Reconocido mundialmente por sus imágenes de gran calidad técnica y delicada belleza, Diego Ortiz Mugica es apreciado en el mundo corporativo por el trabajo de imagen en grandes compañías. Y también por su valorado rol de motivador empresarial.
Hay oro en el tiempo, pero que se logra percibir en acciones realizadas con total concentración y una velocidad que esté en el ámbito de lo realmente humano. Esta percepción, que Diego Ortiz Mugica dirá con sus propias palabras a lo largo de una entrevista realizada sin apuro alguno, como apreciando el goce del intercambio de pensamientos, parece un punto esencial para entender su arte. Y es que el fotógrafo argentino, cuyas obras forman parte de la Colección del Museo Nacional de Bellas Artes y la Fundación Arcad, además de haber expuesto en todo el mundo ve la quietud como una forma de acción que puede ser notablemente enérgica y efectiva. Por eso, este autor de reconocibles imágenes de la Patagonia suele ser convocado para dar charlas motivacionales a personal de empresas multinacionales de primer nivel, muchas de las cuales le confían también su imagen corporativa.
¿Por qué la fotografía en su vida?
Hace 20 años te hubiera dado una respuesta muy distinta. Hubiera dicho que la fotografía empezó siendo un juego, en el colegio, a los 12 años, para rajarme de las clases. Y que a los 14, muy rápidamente, se había convertido en una pasión: ya trabajaba para una revista de rugby y una publicación cultural del colegio, donde también hacía audiovisuales. Pero hoy, que tengo 50, lo que te digo es que uno viene a la Tierra a cumplir una misión, y evidentemente la mía es rescatar la belleza de las cosas y ponérsela adelante a la gente. Y agregaría que el fotógrafo que soy hoy se desarrolló verdaderamente los primeros ocho años de mi vida, que los pasé postrado, ya que nací muy enfermo.
¿Ahí surgió el observador?
Sí, exactamente. Pero te diría que una mezcla de observador con contemplativo, porque una cosa es observar, que es un ejercicio que se desarrolla, pero otra es contemplar, que es algo que se hace más desde el corazón. Y cuando estás con un tipo de incapacidad, y todos tus amigos caminan, corren o juegan a la pelota, pero a vos te llevan casi a upa, la observación la llevás a cabo con el sentimiento, porque muchas cosas las hacés con la mirada. Eso me pasó hasta los 7 años, cuando me operaron y después se desarrollaron la voluntad y la perseverancia, en los dos años y medio de rehabilitación que tuve.
Eso seguramente afectó su forma de trabajo con la fotografía…
Sí. Hoy soy un fotógrafo muy técnico y perseverante en cuanto al cuidado de la obra, el trato de los materiales y equipos. Y soy un gran lector de lo que me interesa, estudié muchísimo, me formé. A mi mujer le prometía todos los años que iba a cambiar el auto, pero a fin de año me iba a estudiar afuera. Toda la plata que ganaba de mis trabajos de toda la vida en fotografía comercial, además de alimentar a mis hijos y cumplir mis obligaciones de padre, era para ir a estudiar o exponer en el exterior. Evidentemente estaba marcado para hacer esto. Hace 15 años inauguré esta escuela, a pedido de la gente, después de hacer una muestra en el Museo de Arte Decorativo, en 1997, y más de 70 personas quisieron estudiar conmigo. Antes de abrirla, me fui a estudiar a California, a la meca, con el discípulo directo de Ansel Adams, el creador del sistema de zonas, el método que uso para fotografiar. Lo que se hace es predeterminar los valores formales de la copia durante la toma. Mientras estás previsualizando tu imagen, ya sabés cómo va a quedar. Como decía Adams, que era músico, los negativos son partituras.
¿El trabajo con esa minuciosidad implica un estado fuerte de atención?
Primero implica un muy fuerte estado de contemplación, de previsualización, con el fin de hacer un análisis técnico para lo estético. Después, mucha certeza y disciplina. Tenés que tener muy ajustadas las variables, conocerlas bien.
¿En qué lo ha ayudado en la vida este trabajo de gran cuidado?
En todo. Por empezar, me volví una persona con un fuerte tercer ojo desarrollado: miro a alguien y sé si me cree o no. A mis alumnos les pregunto si entienden y al mirarlos a la cara sé quién me está diciendo que sí pero en realidad es no. Con mis hijos, que ya son grandes, veo muy claramente sus sentimientos. El tema de desarrollar tanto la previsualización se te convierte en una obsesión, y vas por la vida viendo más de lo que querés. Y sentís mucho más. A veces quisiera bajar las persianas, pero no podés bajar el potenciómetro de la sensibilidad. Me pasa que no puedo ver una película donde haya algo extremadamente emotivo, porque me termina doliendo el estómago. Pero bueno, cuando empecé a descifrar para qué vine a la vida, trabajé fuertemente para que mi don estuviera lo más entrenado posible para tener éxito en mi trabajo. Y eso se llama fotografía de autor o artística, que me parece hasta pedante usar esa palabra, aunque tenga fotografías en colecciones de museos.
Sé que le da mucha trascendencia a su tarea como docente.
Uno de mis alumnos, que hoy ya expone conmigo, me dijo que antes de estudiar conmigo iba dos veces por semana a terapia, pero que después ya era mejor para él venir al estudio dos o tres veces por semana. Eso para mí es mucho más importante de que hoy ya esté vendiendo obra. Incluso he tenido maridos o esposas de alumnos que han estudiado conmigo que me aseguran que desean que siempre sigan estudiando acá, porque se habían convertido en otras personas. El tema es acompañar el proceso de expresar, sacar cosas y llegar a la esencia. Y en eso, no existe un potenciómetro para la sensibilidad, sobre todo cuando estás todo el tiempo trabajando para ser cada vez más sensible y perceptivo. En mi vida, hago muchas cosas para no perder nunca de vista lo importante, desde la forma en que descanso o como hasta el hecho de que practico tai chi hace 12 años. Es que tengo tanta técnica, que no quiero terminar siendo un tecnócrata de la fotografía. Y por eso, para que mi obra crezca, tengo que crecer como persona.
Por lo tanto, ¿diría que este trabajo tiene un rol social?
Creo que mi trabajo habla más de mí de lo que yo puedo hablar, pero sí te digo que la vida nos está llevando a vivir muy mal, y lo que realmente trato de hacer con la gente, a la que le enseño y a la que entra a mis muestras, es que sienta que la belleza cura, en cualquiera de sus formas. Y lo otro que trato de hacer es que pare, que vaya más despacio en la vida. Todos los cursos los empiezo con un video de una ceremonia japonesa del té. Luego les pregunto qué sintieron y se anotan palabras como “silencio”, “rigurosidad”, “paz”, “método”, “perseverancia”, “ritmo”, “lentitud”. Entonces les digo que el que no esté de acuerdo con todo eso se tiene que parar e ir, porque el estilo de mi trabajo tiene que ver con una liturgia sobre las cosas. Y básicamente hay que detenerse.
¿En este eje se encuentra lo que hace en trabajos de coaching empresarial?
Diría que mi rol global es tratar de enfrentar a la gente, ya sea en mi escuela o en las charlas que doy para empresas, al hecho de que paren, que se detengan, que ralenten un poco la cosa, porque la vida está muy compleja, cada vez vamos más rápido y todo se vuelve efímero.
¿Y cómo trabaja la idea de éxito empresarial?
Yo sería un motivador que tiene la suerte de trabajar con coachs y otros motivadores, como Cachito Vigil, entrenador del equipo de hockey Las Leonas. Por eso, para contestarte eso, creo que primero hay que preguntarnos qué es el éxito. A nosotros no nos llaman de las empresas para ayudarlas a organizarlas desde lo técnico, les hablamos a los ingenieros sobre cómo comunicarse mejor. Porque lo que pasa es que los pibes se van de las empresas a los dos años, porque reciben más días de vacaciones o un cinco por ciento más de sueldo. Pero el tema es ver realmente cuál es tu equipo, valorarlo. Vigil les pide rápido que mencionen a un equipo que prefieran. Entonces mencionan la selección de fútbol de tal año, los Pumas de tal otro, el Barcelona de Messi, te tiran como 20 equipos. Y luego les da 30 segundos para que piensen en un solo equipo. Hay quien ahí menciona su equipo de trabajo, otros hablan de la familia. Y lo clave es detenerte para darte cuenta de estas cosas, lo que no le pasa al 80 por ciento, que se queda con el Barcelona de Messi, cuando a vos, si mañana te hacen desaparecer ese equipo, tu vida no se modifica. Pero si te pasa algo en tu familia, nunca más vas a ser el mismo. Por eso, todos tendríamos que tratar mirarnos a los ojos. Sé que suena medio romántico, pero para mí esto es la esencia pura.
¿Qué le dice la palabra “compromiso”?
Bueno, hay cuatro o cinco palabras que están derogadas, y una de ellas es “compromiso”. Me cuesta ver a las generaciones más jóvenes, con las que trabajo habitualmente, ligadas al compromiso. A mi escuela, por ejemplo, la gente viene porque quiere, no porque la mandó el papá o se lo dice el marido, pero parece mentira que les des un trabajo práctico a diez personas y a las tres clases, cuando lo tienen que entregar, no lo hizo el 50 por ciento. Y no es un tema real de tiempo o que se presentara un serio obstáculo, sino simplemente falta de compromiso de esa persona por su taller y por el grupo, porque en las clases aprendemos mucho con el trabajo del otro. Es un tema clave.
¿Qué aprende del trabajo de motivación en empresarios?
A veces voy a hablarles a ingenieros que hacen obras en Egipto, de 500 millones de dólares de presupuesto, y aunque en algunos aspectos no puedo ni empezar a tener una conversación con ellos, sí puedo hacerlo en esto de escuchar al otro y trabajar en equipo. Porque soy un buen conductor grupal, a pesar de que aparentemente el creador está muy solo con su alma. Siempre se acciona en equipo, desde cuando coordinás una muestra hasta cuando editás un libro. Y en estas charlas que doy también aprendo mucho, sobre cómo es que hacen estas grandes empresas con estos temas, escucho a los empresarios, a los otros motivadores, aprendo de las luces y de las sombras. El mundo empresario es muy complejo, apasionante y cada vez más está buscando no solo la eficiencia o el éxito, sino también que sus trabajadores sean personas con capacidad de decisión, con creatividad, con valentía, con compromiso, con comunicación. Ahí es donde trabajo más, ayudando a impulsar valores en lo comunicacional y estimulando lo creativo para cambiar la mirada ante tareas que pueden ser las mismas cada día. Además, es importante divertirte mientras trabajás. En mi escuela, en primer lugar tenemos que pasarla bien, en segundo lugar está la perseverancia.
¿Qué lo ha sorprendido o impactado más en cuanto a este intercambio entre el universo empresarial y su aporte relacionado a la creatividad?
Cuando Honda abrió la planta en Campana, hicimos un libro con fotografías de la planta para el que trabajé muy fuerte durante tres meses. Cuando presenté el trabajo previo, unas 120 imágenes de las que saldrían las 50 finales, el presidente de la empresa, un hombre japonés, hablaba en su idioma con quien oficiaba de traductor mientras miraba las imágenes. Cuando llegó a la mitad, le pregunté si le podía hablar directamente, algo que hay que cuidar por protocolo. Me dijo que sí, le pregunté en inglés si estaba todo bien, y me dijo: “Con el trabajo está todo bien, pero conmigo no, porque estuve tres años construyendo la planta y no pude ver ni un diez por ciento de lo que viste, y tus fotos tienen alma”.
El fotógrafo que logra una comunión con la naturaleza, finalmente, aplica esa capacidad al fotografiar una fábrica.
Es lo mismo. Hace seis años hice una muestra de desnudos, que se llamaba “Paisajes de mujer”. Y cuando voy a una planta, hago “Paisajes de la planta”. Podés hacer arte en una bodega, donde si entra un enólogo, ve litros y litros de vino; si entra el gerente financiero, ve producción que se convertirá en ganancia para la compañía; y si entro yo, veo formas, luces, contrastes. En una palabra: veo armonía.
Como ya lo dijo, hay entonces un poder en la belleza.
Sí, diría que la belleza, junto al amor, curan todo.
* Entrevista publicada en la edición 20 de PRESENTE (septiembre/octubre).