Bagó: Innovación, experiencia y pasión

3362

Edgardo Vázquez, Gerente General de Laboratorios Bagó, habla del presente y el futuro de esta empresa que en 1960 se convirtió en la primera farmacéutica argentina en exportar a Europa.

Cuando en 1934 don Sebastián Bagó llegó a nuestro país desde su Cataluña natal para representar algunos productos españoles, no tenía en mente instalarse aquí definitivamente, pero la guerra civil que se estaba gestando en su país y las posibilidades que le ofrecía la Argentina lo enamoraron. Decidió quedarse y fundar Laboratorios Bagó, empresa líder en productos farmacéuticos. Durante 84 de sus 86 años de existencia, la compañía fue dirigida por una persona que lleva el apellido Bagó. “Durante los últimos dos años me dieron la posibilidad a mí de llevar adelante este desafío”, dice Edgardo Vázquez, el actual Gerente General de Bagó y el primero que no pertenece a la familia. Contador público de profesión, Vázquez conoce bien la industria en la que trabaja hace 25 años, la mitad de su vida.

Amable, seguro y muy bien predispuesto para la entrevista, recibió a PRESENTE en las oficinas de Laboratorios Bagó para hablar de la compañía, la industria, las acciones de responsabilidad social, la crisis del COVID-19, los desafíos y los proyectos.

¿Cómo es la estructura de la empresa?

Hoy tenemos presencia en 20 países de Latinoamérica. Estamos exportando a más de 50 países, tenemos 11 plantas productivas distribuidas en toda Latinoamérica, que se dedican a la producción farmacoquímica y de especialidades medicinales. En la Argentina, el laboratorio hoy está conformado por distintas unidades de negocio: una de venta de productos farmacéuticos éticos, una de venta de productos de consumo masivo (con marcas como Bagóvit o Bagóhepat) y otra que está específicamente abocada a tratamientos especiales, enfermedades poco frecuentes que tienen una baja tasa de incidencia en la Argentina, con medicamentos que realmente cambian la vida de los pacientes. Tenemos tres plantas productivas en el país: una de productos farmacoquímicos, en la ciudad de City Bell; una de productos farmacéuticos en La Plata; y una de antibióticos en La Rioja. En toda esta estructura trabajan 1200 empleados en el país.

¿Cuáles considerás que son los desafíos de tu puesto?

Mi puesto hereda los desafíos propios del país, en el que hay mucha incertidumbre con respecto al contexto macroeconómico y social en el cual desarrollamos nuestros negocios. Por otro lado, a título personal, mi desafío es haber reemplazado a una persona que lleva el apellido Bagó por primera vez en más de ocho décadas. Tuve que conocer la cultura a la cual me he incorporado. Vengo de trabajar en una empresa multinacional y me estoy sumando a una empresa familiar, que tiene elementos culturales muy arraigados, muy característicos. El primer desafío fue entender a qué proyecto, a qué compañía me estaba sumando, cuáles eran los valores presentes y qué cosas eran las que hacíamos muy bien que nos iban a potenciar en el crecimiento de acá para adelante. Tuve que rescatar esos elementos, ponerlos en valor, compartirlos con toda la organización y desde ahí potenciarnos para crecer. Creo que ese es el desafío que tiene cualquier líder en cualquier organización. Y después, navegar las dificultades que te propone el mercado argentino, donde lo macroeconómico está muy presente, donde hay incertidumbre en muchos aspectos, en una industria que es altamente regulada, que tiene un impacto social muy importante. No vendemos galletitas ni golosinas. Estamos en una industria que, por suerte, se encuentra vinculada a la vida de las personas, entonces la responsabilidad en cómo encarar los negocios también es un desafío para quien lidera la organización. Tenemos que buscar un adecuado balance entre lo que es el derecho a la vida, a la accesibilidad de algunos medicamentos, con nuestro objetivo como empresa de ganar plata. Esos dos elementos están presentes y hay que ponerlos siempre en la balanza.

¿En qué se diferencia Bagó de las otras empresas del rubro?

Uno de los elementos que nos diferencia es la calidad, el reconocimiento por parte de la comunidad médica y de nuestros pacientes, el compromiso que tenemos con el país, con la educación, con la ciencia en la Argentina. Creo que ese ecosistema de innovación en el cual estamos inmersos es la principal responsabilidad que tiene Bagó y lo que nos diferencia frente a otras empresas nacionales e incluso algunas multinacionales. La diferencia es cómo entiende hoy el argentino promedio qué es lo que hace Bagó y qué propuesta de valor le está dando para mejorar su salud.

¿Cómo es el desarrollo de un producto farmacéutico desde que se idea o desde que compran la patente?

El proceso de desarrollo de un producto farmacéutico ha avanzado mucho en los últimos 30 años. Partimos de una enfermedad, que tiene una determinada evolución y para la cual pueden existir compuestos farmacéuticos (biológicos o de síntesis química) para volver a esa persona a un estado de salud o para ayudarla a atravesar su enfermedad de una manera distinta. A partir de esa necesidad que existe, la industria intenta entender cómo mejorar el tratamiento disponible o crear uno para enfermedades que hoy no lo tienen. La ciencia básica (casi siempre las universidades o los centros de investigación) es la que hace la principal contribución. Ellos tratan de hacer un descubrimiento científico que tenga una aplicación práctica. La industria farmacéutica trata de convertir eso en un producto, de darle el medicamento a un paciente. Ese proceso lleva entre ocho y diez años.

¿Tanto tiempo?

Sí, porque involucra muchos factores. Hay una fase preclínica donde se comienza a testear en determinados entornos de prueba. Una vez que está validado el concepto de que ese medicamento, esa molécula o ese principio activo pueden llegar a tener un impacto en la salud, se pasa a la fase clínica, que es donde comenzamos a probar ese producto en humanos sanos. El primer estadio tiene que mostrar que es seguro, que uno no se enferma por tomarlo. Luego, hay que demostrar la eficacia y cuáles son las dosis en las que hay que administrarlo. Después, ver cuán eficaz es ese tratamiento en comparación con los que existen en el mercado. Cuando hay una enfermedad que no tiene ningún tipo de tratamiento, claramente el perfil de riesgo-beneficio que puede asumir la industria farmacéutica es distinto a cuando existe un tratamiento disponible, donde uno ya sabe que muchos pacientes responden de determinada manera. Entonces lo que te piden las autoridades sanitarias en esos momentos es que tu producto sea mejor que lo que existe en el mercado. Ese es el camino desde el descubrimiento científico hasta el producto comercializable.

Cuando ya existe un producto en el mercado, ¿cuál es la innovación?

Tenemos la posibilidad de innovar en la forma de administración. Si bien el producto hoy está reconocido por el mercado, los médicos están familiarizados con su utilización y sabemos que es seguro y eficaz, nosotros muchas veces hemos cambiado la forma de las sales con las que se realiza –para que pueda ser mejor absorbido por el organismo de las personas– o la forma de administración, con comprimidos sublinguales para que la absorción sea más rápida, sobre todo en los tratamientos en donde esto representa un beneficio clínico.

¿Qué políticas de responsabilidad social empresaria tiene la compañía?

Siendo una empresa familiar, los Bagó siempre tuvieron en claro que debían impactar en aquellas comunidades en las que llevaban adelante sus negocios. Nuestro foco está puesto principalmente en la salud: tenemos varios programas de RSE que permiten garantizar la accesibilidad de nuestros productos a pacientes que estén en condiciones de vulnerabilidad. Ahí contamos con programas de donaciones. El año pasado hemos donado 18 mil unidades de medicamentos para que los pacientes puedan llegar a los tratamientos que necesitan. También acompañamos a instituciones como el Hospital Universidad Austral, la Fundación del Hospital General de Agudos Dr. Juan Fernández y el Hospital General de Niños Pedro de Elizalde. La familia tiene multiplicidad de acciones mediante las que ayudan a que distintos sectores del sistema de salud puedan cumplir con sus objetivos: donación de medicamentos, contribuciones económicas, formación.

En otra área donde estamos trabajando fuerte es en educación. Ahí tenemos programas de becas a estudiantes para que terminen su formación académica en universidades como la Torcuato Di Tella. Consideramos que Bagó necesita mañana tener gente capacitada para desempeñarse en la compañía. También apoyamos escuelas industriales que están cerca de nuestras plantas de La Plata y de La Rioja. Además, hace 25 años que apoyamos la cultura argentina. La familia produce un libro anual que tiene que ver con un aspecto principal de la cultura. Contamos con una biblioteca virtual accesible para todos. Apoyamos actividades culturales, trabajamos con una larga lista de organizaciones de la cultura.

¿Tienen una política respecto del reciclaje de papel?

Sí, para nosotros es parte de la industria farmacéutica. Nos caracterizamos por la calidad de nuestros procesos. Hace años que estamos con política de papel cero, tratando de reducir su utilización no solamente en los procesos productivos sino también en los administrativos. Estamos trabajando también en la planta con el tratamiento del agua. No es una industria que utilice significativamente los recursos hídricos, pero de lo poco que usamos tenemos el compromiso de devolvérselo a la comunidad de la misma manera en que lo recibimos, mediante una planta de reciclado de efluentes.

¿Cómo cambió la empresa en el entorno de la pandemia?

Cambió todo. Tuvimos una reunión de ventas muy grande en marzo. Terminó, volvimos a casa y debimos quedarnos ahí. A nivel organizacional fue un gran desafío. Bagó es una empresa que no tenía el trabajo remoto incorporado. Tuvimos que poner a casi 400 personas a trabajar en forma remota y lo hicieron perfecto. Somos una actividad esencial, debíamos seguir trabajando. Casi 500 colegas tenían que seguir movilizándose cuando no sabíamos tanto sobre el virus, había muchos miedos. No teníamos tanta claridad de cuál era la forma de contagio, así que desplegamos protocolos para garantizar que todas las operaciones continuaran. Replanteamos desde la forma en que entrábamos a las plantas hasta cómo comíamos, cómo nos trasladábamos a los lugares de trabajo. Tuvimos que tener la colaboración y la confianza de cada uno de nuestros colegas, porque ante el menor síntoma que cualquiera manifestase, había que tomar la precaución de separarlo, hisoparlo, ver el resultado, si era contacto estrecho de otro colaborador, tratar de entender cuáles eran las posibilidades de contagio… Hoy estamos muy orgullosos de que a pesar de la cantidad de gente que estábamos desplazando, la tasa de contagios fue muy baja y todos se han recuperado. Este protocolo nos permitió transitar estos meses sin afectar la provisión de medicamentos.

¿Entonces la producción no cambió?

Cambió todo, pero no afectamos la provisión de medicamentos a los pacientes. Eso implicó cambiar los procesos logísticos. Muchos de los principios activos vienen de la China o de la India, los vuelos estaban cancelados… Hubo veces que la mercadería recorría el mundo. Para que llegara acá, hubo vuelos de China a San Francisco, de ahí a Europa, luego a San Pablo, de ahí a Santiago de Chile y después a Buenos Aires. Fue un gran esfuerzo de la gente de logística. Nuestros pacientes no notaron esos procesos que tuvimos que repensar y reformar en tan poco tiempo. Hicimos un proceso de reconversión tecnológica. Invertimos fuerte en tecnología informática, infraestructura, notebooks, impresoras; cambiamos la forma de conexión, el parque informático; migramos a la nube muchos de nuestros procesos administrativos. Este año, como elemento de innovación lanzamos Labbi, una plataforma para que las farmacias puedan relacionarse con el laboratorio en forma directa. El aislamiento nos hizo replantearnos, pero estamos muy contentos de lo que logramos como compañía.

¿Cuáles son los objetivos actuales de la empresa?

Continuamos con nuestros lanzamientos. Estamos expandiendo nuestro negocio de dermocosmética a nuevas categorías. Tenemos proyectos muy ambiciosos para el año que viene en nuestra línea de consumo masivo. En productos especiales estamos llevando adelante una serie de lanzamientos para entrar en nuevas categorías en la artritis reumatoidea. En la parte ética tenemos tres lanzamientos planificados para el próximo año, así que seguimos pensando en el futuro, en cómo podemos crecer, mejorar la situación de la empresa, hacer las cosas distintas. No fue que nos quedamos en paréntesis y no pudimos hacer nada. No; aprovechamos la pandemia. Cuando hablo con mi equipo, cuento una anécdota: cuando le preguntaron a Juan Manuel Fangio qué hizo para ganar una carrera muy difícil en donde se jugaba el campeonato, él dijo: “Mirá, yo lo que no hice fue frenar en las curvas”. Creo que la pandemia representa una curva donde todos tuvimos que definir nuestras vidas, nuestra forma de trabajar en un pedacito muy acotado de espacio y de tiempo, y ahí el laboratorio sacó lo que lo diferenció siempre, ese elemento de innovación, de hacer las cosas diferentes con la pasión que tienen los colegas. Estamos siempre tratando de marcar las diferencias en un entorno que es bastante complicado.

¿Qué es la farmacovigilancia?

Se trata de la ciencia y las actividades orientadas a la detección, la evaluación, la comprensión y la prevención de los efectos adversos u otros problemas relacionados con los medicamentos. Se entiende por efecto adverso cualquier condición médica indeseada (enfermedad, síntoma, signo o resultado anormal de laboratorio) que se presente en un paciente asociada temporalmente al uso de un producto farmacéutico.

Así lo explica Edgardo Vázquez: “La farmacéutica es una industria altamente regulada, porque influye en la salud de la gente. En este proceso de regulación, las autoridades sanitarias quieren entender si los efectos adversos que está causando un medicamento realmente son más importantes que el beneficio que ocasionan. Los laboratorios estamos obligados como productores de medicamentos a reportar cualquier efecto del que tengamos conocimiento de los productos que estamos comercializando: un mareo, un dolor de cabeza, el cambio de efecto del medicamento si se administra junto a otro. Esto es responsabilidad de los productores, de los médicos, de los farmacéuticos, de todo agente de salud. Se debe informar si le falta un comprimido al blíster, si los comprimidos son de un color distinto, si tienen diferente sabor, cualquier cosa que pueda afectar la salud de las personas. En Bagó nos tomamos muy seriamente este proceso. Reportamos una cantidad de efectos adversos significativa todos los meses a las autoridades sanitarias para que puedan tener la mejor información, para que decidan si esa ecuación de riesgo-beneficio de la cual en algún momento, cuando fue probado por primera vez, tal vez hace 50 años, tenían menos información se sigue manteniendo”.