Jerónimo Batista Bucher ideó un vaso a base de algas que se biodegrada en dos semanas. Más allá de la edad del creador, la invención coloca en el centro la cuestión de la problemática ambiental que supone el uso masivo de materiales descartables.
¿Cuándo nace tu interés por la ciencia y la tecnología?
Siempre estuve bastante interesado en temas de ciencia y tecnología, desde chico. Terminando la primaria en la Escuela 16 de La Lucila (pública), empecé a participar de algunas actividades específicas.
¿Cuándo fue la invención del vaso?
En la orientación de ORT, cuando estábamos en la parte de desarrollo de proyectos y de tecnología. Los primeros dos años empecé con algunos dispositivos de energías alternativas, de control informático. En el último venía pensando en este problema de la contaminación plástica: ya había comenzado con ideas, consulté libros, Internet y a varias personas, probé materiales –fibras vegetales que compraba en farmacias, químicas, dietéticas, mayoristas–, experimenté en la cocina de mi casa y después lo planteé como proyecto final en la escuela y lo pude desarrollar con los primeros prototipos de máquinas durante todo ese año. A partir de ahí empecé a pensar si esto podía funcionar, a ver la parte comercial, generar un modelo de negocios, evaluar la factibilidad económica.
¿Cuándo llegaste a la prueba final del vaso?
Al terminar ese verano, en las primeras semanas de clases, teníamos como un mes en el cual podíamos definir y empecé a hacer pruebas con extractos de algas, que iba a terminar utilizando para trabajar con esto. A partir de eso armé algo que más o menos funcionaba, lo presenté y dije “Quiero hacer esto a través de un sistema de automatizado para poder producirlo in situ en los lugares, el contexto en el que se emplean estos vasos actualmente; generar una alternativa que en lugar de contaminar eternamente se descompone naturalmente en menos de dos semanas”. Esto al principio parecía un poco raro, porque lo más tradicional en la ORT es el desarrollo de software… realizamos los primeros prototipos y después la cuestión era terminar ahí la parte técnica y ver si eso realmente podía resolver un problema, de qué manera llevarlo al mundo real y seguir mejorándolo.
Ese año me había metido en distintas competencias para tratar de conseguir algunos recursos y seguir avanzando en el proyecto. Fui a un hackatón de programación de desarrollo y había ganado una beca para un programa de negocios –el Naves de la Universidad Austral y el IAE, que coincidió con mi primer año en la universidad–. Presenté este proyecto y trabajé el armado del modelo de negocios durante todo ese primer año, además de hablar con gente más enfocada en eso, de formarme en toda esa materia, de ver que en términos de costos era competitivo con los productos que se usan actualmente y de plantearme de qué manera seguir mejorándolo para consolidar el producto y seguir avanzando como proyecto a nivel comercial.
Después de esa experiencia, ¿qué pasó?
Empecé a buscar y contactar gente para tener apoyo y continuar con el desarrollo y con una investigación aplicada, y profesionalizar y mejorar el proyecto, generando recursos, algo que me había frenado bastante. Un punto clave fue el haber contactado con gente de la universidad para poder armar un espacio de desarrollo y un laboratorio en el que empecé realmente a mejorar la parte de material y después la de diseño industrial, incorporando grupos de gente.
¿Y no apareció ninguna empresa interesada en financiar?
A lo largo de todo este proceso me fui contactando con distintas empresas; hubo muchos interesados, pero en la parte de poder implementarlo y tenerlo funcionando en sus oficinas, porque es algo que se utiliza en muchos lugares de comida, en cadenas…
¿Pero nadie se ofreció a financiarlo y fabricarlo a escala industrial?
No, para apoyar en esa etapa, no. La cuestión ahora es seguir consolidándolo; mi idea es hacerlo funcionar en distintos puntos del campus de la UNSAM, en Migueletes, para tener una validación y retroalimentación del funcionamiento y terminar de pulirlo, y a partir de ahí plantearlo más abiertamente en términos comerciales.
¿Ya lo patentaste?
Sí, hice el registro de marcas y estoy con todo lo que es la documentación técnica para la solicitud de registro de patentes. Es un trámite que dura varios años.
¿Escuchaste hablar del concepto de responsabilidad social empresaria?
Sí, conozco el concepto y el rol que cumplen las empresas, cómo muta el concepto de sustentabilidad y cómo se va integrando, y me parece que es muy positivo en el funcionamiento de la dinámica, la organización y la visión de las empresas. De hecho, estas presentaciones que hice a las empresas hablando de la problemática ambiental, compartiendo mi iniciativa y distintas estrategias y herramientas para que ellas pudieran incorporar se canalizaron por los sectores de RSE en las empresas y distintas instituciones y entes gubernamentales de las diversas ciudades en las que estuve durante los últimos meses.
¿El uso de descartables no está regulado?
Acá en la Argentina no está prohibido ni regulado. De hecho, estoy trabajando también en un avance a nivel legislativo para lograr una reglamentación que apunte a la regulación y la prohibición de distintos descartables plásticos. Estoy tratando de contribuir también por ahí.
¿Y el material del vaso se puede usar para hacer otro recipiente o un sorbete?
Por su diseño en sí está muy orientado a los vasos. Actualmente se trabaja con materiales plásticos porque son muy funcionales y versátiles, y se utilizan para productos que usan muy poco de la capacidad que tienen esos materiales: uno usa un vaso de plástico por unos minutos y después lo tira, y va a seguir así como lo ves por cientos de años. Una analogía que me gusta para pensar la duración de estos productos es que si hubiese venido Cristóbal Colón en 1492 con botellas y vasos de plástico, seguirían intactos entre nosotros. Con esta alternativa lo que se plantea es algo de la funcionalidad que debés tener con los vasos –que sean impermeables, que puedan contener un líquido–, pero una vez que lo tirás se empieza a degradar, y literalmente en menos de dos semanas desapareció por completo. Otros productos –como por ejemplo platos o cubiertos– tienen otros requerimientos: no necesitan ser impermeables, pero tal vez sí más resistentes, más rígidos. Vengo pensando o colaborando con distintas iniciativas para generar abordajes múltiples que tengan que ver con cada producto distinto. Porque ese enfoque de utilizar el plástico –un material realmente increíble que sirve para todo, que es higiénico y económico– en productos a los que después no se les da el valor que tienen es realmente un problema. Hay que cuestionar eso y plantear alternativas que vayan por un camino que no tenga tanto impacto ambiental.