Vio el bosque sobre los árboles

La historia de Eduardo Costantini, alma máter del Grupo Consultatio y el MALBA, es la de un chico de barrio criado en el seno de una familia tradicional de trece hermanos, donde el valor del trabajo y el espíritu altruista se transmitían con el ejemplo más que con la palabra.

La tarde se diluye en San Isidro y ellos siguen colgados en los árboles; las ramas se tuercen pero no llegan a quebrarse. La indiada continúa firme en sus puestos de batalla, agitando las armas improvisadas, tirándose con lo que tienen a mano, eufóricos y libertarios, viviendo la infancia más sana que un barrio te puede regalar. El juego se da en la altura, y hoy la altura son los árboles. El que grita eufórico desde su árbol es Eduardo Costantini, el mismo que oportunamente sabrá distinguir el bosque, el que escribirá una historia con los años, el quinto de trece hermanos, miembro de una familia tradicional de la Zona Norte de Buenos Aires. Y cuando digo “tradicional” no significa adinerada, sino arraigada en valores sólidos como el respeto, el trabajo y la solidaridad. Una familia que reconocía en la educación y el estudio la base de la superación personal, el camino hacia el éxito profesional. Su padre estudió dos carreras universitarias, era un optimista que siempre trabajó como ejecutivo en empresas, y llegó a convertirse en el CEO de un ingenio azucarero. Su madre repartía su tiempo entre el hogar y las actividades filantrópicas, formaba parte de las Damas Rosadas de la Iglesia y desde ese espacio colaboraba con la gente de La Cava. En épocas en las que el bajo de San Isidro, San Fernando y el Tigre eran zonas inundables, Eduardo y sus hermanos salían a ponerle el hombro a la sudestada y les daban una mano a los vecinos de la zona.

A los Costantini no les sobraba el dinero porque bajo el mismo techo vivían sus abuelos, sus padres, sus hermanos y una prima que había quedado huérfana. En medio de aquel entorno familiar en el que la educación se daba con el ejemplo más que con el diálogo, Eduardo comenzó a tejer una historia personal convulsionada, con un carácter por demás travieso, descuidando sus estudios. Lo habían enviado a estudiar al colegio San Juan El Precursor, una institución de la que su padre fue uno de sus fundadores. Revoltoso como pocos, pasaba más horas parado en penitencia que en las aulas, hasta que repitió primer año y sus padres decidieron enviarlo al San José, un colegio pupilo cercano a Plaza Once. Poco tiempo duró aquello de estar encerrado durante la semana, pues al año siguiente lo cambiaron de claustro y paulatinamente fue encaminando sus estudios en el colegio San Isidro Labrador. Se había dado cuenta de que aquello de “ser un vago” era mal negocio y decidió pasarse al otro extremo.

Según tus propias palabras, en un momento de tu adolescencia hiciste un clic y comenzaste a tomarte en serio el valor del estudio. ¿Por qué se dio aquel cambio tan radical en tu vida?

Recuerdo que, en cierto momento, me decidí a dar libres todas las materias para no repetir el año. Me junté con un amigo y por primera vez en mi vida estudié y mucho. Me presenté a darlas en el Nacional San Isidro y no aprobé ni una. Mis padres no me creían que había estudiado, pero la realidad es que me había esforzado mucho. Había fracasado. Entonces, repetí el año y me mandaron al San Isidro Labrador. Ese año, como ya había estudiado para dar libres las materias, empecé segundo año con un conocimiento previo de todo lo que iba a cursar. Ahí se dio el cambio. De a poco fui repuntando y terminé quinto año casi como abanderado. Luego, tomé la decisión de apuntarme en la Universidad Católica Argentina para estudiar para contador y economista.

Es increíble imaginarse a un hombre exitoso como vos en aquella faceta más relajada, parece que nos contaras la historia de otra persona. A priori, cualquiera podría pensar que Eduardo Costantini siempre fue un tipo aplicado, una persona que hizo todo bien, meditando cada paso en su camino hacia un objetivo final. Pero parece que no fue así.

Mirá, yo fui un caso raro desde chico. Me casé muy joven, a los 20 años, y a los 22 ya tenía tres hijas. En mi familia, como era muy numerosa, faltó contención, pero siempre existió un gran ejemplo de vida en mis padres y eso fue lo que me dio las coordenadas que luego me guiaron en toda mi vida, tanto en la parte ética como en la valorización del trabajo. La vida es un don y debemos vivirla con optimismo, preparándonos, teniendo paciencia, poniéndole energía. Quizás lo más importante para una persona es descubrir su vocación y ponerle pasión, intentando que el tiempo juegue siempre a favor y nunca en contra.

En menos de 20 minutos ya remarcaste en dos oportunidades que en tu casa, con tus padres, no había tanto diálogo aunque sí una fuerte imagen de valores que se transmitía con el ejemplo.

Es así. Yo empecé a dialogar con mi padre recién durante la época de la universidad, porque yo estudiaba para contador y economista, y él era contador y abogado. Quizás eso nos permitía acercarnos desde la charla. Además, yo tenía un hermano muy bohemio, muy leído, que me acercó a la filosofía. A mí me empezó a seducir aquello, aunque comprendía que no tenía un campo laboral. Pero me marcó fuertemente. También empecé a amar la ciencia. Recuerdo que, por aquel entonces, estando casado y con hijos, yo tenía que trabajar para salir adelante y tenía el temor de perder la posibilidad de continuar estudiando. La facultad era por lejos lo que más me gustaba de mi día. Caminaba hasta la estación de Acassuso y me tomaba el tren, luego un colectivo hasta la calle Reconquista, donde quedaba la UCA. Luego de cursar salía rápido porque fichaba en mi trabajo cerca del mediodía. Volvía a casa por la noche y estudiaba los fines de semana. Aquello era energía, ganas de salir adelante en la vida. No te olvides que éramos muchos en la casa. Mis padres, mis abuelos, mis hermanos y una prima huérfana. Mi hermano mayor ya se había casado y mis hermanos se portaron muy bien conmigo, recuerdo que me pintaron una habitación, la más grande, para que viviéramos allí con mi mujer y mis hijas. No entiendo cómo se arreglaron mis padres [se ríe].

A pesar de ser un chico travieso, ¿tenías inquietudes, eras una suerte de buscavidas?

De chico arreglaba las bicicletas del barrio y cobraba por mi trabajo. Mientras estudiaba, trabajaba, y una Navidad, me dieron unos bolsos de plástico transparente que tenían unas bandas de colores y yo salí a venderlos. Tendría 22 años. Los vendí todos. Así que, al invierno siguiente, con una amiga de mi mujer que tenía una máquina semindustrial nos pusimos a diseñar y fabricar bufandas. Yo me escapaba del trabajo y salía a venderlas por las tiendas de la avenida Santa Fe. Vendimos más de mil. Nos dejaron un buen margen de ganancia, así que pude comprarme mi primer autito, un Citroën 2CV usado que era de un amigo de la facultad que tenía una concesionaria.

¿Cómo siguió tu historia laboral?

Yo trabajaba con uno de mis hermanos. Había progresado bastante laboralmente, así que cuando logré juntar los primeros 25 mil dólares, renuncié y tomé una decisión a la que mi familia se oponía. Apliqué para hacer un posgrado en las mejores universidades de Inglaterra. Pero como mi promedio de la UCA era de 6,5, me rechazaron. Finalmente, me aceptaron para hacer un primer nivel de posgrado en The University of East Anglia, en la ciudad de Norwich, en la campiña inglesa.

¿Y decidiste viajar con tu mujer y tus hijas a Norwich?

Así es. Para mí era un gran desafío. Todo nuevo. Pensá que yo había conocido el mar recién a los 14 años, cuando fui a Mar del Plata. No tenía recursos para viajar. Subirme a un avión era algo medio raro. Entonces, a los 28 años pisaba por primera vez Europa. Fuimos a vivir un año allá. Fue una aventura que me abrió la cabeza. Claramente, me impresionó la enorme diferencia entre Inglaterra y la Argentina. Allá había leyes que se respetaban, había moneda y no existía la inflación, pese a que era una época muy complicada para el mundo y en especial para Inglaterra, porque había escasez de petróleo, la energía había subido enormemente, había recesión por la transferencia de recursos a los países árabes. Era una sociedad donde se respetaban las libertades individuales, existía un orden, una tradición de siglos, y en donde la constitución era oral pero sellada a fuego, la justicia era justicia, había partidos políticos. Aprendí mucho, no tanto lo académico sino lo social; de hecho, fue muy difícil porque no tenía mucho dinero.

¿Cómo te fue en tus estudios?

Como te decía, fui aceptado en un primer nivel de posgrado, pero de los 30 alumnos del curso de Matemática Inicial, dos tuvimos la oportunidad de rendir un examen de Economía para ver si podíamos ingresar directo al máster. Y lo logré. Me costaba el idioma y había demasiada álgebra lineal, matemática. Estudiaba ocho horas por día, solo cinco conseguimos el diploma.

¿Qué pasó cuando regresaste a la Argentina?

Lo primero que hice fue perder el diploma [se ríe]. Era la época de Isabelita. Mis amigos se habían hecho millonarios especulando con los bonos en la bolsa. Yo había regresado con solo cuatro mil dólares de los 25 mil que había llevado. Quería trabajar en el Banco Central, y me dijeron que estaba de la nuca. Entonces, tuve que volver a trabajar con mi hermano pese a que la idea la vivía como un retroceso. Pero al año de estar aquí, hicimos unas buenas inversiones con él y convertí aquellos cuatro mil dólares en un millón. Le dije a mi hermano “Bye, bye” y renuncié al grupo.

¿Cómo fue que convertiste aquellos cuatro mil dólares en tu primer millón?

Sobre la base de un préstamo que me dio un amigo, especulé en la bolsa con bonos. Vendí todas mis acciones y compré un terreno que me parecía que era muy barato. Me salió 240 mil dólares. Le dije a mi hermano que pusiera el 20 por ciento porque yo no tenía. Lo compramos en mayo y en noviembre nos pagaron un millón. Mi intención era desarrollar aquel terreno, pero no tenía ni una moneda más, así que era muy riesgoso. Tenía 29 años.

¿De qué manera se originó el proyecto de Nordelta?

Yo me había perdido el desarrollo del norte con el surgimiento de la Panamericana. Me enteré de que había un señor que era el que comandaba la decisión sobre una fracción de 1400 hectáreas ubicadas en el kilómetro 30 de la Panamericana, en el partido del Tigre. Entonces, me acerqué a él. Yo veía interesante la escala de esa fracción, el tamaño, y él ya tenía la idea de hacer una ciudad. Él había tenido aquella fracción durante más de dos décadas y nunca había encontrado a alguien que le pudiera dar el soporte financiero y comercial, que tuviera esa visión sobre el proyecto. Él contaba con la tierra y la fortaleza de obras, porque era el dueño de una empresa de construcción de obras públicas. Por mi parte, yo tenía la experiencia financiera y comercial, la sensibilidad estética. Adquirimos el 50 por ciento de Nordelta y complementamos los dos know how.

¿El masterplan y el plan de negocio de Nordelta han cambiado mucho desde que lo delinearon hasta el día de hoy?

El masterplan de Nordelta se habrá modificado en un 10 por ciento, tal vez haya bajado más la densidad pero no la concepción del proyecto. Yo estoy a cargo de toda la parte comercial y estética, el tipo de propuestas. Antes tenías barrios cerrados, countries o chacras, pero no este concepto sofisticado y a largo plazo. Nordelta se va componiendo a través del tiempo, tiene una dinámica cuantitativa y cualitativa. Vos vas creando comunidad, y Fundación Nordelta agrega sensibilidad social. Creamos entonces un sale center, con renders y una gran maqueta; les mostrábamos que iba a haber colegios, un centro comercial, centros médicos e instalaciones deportivas, entre otros beneficios. Inmediatamente, la gente aceptó la idea y desde un comienzo tuvo mucho éxito en las ventas. En cuanto al plan de negocio, hubo una gran diferencia porque teníamos la ilusión ingenua de que Nordelta se terminaría en diez años, pero el proyecto será de 30 años en total. Nordelta es como una caja de ahorro, con un retorno de inversión bajo, pero razonable, en moneda constante. Considerá que hubo grandes crisis en la Argentina; y una época, en el año 2000, que no se vendía nada. Nordelta es un fenómeno porque se hizo sin crédito alguno, ni para el desarrollador ni para el comprador. Las familias pagaban los terrenos en cuotas pero no había crédito. Si intentás explicarlo en el exterior, no lo creen, es como surrealista.

¿Cuál es tu visión personal sobre la responsabilidad social empresarial?

Creo que el ser humano tiene que reconocer la existencia del otro que vive en una sociedad y que esa sociedad es diversa, sobre todo en nuestro país, donde hay un nivel de marginación muy elevado. Sos parte de esa sociedad, de esa identidad, y tenés una responsabilidad. Frente a eso, independientemente de la etapa en que te encuentres en tu vida profesional o con los recursos que puedas tener, la primera responsabilidad es sin duda con todas esas necesidades de la gente, necesidades vitales insatisfechas como la alimentación, la educación, la vivienda, el empleo. Pero luego está también la responsabilidad social frente al individuo que posee recursos. Estamos haciendo un desarrollo, una propuesta de hábitat, y debemos entregarle a la gente aquello que espera, lo que le hemos prometido. Porque quizás vendiste solamente el 10 por ciento de tu proyecto, pero vos debés desarrollarlo en su totalidad según el masterplan, porque hay diez familias que te compraron un sueño. También tenés la responsabilidad de que tu empresa no quiebre, pues debés contar con la solvencia para que el proyecto sea sustentable financieramente. Siempre hay una dimensión social en cada cosa que hacemos; en cada interacción siempre existe un rol social.

¿Qué clase de proyectos de RSE son los que llevan a cabo desde el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) y la Fundación Nordelta?

Nuestro proyecto más importante es el MALBA, porque requiere enorme cantidad de recursos por su propia naturaleza. Luego está la Fundación Nordelta y otras ayudas puntuales a otras fundaciones en las que nosotros no estamos directamente involucrados pero con las cuales colaboramos. El MALBA es un proyecto que dispara para mil lugares distintos, hace como una afirmación de valores culturales latinoamericanos, argentinos, a través de su colección permanente, la cual creo que es la más importante del mundo del arte moderno latinoamericano exhibido, y esto es algo reconocido por entendidos, esa es una de sus fortalezas. Es un acervo cultural muy significativo, sin dudas está categorizando el arte latinoamericano como se merece. Luego hay todo un contenido en el MALBA: los programas de artes visuales, un programa de literatura, de cine independiente, de edición de catálogos, de cursos, otro para gente con capacidades diferentes, otro para niños, de los cuales el 50 por cientovienen de escuelas carenciadas. Hay un programa de MALBA Federal, una interacción con otras instituciones a nivel local, provincial e internacional, a través de préstamo de obras o coproyectos. Hay unas cien personas trabajando directamente y hay un presupuesto anual de 5 millones de dólares y un déficit de 2,5 millones. El año que viene el MALBA cumplirá 15 años y estamos orgullosos de que haya podido mantener sus fortalezas iniciales, la ubicación, el edificio, la colección y el apoyo financiero que ha permitido el despliegue de estos programas que te comentaba anteriormente.

Volviendo al real estate, ¿qué proyectos están desarrollando en la actualidad?

Tenemos proyectos grandes, ciudades pueblos como Nordelta en Tigre y Puertos en Escobar. Luego, el proyecto individual más grande de la compañía es el de Oceana Bal Harbour en Miami (EE.UU.), que son 1300 millones de dólares de ventas, el más importante en mi carrera por unidad de tiempo. Es un edificio de viviendas de 240 departamentos. También estamos terminando el edificio de Catalinas Norte (Buenos Aires), que es el corporativo más icónico de la Argentina, que lo vamos a entregar en marzo próximo. Y está el de las Garzas de Uruguay, un barrio cerrado de 1800 metros de frente de playas vírgenes y mar, ubicado en Rocha, a minutos de José Ignacio.

¿Cómo concebís la fusión de real estate y arte?

La concibo de una manera integrada: el real estate es una propuesta de hábitat; tenés arte y vos en tu hábitat tenés la belleza, la pieza edilicia o el jardín, o el barrio, el urbanismo, el diálogo entre los distintos edificios; la estética está en nuestra vida.

Cualquier joven que lea tu historia personal estaría encantado de escuchar un consejo, una sugerencia, ¿qué podrías decirle?

Que haga su historia personal, que encuentre su identidad, que no copie y que se esmere. Disciplina, trabajo, que encuentre su vocación, su camino y que lo desarrolle.

PROYECTO: PUERTOS
Puertos es una nueva ciudad concebida desde sus orígenes como un lugar donde el cuidado del medioambiente es una prioridad y con un plan integral único en este tipo de desarrollos. Su propuesta urbanística contempla un proyecto artístico, paisajístico y ambiental que complementan la propuesta y le dan un valor diferencial que la destaca como lugar para vivir.
Hoy la ciudad desarrollada por Eduardo Costantini, que comenzó a gestarse en 2010,  es una promesa cumplida en funcionamiento con seis barrios de lotes desarrollados, un lago central de 200 hectáreas, los primeros habitantes establecidos, escuela náutica, dos colegios  en construcción, atención médica y servicios que se enmarcan en un entorno seguro y tranquilo en contacto con la naturaleza y donde se privilegia la vida al aire libre.

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