Vestirse en verde: moda y responsabilidad social

Bajo el paraguas de la sustentabilidad y el cuidado del medio ambiente, la moda no quiso quedarse atrás. No solo existen marcas cuyos procesos de producción son más amigables, sino que también aumentan los emprendedores y quienes creen en esta tendencia más responsable.

La moda está cambiando. Los códigos de vestimenta casi estrictos que reinaron durante siglos ya no existen. Las mujeres no deben vestirse solo con polleras y vestidos, ni arreglar su cabello con el mismo peinado. Los hombres ya no usan pantalones cortos hasta su mayoría de edad ni saco y corbata para ir a trabajar, y no se peinan con gomina. Hoy, la mujer usa pollera y pantalón. Lleva el pelo largo, corto o recogido, según lo desee. Es rubia, morocha, pelirroja y hasta puede tener el pelo teñido de verde, azul o violeta. El hombre usa shorts hasta la vejez. Algunos tienen el pelo largo, están rapados o también se tiñen. Van a trabajar con ropa casual y usan tantos o más accesorios que el público femenino.

Pero el cambio no se produce únicamente en la forma de verse y de vestirse, también existe una cultura de la moda que está detrás de las marcas y que define una variante más amigable, ambiental y sustentable. Ante este panorama, aparecen conceptos como consumo responsable, slow fashion e índice de transparencia, que cada vez más se apoderan de quienes desean una moda acorde con la realidad del planeta.

Consumo responsable

Myrian Núñez es la fundadora de la Escuela Argentina de Moda (EAMODA), la única del país que se especializa en el diseño de moda e indumentaria. Con más de 20 años de experiencia en el rubro, la especialista fue testigo de sus diferentes etapas. En la era de la sustentabilidad, su marca supo adaptarse a los tiempos que corren.

“Consumo responsable es todo aquello que refiere al uso responsable de las materias primas y sus implicaciones medioambientales y sociales –explica–. Algodones ecológicos y prendas de comercio justo son la consecuencia del respeto a las reglas de un mercado responsable que incluye leyes que favorecen la producción nacional, el ahorro de energía, la ética y condiciones laborales dignas para los trabajadores”.

En este sentido, son muchos los emprendedores que apuestan a “nuevas” formas de producción y consumo, y persiguen un fin común más sostenible. Algunos de ellos no solo priorizan las telas con las que se trabaja, sino también a quiénes se emplea como mano de obra y bajo qué condiciones. Clara Mollo, ideóloga y soñadora de Mina´s Room (www.minasroom.com), una nueva plataforma que ofrece un servicio on-line de compra-venta de ropa, zapatos, carteras y accesorios de primeras marcas nacionales e internacionales, es una de ellos. “En materia de RSE hay claros ejemplos de condena social frente a marcas que no aseguran que en toda su cadena de suministro no exista el empleo infantil o en negro, condiciones laborales dignas y ambientes seguros para el personal. En el eje ambiental se involucra desde el cuidado de los cultivos de algodón –sin el uso de agroquímicos cuestionados– hasta el proceso de lavandería, tintura, curtido de cueros y desmanchado de fibras, en la continua búsqueda por mitigar o eliminar el impacto negativo en el planeta”, destaca.

Para Laura Lichtmaier y Diego Siekiera, creadores de Simones, una marca de bolsos y carteras de industria nacional que se inspiró en el amor por los perros y ya es un ícono para mujeres, niñas y adolescentes, también es imprescindible comunicar el concepto y viralizarlo. “Es importante difundirlo entre los ciudadanos y contribuir al desarrollo de programas educativos. Una participación adecuada permite recoger los aportes de los actores involucrados en la cadena de producción y consumo, y ayuda a identificar los principales problemas y las posibles soluciones para consolidar un consumo más responsable”. La dupla considera que la educación del consumidor también permite adaptar las pautas individuales y colectivas de consumo a la utilización racional de los recursos, así como incorporar valores ecológicos que concientizan a los ciudadanos acerca de la responsabilidad en la conservación del medio ambiente y en el desarrollo sostenible.

La empresa textil Elemento fabrica, diseña y comercializa medias, ropa interior, pijamas y trajes de baño para personas de todas las edades, con materia prima ciento por ciento nacional. Dentro de su programa de RSE está Pies en Acción, una iniciativa que tiene como fin la capacitación de mujeres en situación vulnerable para que fabriquen y diseñen muñecos, alfombras y accesorios de los productos remanentes donados por la marca en un marco de alegría y creatividad. A través de esta acción se logra un impacto social positivo y se colabora con las tres “R” de la ecología: reciclar, reducir y reutilizar. Pia Groppo, vocera de Elemento y directora creativa de Pies en Acción, pone sobre la mesa el consumo personal: “El consumo responsable tiene que ver con ser consciente de la cantidad de ropa que consumo y pensar los costos medioambientales que se necesitan para realizarla”.

Y aunque existen voces que ponderan el consumo responsable, la moda aún no terminó de cerrar todas sus heridas. Los largos procesos de fabricación, la mano de obra mal paga y explotada, el mayor consumo de recursos naturales, la creación de residuos en el envasado y el embalaje, el uso de telas que perjudican el medio ambiente, las extensas horas de trabajo, los bajos salarios, el trabajo infantil y la no reutilización de los productos devienen necesariamente en un resultado negativo para la industria fashion.

“Cuando compramos una determinada prenda, esta es el resultado de múltiples procesos de producción que conllevan implicancias medioambientales y sociales. La mayoría de la ropa que se produce está vinculada a la explotación de recursos naturales que, en su mayoría, no se recuperan. En la actualidad todavía se utilizan tintes artificiales que se obtienen de una síntesis química a partir de derivados del petróleo (un recurso no renovable) y que genera un gran impacto ambiental en su producción”, destaca Núñez.

Índice de transparencia

La fundación Fashion Revolution nació en 2013 con el fin de concientizar sobre la mano de obra y los procesos que existen en el backstage de la industria de la moda. Este año lanzó una propuesta llamada Índice de Transparencia, cuyo fin es incentivar a las marcas y al retail a publicar más información sobre sus políticas, prácticas, productos y sobre sus trabajadores.

Esta iniciativa recibió gran aceptación por los creadores de moda tanto internacional como local. “Desarrollar herramientas que permitan medir y comparar la gestión de la industria es un avance fundamental –admite Mollo–. Por un lado, le permite a la industria referenciar su propia gestión, hacer benchmark y emprender planes de mejora. Y por otro lado, los consumidores pueden evaluar el compromiso y la gestión de las marcas para privilegiarlas o exigirles un mejor resultado”.

Groppo concuerda con su colega e insiste en personalizar el proyecto: “Los clientes quieren saber la procedencia de la prenda que consumen, el lugar donde se confecciona, bajo qué condiciones y las fibras utilizadas en esa prenda”.

Asimismo, dado que Simones trabaja todo internamente –desde el corte de tela hasta el servicio de estantería, confección, calidad y empaque– por una cuestión de exclusividad de los diseños (ilustraciones y estampas), sus creadores consideran fundamental que el cliente esté al tanto de los procesos, ya que, según opinan, de esos factores depende el éxito del producto. “Nuestro objetivo es lograr un producto de calidad que marque el esfuerzo de toda la cadena de valor, lo cual distingue a la marca y su visión”, subrayan.

Para Núñez, el Índice de Transparencia también es muy positivo: “Me parece una gran iniciativa para incentivar a las marcas a publicar más información acerca de sus prácticas, políticas, productos y hasta los recursos humanos que se utilizan para fabricar la ropa. En la escuela fomentamos la transparencia en los procesos de producción y la optimización de cada proceso”.

Slow fashion vs. fast fashion

Una solución o respuesta a las malas prácticas en el ámbito de la moda es el concepto slow fashion. El término fue creado en Londres en 2007 bajo los preceptos de oponerse a la moda producida en grandes cantidades; apoyar a las pequeñas empresas, el comercio justo y las prendas locales; fomentar el reciclado de prendas mediante la compra de ropa de segunda mano o vintage, y la donación de todo lo que ya no se usa; optar por productos fabricados con materiales sostenibles y más duraderos; reparar, personalizar y alterar la vestimenta propia, y disminuir el consumo compulsivo, entre otros. Como claro contrapunto del fast fashion, esta nueva propuesta está en pleno desarrollo y pisa cada vez más fuerte a nivel nacional.

Según Groppo, muchas empresas reconocidas utilizan estos métodos como forma de venta y garantizan que sus prendas puedan ser reacondicionadas luego del paso del tiempo. “De esta manera, logran fidelizar al cliente”, indica. La vocera sugiere este concepto para interferir en la prenda única, con historia y personal, ya que considera que estas características van a ser muy valoradas en los próximos años.

En esa línea, Simones trabaja esta práctica con lo que se denominan “líneas cápsulas”: esto implica la producción de un artículo de una estampa determinada en menor cantidad para que tenga una alta rotación. Además, utilizan el reciclado para la apertura de nuevos locales, escenografías y utilerías, aunque en menor medida para el producto en sí.

En tanto, en EAMODA alientan la construcción de prendas que tengan un alto grado de durabilidad. “El fast fashion a gran escala acelera el proceso de contaminación en todas las instancias de producción –admite su fundadora–. Actualmente, existen tendencias de origen japonés que fomentan la vida de forma minimalista y zen. Este es el camino más congruente con la realidad actual, ya que incentiva a los usuarios a ser más conscientes de sus pertenencias y a priorizar la calidad por sobre la cantidad”, agrega.

Para Mollo, el concepto acuñado en Londres es el que más define a la mujer de hoy. “La moda y los gustos de las personas son tan diversos que hay espacio para todos. Personalmente, considero que el mejor clóset es aquel que combina elementos de slow fashion y aquellos que consideramos las joyas de nuestro ropero por su toque de actualidad, novedad y vanguardia”. Si bien aclara que su punto de vista está más identificado a su perfil como consumidora que como parte de la industria, sí considera que fortalecer y crear conciencia a través de redes sociales y medios digitales, la masificación de índices de transparencia y la maximización del uso de las prendas a través de la reventa son un buen camino hacia la moda sustentable. Desde su nueva plataforma, aporta las herramientas necesarias para que esto se materialice. “El boom de ventas on-line trae consigo una optimización de espacios, recursos, transporte de mercancías y personas, que se traduce en una mayor sostenibilidad. Mina´s Room está contribuyendo para que la moda sea más sustentable”, concluye.

La moda y la sustentabilidad ¿pueden ir de la mano?

A primera vista pareciera que son dos palabras opuestas sin un punto de conexión. La moda, vista como un término frívolo, se contrapone a la simpleza y el minimalismo de la sustentabilidad. Sin embargo, el slow fashion, los índices de transparencia, el consumo responsable y otros factores que acompañan al cuidado en la elaboración y destino final de las prendas parecen desestimar el preconcepto. “Considero que pueden relacionarse y funcionar muy bien juntos –opina Núñez–. Hoy está de moda lo sustentable, lo ecológico, el cuidado responsable de los recursos. La moda referida a indumentaria y tendencias se alimenta de estos cambios sociales para ofrecer mejores propuestas y producir de manera responsable y sustentable. Además, los usuarios no se deshacen del total de los productos que adquieren; siempre prevalecen en sus armarios los de mejor calidad. Es decir que no es la moda en sí un proceso poco sustentable, sino que son los productores quienes definen mediante la calidad y el proceso la sustentabilidad de cada prenda”.

Y aunque la prenda final pueda parecer efímera, el proceso de su creación es muchas veces muy amigable. “En Elemento trabajamos con máquinas de última generación para la confección de medias que reducen al máximo el excedente de producción de cada prenda”, dice Groppo.

Por su parte, Simones trabaja con tintas al agua que no son solventes ya que, cuando estampan un producto, este despide un humo que tiene componentes tóxicos y así logran evitar que queden en la prenda. Del mismo modo, en EAMODA se alienta a los alumnos a la producción con tintas y materia prima de origen natural, les enseñan sobre las implicancias de un mercado laboral digno donde todos los actores de la cadena de producción se vean contenidos en marcos legales y fomentan el uso racional de la energía en el proceso.

No conforme con esto, la escuela también tiene su proyecto de RSE fuera del establecimiento. Toda la ropa de las clases que queda en desuso se entrega a un instituto de no videntes que la utilizan para producir diferentes objetos. Además, en los desfiles que hacen anualmente invitan a los participantes y espectadores a colaborar con alimentos no perecederos que luego son entregados a distintas ONG como Los Piletones, de Margarita Barrientos, y comedores de iglesias. Para no quedarse atrás, Simones colabora con dos programas: uno de ayuda a refugios y otro de concientización sobre la adopción de animales.

En un mundo que va más rápido, donde las redes sociales y las aplicaciones digitales manejan la comunicación, la moda también hace su aporte para actualizarse y reinventarse. Si bien las prendas llamativas y costosas se siguen fabricando, aparecen nuevas alternativas para producirlas, mantenerlas en el mercado y reutilizarlas. Un concepto que 100 años atrás era impensado hoy se contempla con el fin de ayudar y proteger el medio ambiente. “La moda y la sustentabilidad –exclama Pía Groppo– ¡funcionan muy bien juntas!”.

 

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