Mateo Salinas tenía solo veinte años y acompañaba a su suegro, Patricio Lanusse, en las diversas aventuras comerciales que se le ocurrían. Filmaron reses en carnicerías y comercializaron ese contenido, y vendieron frutas y verduras a domicilio, hasta que, por necesidad de un familiar, comenzó a tomar forma la compañía que hoy lo tiene como Gerente General. Emprendimientos Inmobiliarios de Interés Común (EIDICO) tiene su origen en la necesidad de vivienda de Jorge O’Reilly, sobrino de Patricio. Quería una casa con jardín, pero los valores de las propiedades que había visto estaban muy por encima de sus posibilidades. Jorge y Patricio, junto a Juan Seitún, también yerno de Lanusse, se abocaron al desarrollo de un esquema que se instalaría luego en la compañía: elaboraron un master plan sobre un terreno amplio, presupuestaron lo que costaría convertir aquello en un barrio y, luego, vendieron la totalidad de los lotes antes de comenzar la construcción. Resolvieron aquella necesidad habitacional y, en el camino, obtuvieron una ganancia de alrededor del 15 por ciento. Así nació Santa María del Tigre.
No tenían, todavía, intenciones de convertir esa aventura en un nuevo empleo, pero reincidieron en proyectos similares, sin dejar sus empleos principales. Hasta que, finalmente, decidieron darle nombre y estructura formal a la organización que hoy cumple treinta años de existencia. “Bromeo con que soy el Gerente General porque fui el primer empleado. Al principio, como era muy chico, me encargaba sobre todo de temas administrativos. Después de la crisis de 2001, tomé un poquito más de liderazgo y, con el crecimiento de la empresa en 2007, cuando armamos un grupo de asociados internos, empecé a tomar más las riendas. Es una empresa muy interesante, en la que funcionamos como una cooperativa tanto en nuestro modelo de negocios hacia fuera como en nuestra organización interna. Todo tiene sentido, porque para nosotros la persona, lo humano, está siempre en el centro, como uno de los ejes principales. Desde el inicio, mantuvimos un fuerte compromiso social”, cuenta Mateo.
¿De qué manera abordaban ese compromiso?
Cuando arrancamos, desde el primer proyecto tuvimos la preocupación por el entorno en el cual instalábamos. Aunque no teníamos un mango, reservamos una parcela y conseguimos los fondos para construir una iglesia. En ese momento, para nosotros, lo social venía de la mano de la Iglesia. Nuestra ayuda comunitaria consistía en disponer de ese lugar para que ejerciera su función. Después, entendimos que lo social iba mucho más allá, que la Iglesia podía abordar la espiritualidad, pero lo social y comunitario era un tema distinto. Entonces, evolucionamos en nuestro concepto y buscamos generar un vínculo con la comunidad. Hay que crear lazos, ver qué demanda existe y cómo nos adaptamos a esa necesidad.
¿Cómo establecen los vínculos con la comunidad?
Nosotros tenemos tres socios fundadores, uno de ellos era mi suegro, que falleció en 2023. Después, hay una camada de ocho asociados al resultado, entre los cuales estoy yo, que nos repartimos los negocios y las funciones estratégicas, dentro de las cuales está el desarrollo comunitario. Es una pata que interviene en todos los negocios. Cada uno de los negocios tiene una partida presupuestaria destinada y define junto con el equipo de desarrollo comunitario cómo aplicarla y cuál es el mejor vínculo durante la obra. Una vez que termina, Desarrollo Comunitario empieza a trabajar con Urbis, que es nuestra empresa administradora, para ver cómo continuamos ese vínculo. Es un eje importantísimo para nosotros.
¿Cómo es el relevamiento que hace ese equipo y cómo está integrado?
Son tres personas que van recorriendo las distintas zonas y vinculándose con la gente. Fiel al concepto de EIDICO, no se trata de una gran estructura de desarrollo. La idea es que salgan a buscar qué existe y en qué se puede mejorar. Caminan la zona, charlan con los vecinos, tienen conversaciones y entrevistas con los párrocos de la zona y con los líderes sociales. Luego hacen un informe de lo que vieron y decidimos juntos dónde encarar y con qué líder social. En algunos lugares, fomentamos el club y lo deportivo, en otros lugares apuntamos hacia otros aspectos. Se va armando de forma medio artesanal, no solo con nuestro equipo, para no imponer algo, sino sumando a la comunidad, para que sea una construcción conjunta y perdure. Es algo que queremos dejar como legado, no simplemente una acción para cumplir con la RSE. También interviene, por su parte, la Fundación Oficios.
¿Cómo surgió la Fundación Oficios?
En 2006, algunos empleados hacían caridad en distintos lugares y tuvieron la iniciativa privada de tratar de ayudar en lo social. Pensaron en armar una fundación, surgió desde ellos enseñar oficios. A partir ahí, desarrollamos todo un plan con el equipo interno de desarrollo comunitario y armamos la fundación, que va a las distintas zonas a enseñar oficios: electricista, gasista matriculado, constructor de redes, costurera, cajeros. De todo. La fundación funciona aparte de EIDICO, no trabaja solamente con nosotros, sino que es independiente y tiene su propio norte. Más de siete mil personas egresaron de los diferentes cursos, que están homologados por el Ministerio de Educación. Salen con un título. Muchas personas llegan sin haber terminado el secundario y, cuando reciben su título, se sienten mucho mejor, se paran distinto. Realmente dignifica llegar a un logro así. La tasa de egreso de los que arrancan los cursos es del 80 por ciento. La fundación tiene un impacto espectacular y se arma un círculo virtuoso, porque enseña oficios y, al mismo tiempo, hay una red de trabajo en los distintos master plans que llevamos adelante.
El oficio que aprenden ya tienen dónde aplicarlo…
Tratamos de no vincularlo directamente, porque podría no suceder. Además, no queremos que vengan a hacer el oficio porque tienen esa promesa de trabajo. De lo que se trata es de que elijan venir porque quieren crecer, que sea esa voluntad la que los impulse. Después, naturalmente ocurre que la demanda laboral existe, pero no tenemos un vínculo directo. En barrios como Costa Esmeralda o San Sebastián, que son los grandes master plans, entran alrededor de ocho mil personas a trabajar cada día. Ese es el impacto que genera y que derrama un emprendimiento así en distintos lugares. Se forma un círculo virtuoso que, claro, no es ideal ni automático. Ayuda a erradicar preconceptos de un lado y otro. Nuestra misión como empresa es que una vez que nos vayamos, todo lo que haya tenido contacto con nosotros salga mejor de lo que estaba antes de nuestro paso. El gran desafío que tenemos es que cuando se va EIDICO, esos vínculos son difíciles de sostener. Queremos que el vínculo entre el barrio y la comunidad subsista sin nosotros. En algunos lugares, lo logramos, en otros estamos en esa batalla.
¿Qué se hace para abordar ese desafío?
Fundamentalmente, generar más lazos. La Fundación Oficios tiene su sede en Benavídez y no es solo de EIDICO, sino que está integrada por cinco o seis empresas del lugar. La preocupación está en conseguir empresas de cada una de las grandes zonas donde estamos instalados que se involucren genuinamente. Que haya un grupo de empresas de la zona interesadas en mantener esto en marcha, y un grupo de propietarios del barrio interesados en la sociedad, para que se genere el vínculo. La iglesia en general colabora bastante, la Fundación Oficios da un parámetro, pero después lo importante es que se forme el vínculo entre el líder social, la comunidad y las empresas de la zona. Ese es el sueño.
Existe una línea conductora desde la visión social y el modelo de negocios, que busca lógicamente ganar dinero, pero de forma medida y clara, ¿no?
Sí, y funcionó. La mayor virtud de EIDICO, para mí, es esta coherencia estratégica mantenida en el tiempo. Hay proyectos que podríamos haber vendido mucho más caro de lo que los vendimos y ganar más del 15 por ciento. Sin embargo, el modelo demostró ser sustentable y es lo que queremos.
Hay un control de la ambición…
Cien por ciento. Nunca los socios fundadores tuvieron la vocación de enriquecerse como prioridad. Desde el primer minuto compartieron y transformaron a EIDICO en una cooperativa. La frase de cabecera es “EIDICO es de quien la trabaja”. Y enseguida entendieron este concepto de compartir. La vocación de trascendencia de los socios fundadores tiene mucho más que ver con el legado que dejan en su paso que con enriquecerse. Obviamente, es una empresa y queremos ganar bien, pero lo coherente con el riesgo que asumimos. Y si no asumimos riesgos de capital, ni otros, que gane el que los asume. El lote al agua de Santa Bárbara, por ejemplo, costaba treinta mil dólares, y ganamos el 15 por ciento de ese valor. Hoy vale ochocientos mil dólares. Ese beneficio para nosotros es un cero. Nosotros se lo vendimos a un cliente, él se lo vendió a otro, y ese a otro más. Algunas personas nos dicen “La cantidad de plata que dejan en el camino…”. Pero la verdad es que yo duermo sin frazadas. No tengo riesgo empresarial, porque tengo el 100 por ciento de entrada, con lo cual si tengo que salir a pedir más dinero porque hay un sobrecosto, lo pido. Estoy administrando los fondos. Esta coherencia sostenida en el tiempo el cliente la ve. Eso le hace muy bien a la salud de la empresa. Y disfrutamos lo que hacemos. Veinte mil familias viven en nuestros barrios. Escribís historias, sin ninguna duda.
El acceso a la vivienda suele ser complejo, sobre todo desde hace un tiempo.
Es así. Nosotros hacemos barrios de calidad ABC1 para la clase media y el joven profesional. El 70 por ciento de los lotes de nuestros emprendimientos costaban treinta mil dólares, a pagar en cuatro años, sin ningún interés por el esquema, porque vas pagando a medida que avanza. Eso da una cuota en la que se metieron millones de profesionales de la zona, porque es más accesible. Colaboramos con esa oportunidad. En algún momento vimos que los lotes empezaban a subir y ya se hacía inaccesible el lote más la casa para esta clase media o joven profesional, entonces creamos un esquema de lotes a pagar en diez años. Fuimos acomodando nuestro producto para tratar de llegar a esa gente. Lo que no logramos hasta ahora es meternos más en la base de la pirámide. Ahí necesitás un crédito bancario, porque la gente no puede llegar a pagar, no importa el costo que sea. Al sistema constructivo no le tengo miedo, existen un montón, la modalidad de nuestro servicio de administración también está buenísima. El problema es la pata financiera. Aun a quince mil dólares, la gente no los tiene. O los tiene de un modo informal, entonces no los puede bancarizar. Es una asignatura pendiente.
Pero están evaluando opciones…
Sí, lo hablamos con cada gobierno de turno para ver cómo podemos encadenarnos, sin pasar a ser contratistas del Estado. No quiero, como empresa, entrar en esa dinámica. Me encantaría poder hacer algo para ese sector, porque quiero que la gente cuente con su vivienda. Yo tengo un formato en el que estoy acostumbrado a cobrar el 10 o 15 por ciento de administración, y no más que eso. Es lo que mi empresa está preparada para hacer. A medida que a mí me permitan desarrollar al costo, buscar al mejor constructor y poder ofrecer ese producto sin que se me metan en el medio cadenas que encarezcan el producto, estamos dispuestos. Meternos en la dinámica de un contrato público, no.
¿Objetivos para 2025?
El 2024 fue un año en que no lanzamos nada, sabíamos que iba a venir una fuerte recesión por el impacto del costo en dólares versus el precio. No fue un buen año, pero lo teníamos previsto. Estamos pensando en expandirnos e ir a distintas zonas. El 70 por ciento del negocio son loteos en barrios cerrados o grandes zonas. Estamos saliendo a atacar el loteo abierto, no barrios cerrados, para brindar la infraestructura al loteo abierto, más urbano, para que pueda llegar a bajar un poquitito más en la pirámide, que sea accesible. Me parece que ahí tenemos una oportunidad de brindar una ayuda y queremos atacar ese mercado. Hay gente que forma parte de EIDICO hace quince años y está pidiendo un crecimiento. No quiero perderlos, así que vamos a hacerlo. Tenemos las capacidades instaladas para dar el salto.