La capital de la provincia china de Shaanxi concentra algunas de las tradiciones culturales más importantes del gigante asiático. Sus calles, sus construcciones milenarias y sus riquezas arqueológicas no hacen más que sustentar el ADN de un pueblo responsable a la hora de preservar su esencia en el tiempo.
El libro Guinness World Records registra la mayor colección de soldados de plomo: 661 miniaturas, propiedad del ruso Sergey Valentinovich Spasov. Es una marca impresionante pero insignificante frente a una milicia de barro que parece sobrenatural: el ejército de 8000 soldados de terracota construido a un tamaño real que custodia la tumba del emperador Qin Shi Huang (260-210 a.C.), el sitio arqueológico más espectacular descubierto en todo el siglo XX. Ocho mil preciosas esculturas es un número taumatúrgico que solo es posible en un país de 1500 millones de habitantes: China. Y esos son nada más –y nada menos– que los que fueron desenterrados. Se estima que las tropas de barro cuentan con miles de otros reclutas esperando ver la luz.
El ejército de terracota es tan impresionante que ningún viajero que visita Pekín, la capital de China, duda en trasladarse 1180 kilómetros hasta Xian, la capital de la provincia de Shaanxi, para satisfacer la irresistible tentación de ver a los soldados de barro en formación, preparados para el ataque y la defensa del rey, como si estuvieran vivos. La obra, Patrimonio de la Humanidad desde 1987, es única en el mundo y monumental, y hace pensar que quien la encargó, el mismo emperador Qin Shi Huang, era un alienado.
Y de algún modo lo fue, y como todo genio loco dejó su soberbio legado en China. Hace 2218 años, Qin Shi Huang sometió siete reinos, fundó la primera dinastía a orillas del río Amarillo, ordenó quemar los libros de historia para refundar el tiempo desde cero y mandó cercar su dominio con la Gran Muralla. Incluso varios historiadores y expertos concuerdan en que China también le debe su nombre a la dinastía Qin: “Qin” se pronuncia “chin”, y los persas, quienes tenían un comercio fluido con el gran imperio a través de la legendaria Ruta de la Seda, lo llamaban “Cīnā”.
La ciudad de Xian: cuna imperial
El emperador Qin Shi Huang convirtió a Xian en la capital del imperio que llegó a estar a la vanguardia del mundo conocido en aquel entonces. La vieja Xian imperial se transformó en una de las ciudades más modernas de la “nueva” China del siglo XXI: una megalópolis de 4 millones y medio de habitantes erizada de rascacielos futuristas y surcada por avenidas glamorosas donde se regodean los locales de todas las marcas del mundo y los shoppings que parecen estaciones espaciales.
Pero no es lo moderno lo que atrae de Xian, sino los pocos íconos milenarios que resisten con holgura el paso del tiempo. Por caso, una antigua muralla rectangular de piedra alberga el modernísimo centro de la ciudad; en la yema del recinto amurallado se erige la Torre de la Campana, una torre de vigilancia que marca el centro geográfico de la urbe y es la misma estructura de madera original desde 1384, año de su construcción bajo la dinastía Ming; y la Pagoda del Ganso Salvaje, que tiene 1359 años en funcionamiento casi continuo. Sin embargo, lo más bello y vivo de la vieja Xian es el mercado callejero del barrio musulmán, que bulle como un zoco alborotado desde hace siglos. Y por supuesto que casi todos los suspiros los provoca el famoso ejército de terracota emplazado en un hangar, a 33 kilómetros de la ciudad.
El ejército de terracota
El ejército fue descubierto en 1974 por un grupo de campesinos que cavaba un foso y desenterró, por casualidad, un guerrero de terracota con su arco y una flecha de bronce. Cuando la noticia llegó a Pekín, un grupo de arqueólogos descifró el enigma: era el mausoleo del emperador Qin Shi Huan. Al ingresar al gran tinglado de la fosa número uno que protege la primera serie de miles de estos silenciosos guerreros, excavados por los arqueólogos, se admira un ejército completo, formado en filas, en posición de ataque, que parece estar esperando la señal para hacerlo. Por más que sean de barro, es impresionante, casi aterrador, ver a los arqueros con una rodilla en la tierra apuntando a un enemigo invisible.
Dos años después del primer hallazgo, en 1976, se descubrió la fosa número dos, situada a unos 20 metros de la primera. Esta es más pequeña y contiene una caballería con alrededor de 1400 piezas, entre caballos y jinetes, distribuidas en 14 filas y protegidas por arqueros. La tercera y última fosa descubierta es la más chica, con 68 figuras de oficiales, comandantes y generales.
Cada uno de los soldados fue hecho a partir de un modelo vivo y no hay dos figuras iguales. Hay de todas las edades, desde adultos con barbas hasta jóvenes lampiños de 17 años. Y hasta se dice que los chinos pueden identificar de qué provincia proviene cada modelo, como por ejemplo los agricultores de Shaanxi, los pastores del norte o los leñadores de origen mongol. Además, cada cual va vestido y lleva el tocado de acuerdo a su rango.
Homenaje a un trabajo hercúleo
El descubrimiento de los soldados de barro es tan extraordinario que el equipo arqueológico que trabajó –y trabaja– en el desentierro de los guerreros de terracota ganó el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2010. El acta del jurado señala que la faena de los científicos galardonados permite el estudio de un importante período de formación del Imperio chino que se remonta más de dos milenios atrás y que tuvo un enorme impacto en la configuración de aquella sociedad. Es un premio bien merecido, ya que, con su trabajo, los arqueólogos condecorados permiten exponer la importancia cultural de China y su civilización milenaria, su organización social y su esplendor artístico.
En aquella oportunidad, el jurado aplaudió con ahínco al equipo de científicos por haber hecho posible que millones de personas en todo el mundo puedan acercarse a un capítulo “fundamental” de la historia de las civilizaciones, y además lo considera un camino “extraordinariamente fecundo” para múltiples campos del saber, a medida que avanzan los descubrimientos y las investigaciones. Tal vez se trate, incluso, de la revelación de uno de los secretos mejor guardados en toda China y el mundo.
La tecnología al mando de la preservación
Los descubrimientos continúan a medida que la tecnología avanza. En lo que va del siglo XXI, el Instituto de Arqueología de Shaanxi dio a conocer nuevos hallazgos: un edificio enterrado de 30 metros de altura sobre la tumba de Qin Shi Huang, bajo una colina artificial de unos 51 metros; la estructura de una cámara con cuatro paredes y un grupo de escaleras; y la existencia de un avanzado sistema de drenaje que habría evitado que las filtraciones de agua inundaran la tumba.
El mismo organismo declaró que esto fue posible gracias a técnicas de detección remota y que hasta el momento no se ha procedido a su excavación para salvaguardar la integridad de las reliquias. Los expertos sostienen que todos los hallazgos arqueológicos realizados hasta ahora son los más relevantes de China, pero que el trabajo pendiente, que es inconmensurable, debe quedar –y de hecho lo está– supeditado al avance de nuevas tecnologías que permitan continuar las excavaciones con el foco puesto en la preservación de este verdadero tesoro de la humanidad.
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La punta del ovillo de la Ruta de la Seda
Xian fue el punto de partida de las caravanas de camellos que se internaban en la legendaria Ruta de la Seda, una red de caminos que cruzaba el desierto de Taklamakán hacia las estepas de Asia Central, Persia, el Mediterráneo y la India. Por miles de años, la Ruta de la Seda fue la arteria del mundo. Por ella transitaban las mercancías de un extremo al otro de los continentes conocidos hasta entonces. Es cierto que la seda china hacía furor en el extranjero, pero China también sorprendió a Occidente con el papel, la imprenta, la brújula, el compás, la pólvora y esos “largos gusanos blancos” de los que habla Marco Polo en sus relatos: los fideos. No solo se intercambiaban bienes comerciales y tangibles, sino que también viajaban las religiones y las corrientes filosóficas y artísticas. De hecho así llegó el budismo a China.
El barrio árabe
Desde hace siglos, una comunidad chino-musulmana habita en un bullicioso barrio de Xian, de callecitas angostas y semipeatonales, por donde solo transitan personas, bicicletas y motos. Son apenas diez manzanas, y en ese espacio reducido se arma un mercado diario que parece infinito. Allí está también la Gran Mezquita de Xian, un complejo rectangular de 13.000 metros cuadrados donde se fusionan las arquitecturas árabe y china.
Este verdadero barrio-zoco se ha convertido en el principal punto de interés para los viajeros que prefieren comer en medio del caos, en cualquiera de los pequeños restaurantes al paso que hay en la calle, a ir a un restaurante del centro moderno de la ciudad. Y con justa razón, porque el barrio árabe acusa un pintoresquismo alborotado pero encantador.
¿Guardias imperiales o simples muñecos?
Los grandes descubrimientos arqueológicos son un semillero de tesis y antítesis. Y el ejército de terracota no es la excepción. Una tesis publicada hace tres años en un número de la revista china Historia militar todavía da que hablar. Sun Jiachun, el autor, sostiene en dicho artículo que luego de 30 años de investigar llegó a una conclusión: los soldados de terracota eran utilizados para recrear batallas con el fin de entrenar a los guerreros de carne y hueso de las huestes reales de la dinastía Qin y no para custodiar la tumba del emperador.
El investigador chino dice basarse, principalmente, en el hecho de que la milicia de barro se ubica demasiado lejos de la tumba imperial (1,5 kilómetros). Sin embargo, la mayoría de los arqueólogos replica que entre los soldados excavados y la tumba es muy probable que existan más figuras de arcilla sin desenterrar. Pero los expertos se niegan, por el momento, a extender las excavaciones más cerca de la tumba, tan grande y valiosa, por miedo a deteriorar sus tesoros.