Turismo responsable: República Dominicana, el caribe en estado puro

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En el imaginario de quienes visitan por primera vez República Dominicana, figuran
los resorts all inclusive de Punta Cana: ese “turismo empaquetado” que causó furor
en la década del 90 y las agencias de viajes vendían como pan caliente. Si bien las vacaciones en la playa, el buffet y las bebidas alcohólicas a discreción suelen ser lo más atractivo para muchas personas, existen otros visitantes que buscan una experiencia más auténtica. Esa opción se encuentra en la península de Samaná, en la costa noreste del país caribeño ubicado en la zona central de las Antillas.

Es cierto que llegar a Samaná requiere un poco más de esfuerzo, porque los vuelos internacionales directos al Aeropuerto Internacional El Catey son escasos. La mayoría de los visitantes utilizan vuelos con conexión Punta Cana u optan por un viaje de tres horas
desde la capital, Santo Domingo, a lo largo de una ruta nueva y moderna que atraviesa todas las gamas de verde de la selva tropical. El esfuerzo vale la pena: Samaná es una región que tiene su propia historia, atracciones amigables con el ecosistema, hoteles con distintos rangos de precios y restaurantes con una gastronomía que es una marca registrada. Todo enmarcado en un entorno natural exuberante de selvas tropicales y plantaciones de coco en una península con 110 mil residentes y más de seis millones de palmeras.

El centro turístico de Samaná es Las Terrenas, un pueblo de aproximadamente 14 mil personas, habitado por muchos europeos que alguna vez fueron como turistas y decidieron dejarlo todo para vivir allí con un emprendimiento gastronómico o montando hoteles
ecológicos, que suelen ser una de las opciones más económicas.

Michela di Francesco es oriunda de Torino, Italia, y visitó Samaná por primera vez en el año 2000: “Vine con mi pareja de aquel entonces. Nos sentimos tan bien aquí que volvimos al año siguiente con la idea de buscar en qué invertir. Sentimos que lo mejor que podíamos hacer era llevar adelante un emprendimiento que contribuyera al cuidado y la preservación
del lugar, así que montamos un ecolodge que, con el paso del tiempo, le abrió las puertas al Programa de Conservación Ambiental y Turismo Sostenible de Samaná”.

En la actualidad, lo que supo ser el ecolodge de Michela y su pareja se convirtió en el albergue de voluntarios de todo el mundo que llegan cada año para desarrollar y ejecutar actividades de sensibilización ambiental en las escuelas y en la comunidad, y promover el turismo sostenible y amigable con la biodiversidad.

El programa está financiado por la British-German Association y por Global Internship Conference, entre otras entidades. “Las personas voluntarias deben estar interesadas en proteger la flora, la fauna, la biología y la vida silvestre. El objetivo –dice Michela– es aumentar la conciencia y la capacitación de individuos y comunidad entre el sector turístico, el sector privado, los propietarios de tierras y el personal de las instituciones públicas locales. Contribuimos a poner en acción programas de desarrollo de turismo sostenible y amigable con la biodiversidad”.

LA LIBERTAD COMO BANDERA

Un cartel en el ingreso a la playa Las Flechas informa que “el territorio de la provincia de Samaná fue visitado por Cristóbal Colón en enero de 1493. En ese entonces, estaba poblada por los ciguayos que resistieron y se enfrentaron a los conquistadores”. No solo la llegada de los europeos marcó a este sitio, sino que la historia de Samaná y su vínculo con la santes de la península.

Los registros históricos dan cuenta de que en 1824, en Filadelfia, se les otorgó la libertad a miles de esclavos africanos. Esas personas, recién liberadas, optaron por navegar hasta Samaná –donde habitaba una pequeña comunidad de libertos– para crear su propia cultura en un entorno alejado del racismo reinante en los Estados Unidos.

Ese es uno de los motivos por los cuales gran parte de la población samanés habla con fluidez tanto el inglés como el español. A su vez, los afrodescendientes tienen su propia música de raíz africana, conocida como “bambula”. El desafío para los viajeros es observar
esta cultura viva sin ser invasivos.

Un lugar para comenzar a transitar la historia es La Churcha: el templo fundacional en el pueblo de Santa Bárbara de Samaná. La iglesia episcopal metodista africana fue construida por los afroamericanos en el siglo XIX. Sus fieles son descendientes de aquellos que llegaron en precarias embarcaciones en busca de una vida nueva. Como la comida también hace a la identidad de un pueblo, la repostería afroamericana es un placer del que ningún visitante debería privarse. La confitería y panadería Mi Vieja, en la ruta que lleva de Samaná a Las Galeras, es el punto en que los viajeros pueden detenerse y deleitarse con pan y pasteles horneados al estilo afro-samanés.

PROTECCIÓN DEL ECOSISTEMA

El principal atractivo de Samaná está en sus encantos naturales. Desde las paradisíacas playas de arena blanca como Rincón y Cosón, hasta lo que podría describirse como su sitio icónico: el trío de cascadas que conforman las cataratas El Limón, un lugar en que el disfrute comienza cuando se transita el camino a pie o montando a caballo.

Aquellos viajeros que programen su visita entre enero y marzo pueden vivir la experiencia de la observación de ballenas en excursiones en barco por la bahía de Samaná. Durante estos meses, aproximadamente 2500 ballenas jorobadas migran a la bahía ocupando
un radio de 32.913 kilómetros cuadrados que se conoce como el Santuario de Mamíferos Marinos de la República Dominicana (M.M.R.D.).

El M.M.R.D. tiene un acuerdo de santuario hermano con el Stellwagen Bank Sanctuary en la costa noreste de los Estados Unidos. El objetivo es proteger a las ballenas jorobadas del Atlántico Norte, tanto en sus áreas de alimentación como de reproducción, y homogeneizar las políticas de conservación e intercambio de información y transferencia de tecnología.
A partir de este acuerdo, los tours se realizan con guías especialmente capacitados que no solo hablan de las cualidades de las ballenas, sino que también buscan fortalecer con los turistas la educación y la regulación en el área de observación. Un estudio realizado en 2017 por la Pacific Whale Watch Association (P.W.W.A.) destacó que “la industria de Whale
Watch [observación de ballenas] en la República Dominicana ha sido una fuerza positiva para la conservación y el desarrollo económico de la comunidad y, por lo tanto, es un modelo a seguir para otros países del Caribe con industrias W.W.”.

Otras excursiones ecológicas son senderismo, la espeleología y la observación de aves en el Parque Nacional Los Haitises –que en idioma nativo significa “tierras altas” o “tierras de montaña”–, un área protegida que cubre 319 millas cuadradas. El iguanario de Los Tocones es otro de los proyectos de conservación de la fauna autóctona. Está manejado por la Sociedad Ecológica Los Lacios, conformada por miembros de la localidad que reciben a los
turistas, les muestran las instalaciones y se ocupan de mantener el establecimiento. Las actividades de deportes acuáticos en Samaná incluyen kitesurf, paddle board, buceo y surf. La zona costera de la península tiene muchos lugares para bucear considerados como los mejores sitios de República Dominicana.

Estos lugares se encuentran principalmente en la costa norte, y algunos de los más populares para esta actividad son Puerto Escondido y Cabo Cabrón, con más de 120 pies de profundidad en los que se pueden recorrer imponentes paisajes de coral y formaciones
rocosas que emergen del mar.

COMERCIO JUSTO Y BIEN SAZONADO

Es en los pueblos de Los Naranjos y Las Galeras donde nace el jengibre orgánico. Conocida como “la ruta del jengibre”, es una de las iniciativas de turismo comunitario, ecológico y agrícola –junto con la del cacao y el café– de República Dominicana.

En este caso, la atracción está basada en una actividad económica local como es la cosecha orgánica de jengibre, en la que los agricultores se involucran con el turismo en sus propios términos y se beneficia directamente. “Los visitantes verán cómo se cultiva el jengibre y caminarán por senderos especiales, acompañados por guías locales. Es una oportunidad para pasar tiempo con la gente local y ver cómo vivimos, cómo trabajamos y, lo más importante, probar nuestra comida”, dice Eduardo Vargas Soriano, uno de los guías que forma parte del proyecto comunitario Guariquen, que exporta el jengibre a Alemania y ha obtenido la certificación orgánica y de comercio justo.

El jengibre aparece en varias recetas dominicanas: té (relajante con propiedades medicinales que ayuda a la digestión y beneficia el sistema respiratorio), postres como pan de batata y ensaladas con zanahoria rallada, jugo de lima, sal y un dulce de jengibre picante.

La península de Samaná tiene una interesante tradición gastronómica con materia prima que proviene de la agricultura y la pesca local. El rey de todos los platos es el coco, del que se utiliza el aceite y la leche, lo que le da un toque particular a los platos.

Tanto camarones, pulpos, langostas, cangrejos y otros mariscos así como la múltiple variedad de pescados se elaboran, principalmente, con leche de coco y fritos. Para los amantes de las recetas dulces existe el jalao de coco: un rico caramelo con coco tierno y envuelto en un pan dulce relleno de mermeladas de frutas de temporada.

Con la constante llegada de inmigrantes europeos la cocina de Samaná se internacionalizó y han proliferado los restaurantes de fusión, asiáticos, estadounidenses, de tapas, de pizzas, bistrós, bares y restaurantes gourmets. En pocas palabras, Samaná es la otra cara del turismo empaquetado. El destino es la combinación de atractivos naturales, cultura auténtica, actividades en contacto con la naturaleza, gastronomía autóctona y conciencia ecológica.