis que, aplicada a la política, me ha servido enormemente.

 

¿Sobre qué fue tu tesis cuándo te recibiste?

Sobre “Identidad y diferencia en la historia de la filosofía”. La primera parte era un examen escrito de cuatro horas en el que los cuatro profesores más significativos nos tomaban lo que habíamos planteado. A la tarde había que defender oralmente durante otras cuatro horas lo que habíamos sostenido por escrito. Yo me basé fundamentalmente en el pensamiento de Martin Heidegger. Fue una experiencia maravillosa recorrer la filosofía sobre la base de estos dos conceptos: identidad y diferencia. Mi tesis iba desde los presocráticos hasta Heidegger e incluso Emmanuel Lévinas, que fue un pensador posterior, judío, que juntaba la tradición de Occidente con la percepción del mundo judeocristiano, básicamente la cuestión del dualismo heredado del platonismo y de los clásicos griegos. Posteriormente, leí a Byung-Chul Han, un surcoreano formado en Heidelberg que recoge la filosofía de Heidegger y la aplica al fenómeno de la explosión de la tecnología. Es apasionante. Recomiendo su obra En el enjambre, porque se vincula con el fenómeno de la comunicación y el impacto de la tecnología que Heidegger empieza a plantear en la década del 50 en Introducción a la Metafísica, donde define muy bien la tecnología como “la furia irracional del hombre desatada sobre el ente (la cosa) y el olvido del ser”, es decir como algo que despersonaliza y hace perder el sentido. Lo tecnológico en ese entonces era la bomba atómica, la televisión, la radio, pero fundamentalmente el desarrollo industrial que comenzaba ya a ser explotación de la cosa, del ente. Eso lo retoma muy bien Byung-Chul Han con la impronta de un hombre actual, con las nuevas tecnologías, básicamente de la comunicación. Atractivo y fácil de leer, vale la pena.

 

Para finalizar, ¿qué opinás de la responsabilidad social empresaria? ¿Creés que se modificó algo en el último tiempo?

Sin duda la concepción moderna del Estado y el desarrollo de nuevas formas empresariales han generado un crecimiento de la conciencia de operar sobre la sociedad, de la empresa no solo como dadora de empleo, sino también como desarrolladora de un proceso de inserción en la comunidad. Tanto las grandes empresas como muchas pymes tienen fundaciones u organizaciones a las que subsidian y sostienen, y que son el brazo con el que desarrollan acciones en la comunidad. Eso demuestra un creciente grado de conciencia de que la actividad empresaria no solamente busca el lucro y generar un proceso de acumulación que permita el desarrollo de una movilidad social ascendente, sino que también impulsa acciones más directas vinculadas a la sociedad. Se ha avanzado mucho.

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