Fue su gran deseo de cuidar a quienes considera el futuro de la humanidad lo que impulsó a Mónica Basualdo a construir el proyecto que es hoy Fundación Juanito. La ayuda fue llegando, primero a través de amigos, luego mediante el Estado y también desde el ámbito corporativo, hasta desarrollar el gran espacio de Colegiales, que alberga a los menores para darles una segunda oportunidad. Ya retirada pero siempre presente, su fundadora observa maravillada la tarea cumplida, relata el gran trabajo interdisciplinario que realizan, cuenta con orgullo el sentimiento de pertenencia de los ahora adultos que pasaron por allí y cómo lograron seguir con sus vidas. Sin embargo, reconoce que mientras haya un niño que necesite un hogar como Juanito la tarea no estará acabada.
-¿Cómo nace Fundación Juanito?
-Nace en el año 1995 con la idea de hacer algo por los niños. Empecé a llamar a mis amigos con esta consigna y me di cuenta de que había mucha gente que quería hacer lo mismo. No teníamos experiencia, pero sí una fiel convicción, vehemente y apasionada, de que algo había que hacer, sin que fuera más de lo mismo. Esa es la única manera de llevar a cabo este tipo de proyectos, que no tienen un aval financiero, profesional o técnico, aunque sí esa premisa fundamental. Yo soy psicóloga social y a lo largo de los años incursioné en empresas multinacionales, consultoras privadas, trabajos de promoción hasta llegar a instituciones en el orden público. Después, trabajé mucho tiempo en política, lo que también me permitió encarar este proyecto, porque todas las acciones que realizamos en función de los derechos del niño son política. Desde mi adolescencia quería hacer algo relacionado con los niños. Cuando empecé a conocerme, vi que despejando lo personal, siempre volvía a ese deseo.
-¿Cómo fueron esos inicios de la fundación?
-Nos empezamos a organizar en comisiones. Nos dimos cuenta, a poco de andar, de que teníamos que constituir una organización. Decidimos que fuera una fundación y no una asociación, porque queríamos que perdurara en el tiempo. Tardamos dos años en que la Inspección General de Justicia nos diera la acreditación. Pero así y todo, empezamos a funcionar desde el primer día.
-¿Por qué eligieron el nombre “Juanito”?
-En ese momento estaba de moda el programa Chiquititas, y los nombres que surgían eran “Pedacito de Cielo”, “Rinconcito de Luz”, pero nosotros encarábamos otra cosa. Entonces, pensé en Juan Diego Seoane, uno de los cuatro adolescentes que murió en 1992 cuando se desprendió un balcón en Pinamar. Era el hijo de Amelia, una íntima amiga mía. En honor a él, le pusimos Juanito. Fue una decisión que nos conmovió. Y, a la vez, el dolor irreparable de una pérdida de un hijo es un poco el dolor que puede tener un chiquito sobre el que, por alguna razón, el Estado interviene para trasladarlo a nuestra fundación.
-¿De qué modo adquirieron el espacio donde funciona la fundación?
-En 2001 el Estado nos dio el predio, de uso gratuito y precario, en una zona envidiable, que es Amenábar y Jorge Newbery, en plena ciudad de Buenos Aires, donde se pueden armar dispositivos de cuidado con muchas colaboraciones del orden del voluntariado y profesional. La fundación tiene dos hogares (la “Casa del Árbol” y la “Casa del Abrazo”), funcionan también las oficinas y cuenta con un Espacio de Arte.
-¿Cuántos chicos hay actualmente?
-Tenemos un cupo de hasta 24 chicos y siempre está completo. Porque, en realidad, hay muy pocas organizaciones que tienen este amplio espectro de grupo etario. Acá tenemos bebés, niños y adolescentes. Recibimos menores de 0 a 10 años, y hermanos mayores para no separarlos.
-¿Cómo es el trabajo con los niños?
-Hacemos que se sientan en familia. Están cuidados, educados, criados. De aquí en adelante siguen con sus vidas. Ingresan por una denuncia en el Estado, donde intervienen los organismos que corresponden –en nuestro caso, es el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires–. Esa denuncia puede aparecer en una salita de salud, en la escuela, por un vecino, pero habla de que está pasando algo con ese chico cerca o en la casa. Si es de riesgo de vida, tienen que separarlo del lugar en donde vive y derivarlo a un sitio como el nuestro, que posee convenio con el Estado. A partir de que llegan empiezan a ir a las escuelas de la zona, los llevamos a los tratamientos de salud y también trabajamos con las familias.
-¿Quiénes conforman el equipo de trabajo?
-Tenemos un equipo profesional de seis disciplinas: abogados, psicopedagogos, psicólogos, psicólogos sociales, médicos y trabajadores sociales. Hay muchas personas que trabajan ad honorem. Por cada grupo familiar (de hermanos) se arma un equipo para ocuparse de todo lo que se necesita para elevar los contenidos teóricos del seguimiento a los organismos que correspondan y que puedan decidir, lo antes posible, el destino de esos chicos.
-¿Cuál es el fin que persiguen desde la fundación?
-Que vuelvan a su familia de origen. Lo que necesitamos es rescatar a alguien de esa familia, ya sea nuclear o extensa: una mamá, un papá, una tía, una abuela, un hermano mayor. A veces los chicos dicen: “Yo recuerdo que una tía me llevaba a comer helado”. Vamos a buscar a la tía. Intentamos identificar algún vínculo que, de alguna forma, se quebró. Entonces, junto con la Defensoría Zonal armamos una suerte de planificación e ingeniería para reconstruir esa vinculación, que es necesaria, y ver si es posible la vuelta a esa familia. A veces tenemos que encarar esto de que no vienen semanalmente a la fundación a visitar a los chicos, sino a vincularse, y siempre acompañados por un profesional.
-¿Cómo se procede cuando no se logra la vinculación?
-En ese caso, el Estado decide que no es posible la vuelta a esa familia. Entonces, sí se encara la adopción a nivel estatal. Nosotros no tenemos intervención en cuanto a la elección de los preadoptantes, y eso está bueno. El juez recibe tres carpetas posibles del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (RUAGA) y elige una. Luego, se informa a la fundación para que nosotros empecemos el acompañamiento en la adopción. Cuando no es posible la adopción, hace tiempo que acompañamos a los chicos para que armen su propio proyecto de vida. Así, siguen estudiando en el hogar, empiezan a trabajar, logran cierta independencia. Si están autoválidos, pueden egresar para construir su familia. Hubo quienes alquilaron algo juntos, porque están acostumbrados a vivir acá, en comunidad.
-Uno de sus programas principales es el Espacio de Arte, ¿por qué decidieron constituirlo y qué actividades realizan?
-Lo más importante es que puedan continuar sus vidas. Entonces, aprovechamos el Espacio de Arte para que ellos puedan fusionarse en distintitas vocaciones, más allá de si se van a dedicar a algo artístico. Creemos que mediante el arte se pueden transformar las vidas de una manera mucho más sana y con posibilidades de pulsión de vida más fuertes. Lo que les pasó los tiene que fortalecer. Para eso encaramos sus vidas: los acompañamos para que aprovechen lo que fue una bisagra. Que marquen una diferencia para mejor. Nos encontramos con chicos que siguen vinculándose con nosotros, que ya formaron su familia, y ellos recuerdan que lo que les pasó acá es que primero fueron escuchados.
-¿Qué formatos de colaboración corporativa ofrecen y qué respuestas obtienen desde las empresas?
-Desde 1998, que nos iniciamos en Tapiales y una empresa nos pagó por cinco años una casa chorizo en la avenida Cabildo, tenemos la ventaja de que al tener una ubicación geográfica privilegiada ingresan muchas posibilidades de articular acciones en conjunto con empresas. Me acuerdo de que la primera vez que Prudential Seguros preguntó si podía hacer algo comunitario con nosotros los profesionales me saltaron a la yugular. Yo les dije: “Sí, cómo no”. En realidad, cuando podemos abrir las puertas a la comunidad (léase: colegios, empresas, el barrio) la gente empieza a entender que detrás de estos muros hay una vida muy rica y que los que tienen ganas de colaborar acá van a encontrar un lugarcito. Las empresas pueden colaborar con donaciones de dinero, con elementos que necesitamos (lavarropas, heladera), con proyectos de mantenimiento, aportando una cuota mensual a través de los empleados, realizando actividades de voluntariado corporativo, abonando alguno de nuestros impuestos. Cada donación se acompaña con la foto que corresponde y se difunde en nuestra página web. También sobre el cierre de una actividad o de un proyecto se hace una visita de la empresa para ver cómo ha quedado. La idea es que acompañen el funcionamiento de la institución, porque si se nos caen las becas del Estado tenemos que cerrar. Nosotros contamos con convenios con el Gobierno de la Ciudad, donde cada niño está subsidiado, pero es insuficiente.
-¿En qué consiste la Red de Colaboradores?
-Es una instancia para todas las personas que quieran conocer la institución. Hacemos una reunión los segundos lunes de cada mes, vía Zoom, a las 18:30 horas, donde las directoras actuales cuentan cómo funcionamos y quienes tienen ganas de colaborar hacen una entrevista individual con alguna de ellas. Colaborar no es ir a estar con los chicos. Por el contrario, primero son actividades de organización de donaciones, llenar planillas. También puede ser organizar los cumpleaños, preparar las viandas.
-¿Qué balance hace de su trabajo y qué lugar considera que ocupa la fundación en el contexto actual del país?
-Creo que la fundación nació desde una necesidad, porque enseguida aparecieron los actores para emprender esto, desde los ciudadanos y desde el Estado. Esto demuestra que no es necesario tener plata, sino el deseo para armar con otros una salida a lo que es el futuro de la humanidad, que son los chicos. Es fundamental en la Argentina. Ellos son quienes no tienen la posibilidad de que se los escuche en esta paridad. Siempre estamos ubicados desde el lugar del adulto, hablamos por ellos. Es algo que tenemos que ir cambiando. Por ahí, vamos a tener que hacer un viraje, porque viene una inteligencia ante la que estamos gastados. Nuestro lema es: ya seas Estado, adulto o empresa, si sos grande, ocupate de los chicos.